Miguel Benavides, la última ovación

PEDRO DE LA HOZ
pedro.hg@granma.cip.cu

Miguel Benavides no va a escuchar esta vez la ovación que le tributan sus compañeros de escena junto al público que guarda en la memoria su recia estampa en los papeles que asumió en las tablas y la pantalla.

Miguel Benavides y Daysi Granados en dos películas: Cecilia, de Humberto Solás, y Habanera, de Pastor Vega.

El actor se despidió el último lunes en Manzanillo, la ciudad oriental en la que nació. Tenía 69 años de edad y unas ganas tremendas de seguir vistiendo la piel de personajes poéticos y luchadores, contradictorios y esperanzados.

Quizá será imposible para las nuevas generaciones revisar su decisivo paso por la escena, pues, como se sabe, el teatro es, para suerte y desgracia a la vez, ese efímero e irrepetible fogonazo que se apaga después de la función.

Pero quienes vieron a Miguel responder al exigente registro del director Roberto Blanco y dar vida a Carlos en la imprescindible María Antonia, de Eugenio Hernández Espinosa, pudieron medir la estatura de su talento.

Afortunadamente el cine guarda su memoria. Un valioso testimonio de la contribución de Miguel a nuestra pantalla grande lo ofreció Fernando Pérez, el creador de Suite Habana y La vida es silbar, ante los jóvenes realizadores en su más reciente muestra. Entonces suscribió:

"Con el tiempo he podido confirmar que actuar para el cine es un don que se tiene o no se tiene, porque la actuación cinematográfica es una relación misteriosa que solo la cámara es capaz de establecer con el actor para revelar sus estados de ánimo, sus más inefables sentimientos, su ‘aura’ invisible para los ojos. Y Miguel Benavides quien durante más de tres décadas contribuyó al esplendor de ese cine cubano que en 1963 sólo se intuía, fue enfrentándose en cada película a esa magia misteriosa que se crea entre cámara y actor y en muchas ocasiones logró penetrar algunos de sus arcanos. La odisea del general José, de Jorge Fraga, es una de esas ocasiones."

Miguel debutó con Crónica cubana, de Ugo Ulive, en 1962, primer paso de una filmografía en la que figuran La primera carga al machete y Patakín, de Manuel Octavio Gómez; El otro Francisco y Plácido, de Sergio Giral; Retrato de Teresa y Habanera, de Pastor Vega, y su inefable José Dolores Pimienta para la Cecilia, de Humberto Solás.

De sus amores artísticos confesó dos años atrás en ocasión de un homenaje que le rindieron los manzanilleros: "Me gusta más el teatro, pero indiscutiblemente los otros medios quedan para toda la vida. No hay nada más divertido y regocijante para un actor que el ensayo diario, la interrelación directa con el público, disfrutar de las expresiones de los rostros cuando representas un personaje, haces al público cómplice de lo que estas haciendo, para mí el teatro es fundamental desde todo punto de vista. Pero al cine le agradezco mucho; es mágico, te envuelve, es todo un arte".

 

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