El actor se despidió el último lunes en Manzanillo, la ciudad
oriental en la que nació. Tenía 69 años de edad y unas ganas
tremendas de seguir vistiendo la piel de personajes poéticos y
luchadores, contradictorios y esperanzados.
Quizá será imposible para las nuevas generaciones revisar su
decisivo paso por la escena, pues, como se sabe, el teatro es, para
suerte y desgracia a la vez, ese efímero e irrepetible fogonazo que
se apaga después de la función.
Pero quienes vieron a Miguel responder al exigente registro del
director Roberto Blanco y dar vida a Carlos en la imprescindible
María Antonia, de Eugenio Hernández Espinosa, pudieron medir la
estatura de su talento.
Afortunadamente el cine guarda su memoria. Un valioso testimonio
de la contribución de Miguel a nuestra pantalla grande lo ofreció
Fernando Pérez, el creador de Suite Habana y La vida es
silbar, ante los jóvenes realizadores en su más reciente
muestra. Entonces suscribió:
"Con el tiempo he podido confirmar que actuar para el cine es un
don que se tiene o no se tiene, porque la actuación cinematográfica
es una relación misteriosa que solo la cámara es capaz de establecer
con el actor para revelar sus estados de ánimo, sus más inefables
sentimientos, su ‘aura’ invisible para los ojos. Y Miguel Benavides
quien durante más de tres décadas contribuyó al esplendor de ese
cine cubano que en 1963 sólo se intuía, fue enfrentándose en cada
película a esa magia misteriosa que se crea entre cámara y actor y
en muchas ocasiones logró penetrar algunos de sus arcanos. La
odisea del general José, de Jorge Fraga, es una de esas
ocasiones."
Miguel debutó con Crónica cubana, de Ugo Ulive, en 1962,
primer paso de una filmografía en la que figuran La primera carga
al machete y Patakín, de Manuel Octavio Gómez; El otro
Francisco y Plácido, de Sergio Giral; Retrato de
Teresa y Habanera, de Pastor Vega, y su inefable José
Dolores Pimienta para la Cecilia, de Humberto Solás.
De sus amores artísticos confesó dos años atrás en ocasión de un
homenaje que le rindieron los manzanilleros: "Me gusta más el
teatro, pero indiscutiblemente los otros medios quedan para toda la
vida. No hay nada más divertido y regocijante para un actor que el
ensayo diario, la interrelación directa con el público, disfrutar de
las expresiones de los rostros cuando representas un personaje,
haces al público cómplice de lo que estas haciendo, para mí el
teatro es fundamental desde todo punto de vista. Pero al cine le
agradezco mucho; es mágico, te envuelve, es todo un arte".