La
historia mira hacia atrás. El "reparto de tierras" vuelve a
colocarse en la agenda del Gobierno. Las cortinas de la Amazonía
Peruana se han corrido con un singular argumento del presidente: "La
idea es abrir nuevas áreas para la inversión dentro del país en
zonas que, por razones ideológicas, aún permanecían cerradas".
Pero, ¿cuáles son esas "razones ideológicas" que han impedido a
lo largo del tiempo el desembarco de los buscadores de "El Dorado"
por estas tierras? No sorprende si coinciden con las que esgrimen
organizaciones como la Confederación Campesina del Perú, la
Confederación Nacional Agraria y la Asociación Interétnica del
Desarrollo de la Selva Peruana ante los preludios que llegan, justo
en medio de la implementación del Tratado de Libre Comercio con
Estados Unidos, para poner en peligro las cosmovisiones ancestrales
de estos pueblos.
La administración de Alan García ha sido prolífera en la creación
de decretos legislativos como el DL 1015 y DL 994 que, en total
ausencia de consensos y caminando a ciegas sobre artículos
constituyentes que declaran estas tierras comunales imprescriptibles
o convenios internacionales de los pueblos autóctonos, intenta
desmantelar a unas 7 000 comunidades de la selva en esa nación.
El boom económico que proclama el Gabinete peruano y en el
que las transnacionales se asoman cada vez más, ha alentado la
entrega a manos privadas de estos terrenos. Hoy casi tres cuartas
partes de la Amazonía perteneciente al país, consideradas reservas
de petróleo, están abiertas al arriendo para proyectos de
exploración y excavación.
Hace apenas dos años la tribu Achuar sacó a la luz una demanda
contra el gigante corporativo Occidental Petroleum debido a la
contaminación de este territorio por más de 30 años. Pero los
resultados no se limitan a los perjuicios ambientales. Los pasos de
la "civilización" estropean los principios organizativos de estos
pueblos y afectan la minga (forma de trabajo común) en la que basan
su sustento.
Sin embargo, para el Gobierno solo parece tratarse de reclamos de
aislados chamanes en nombre de la Pacha Mama (madre tierra) y
continúa propagando un discurso neoliberal, que ha traído consigo
tensiones internas y deja al descubierto, con mayor nitidez, el
descontento popular con la actual presidencia.
Las protestas en Perú casi no han tenido interludio. A las
demandas de las comunidades indígenas y campesinas se han unido las
de los mineros que, paradójicamente, si bien se aprecian entre los
principales conductores del timón económico interno, también forman
parte de ese 40% afectado por la pobreza.
La huelga de este sector fue antecedida por otras manifestaciones
de las esferas de la salud y la educación. Las solicitudes de
mejoría en los sueldos, salarios y pensiones le juega una mala
pasada a la ola de dinamismo económico difundida tras el crecimiento
el pasado año de casi un 9%, que parece no rozar aún a quienes han
salido a las calles.
Aunque el Gobierno se regodeó en su desfile militar "para evitar
disturbios" y más de 100 000 policías custodiaron a los
manifestantes, nada pudo evitar que el primer paro nacional,
organizado por la Confederación General de Trabajadores del Perú (CGTP),
hallara exitoso eco en las 25 regiones del país.
En este reclamo popular también se oyeron los de las serranías.
Descendieron en busca de un cambio en sus historias, para que no
anden, como sucede en estos tiempos, tan lejos de aquel título (Nos
han dado la tierra) que colocó Juan Rulfo, el escritor mexicano,
a uno de sus cuentos.
Antes de que la protesta inundara el país era conocida esta nueva
lucha de los indígenas y campesinos por sus derechos. La denuncia,
según José Arévalo, coordinador nacional de la CGTP, tuvo inmediato
respaldo: "Hay una guerra en el campo (...) el agronegocio y la
penetración capitalista están destruyendo todo vestigio de pequeña
propiedad (…) pretenden subastar la tierra y arrojar a millones de
campesinos a la miseria".