La violencia no cesa en México. Este lunes once hombres se sumaron a
las más de 2 000 víctimas que el crimen organizado le ha dejado al
país en los primeros siete meses del 2008. Horas antes, sicarios de
Sinaloa ametrallaban en plena avenida a nueve jóvenes y a tres
niños.
Ese Estado, considerado cuna de las mafias del narcotráfico en la
nación azteca, vio morir en una sola semana a 43 personas. Junto a
las regiones fronterizas de Chihuahua, Tamaulipas, Nuevo León y Baja
California, Sinaloa encabeza el índice de asesinatos en el
territorio nacional.
A partir del 2006, Felipe Calerón, al frente de la nueva
administración mexicana, lanzó una ofensiva contra los carteles de
la droga para detener el lucrativo negocio del trasiego de
estupefacientes hacia Estados Unidos.
Desde entonces hasta acá, más de 4 700 personas fallecieron en
acciones relacionadas con ese tráfico, lo que equivale a ocho
muertes violentas por día. La lluvia de asesinatos, disparada por
enfrentamientos entre los federales mexicanos y los
narcotraficantes, o entre las propias bandas rivales, lejos de
menguar, se acrecienta.
Contra el Gabinete también se ensañó la violencia. Durante los
primeros días de mayo fueron ejecutados en el Distrito Federal tres
jefes policiales, y a finales de junio, el comandante Igor Labastida
era asesinado. Solo en Sinaloa, y en lo que va de año, 63 agentes y
jefes policíacos perdieron la vida.
Mientras, el Gobierno mexicano espera por la implementación de la
llamada Iniciativa Mérida. El proyecto involucra a Centroamérica y a
EE.UU., un país cuyos adictos mueven el tablero a favor del desastre
al otro lado de la frontera. También es allí, en la nación de Bush,
donde se compran y envían las armas destinadas a perpetuar el
narcotráfico. (Lianet Arias Sosa)