Estamos hasta el cansancio de escuchar que tal o más cual
producto debe venderse por libras en mercados, placitas y ferias;
pero en múltiples casos los vendedores, a falta de básculas,
expenden sus mercancías utilizando como unidad de medida cualquier
recipiente, desde un jarro, una lata de cerveza o refresco vacía
hasta un pote de helado, o sencillamente apelando al concepto de
mazo.
A simple vista puede parecer que el consumidor sería
invariablemente timado debido a la ausencia de balanzas; no
obstante, incontables víctimas podríamos aseverar que el problema
esencial no es la carencia de instrumentos de medición.
En términos prácticos, poco interesa si el plátano, la cebolla,
la calabaza¼ fueron pesados a la vista
para luego calcular el importe en correspondencia con el precio
establecido por unidad de medida; pues ello tampoco garantiza la
exacta correlación entre cantidad y dinero cobrado. He podido
comprobar que por lo menos "la pesa" de muchos vendedores tenía
"problemas" porque siempre han dado de menos —nunca en demasía—, y
no todos los días uno está de ánimos o tiene tiempo para
enfrascarse, con disgustos por el medio, en una disputa por los
derechos vapuleados.
A mi modo de ver, la cuestión empieza por el desempeño de las
administraciones, pues en un mercado donde escasean las balanzas
cómo exigirle a cada vendedor que las emplee a la hora de
comercializar. Sin embargo, no creo que resulte muy engorroso que
antes de comenzar la venta diaria se le haga a uno por uno de los
expendedores sin pesas a su alcance, un muestreo de sus productos en
oferta, ya sea en mazos o recipientes de diversa índole, con el
objetivo de promediar cuánta mercancía puede haber en esas
informales unidades de medición y ajustar el precio pertinente, pues
al final lo que los ciudadanos sufrimos es el elevado importe y la
constante zozobra por el latente peligro de recibir menos de lo
solicitado y pagado.
Cierta vez en un concurrido comercio, un inspector suspendió la
venta de cebollas en un mostrador porque se estaba despachando por
mazos y no por libras. El hombre había adoptado la decisión para
tratar de proteger a las numerosas personas que hacíamos cola en
espera de adquirir la hortaliza, pero para asombro del funcionario
la mayoría de las personas reaccionó en airada protesta contra él.
Podría pensarse que eran unos malagradecidos, pero el incidente
puede tener otra interpretación: los consumidores tampoco deben
resultar víctimas de eventuales controles externos o internos aunque
esos chequeos hayan sido aplicados de buena fe, con el ánimo de
beneficiar a la población. Mediante meras prohibiciones, sin existir
las condiciones para el cambio exigido, los problemas difícilmente
puedan resolverse, por lo general suelen complicarse.
En un reciente reportaje publicado en este diario por el colega
villaclareño Freddy Pérez Cabrera se relata la estafa a un anciano
en la Feria del Sandino, en Santa Clara, pues el vendedor a cuenta
de no tener balanza estaba vendiendo cada plátano a peso, en vez de
cumplir lo establecido: 1,80 por libra. Al leer este ejemplo tan
habitual en cualquier rincón del país, volví a cuestionarme el
asunto: ¡¿El problema es de falta de pesas?! No, si la libra estaba
a 1,80 y el comerciante carecía de instrumento de medición, podía
haberse impedido el robo si la administración del lugar hubiese
hecho el simple cálculo promedio de cuántos plátanos contenía una
libra y haber determinado entonces el precio por unidades, el cual
hubiese sido incuestionablemente muy inferior al fijado por el
vendedor.
Controles de todo tipo y medidas administrativas hacen falta; mas
escritos periodísticos como el de Freddy describen un panorama cuya
gravedad y permanencia en el tiempo dejan un amargo sinsabor, en
tanto las dificultades resultan conocidas —estadísticas abundan— y
se mantienen las violaciones, la ausencia de sanciones acordes con
el delito o la irregularidad cometidos, y al final de cuentas no
aparecen los resultados esperados.
Como si no importara siquiera esconder la desvergüenza y el
abuso, una vez escuché la siguiente conversación entre un "socio" y
un trabajador de mercado agropecuario: Decía el primero: "Compadre,
ese tipo te las aplicó todas con la multa", y sin perder tiempo,
respondió el segundo: "Oye¼ , sin lucha,
ese dinero yo se lo saco limpio a esto, hoy mismo", mientras
señalaba con una mano los productos depositados en la tarima.
Alertada consumidora yo, y sin posibilidad alguna de denunciar el
hecho por falta de pruebas —hubiera sido mi palabra contra la de
aquellos dos maleantes—,opté simplemente por no comprar.
Recurro a esta anécdota para señalar algo que muchas personas
hemos intuido o sobre lo cual hemos conocido más de un incidente:
Hay vendedores que se "ríen" de la multa, porque sencillamente somos
luego los consumidores quienes pagamos.
Estoy entre quienes respaldan la conjugación de sanciones legales
y administrativas con los actos de compulsión moral. Me gustaría
llegar a un mercado donde la administración haya colocado un cartel
a la vista de todos dando cuenta de los vendedores sancionados por
robar, donde haya revisiones sorpresivas y de detectarse cualquier
estafa al comprador, ahí mismo sin perder tiempo se le diga a la
gente lo que está pasando y se le haga pasar pena al timador.
Quisiera también saber de sanciones públicas hechas por
administraciones, núcleos del Partido, comités de base de la Unión
de Jóvenes Comunistas o una organización sindical en cualquier
establecimiento al servicio de la población, para llamar al decoro y
decirles a los ciudadanos que no están indefensos, que cada cual
desde su puesto puede participar en la lucha por la disciplina
social.
También sería provechoso que los delegados de circunscripción
tuvieran más participación, facilidades y respaldo institucional a
la hora de poner en práctica el control popular sobre las
actividades productivas y de servicios en sus localidades. Pienso en
un delegado, con apoyo de la dirección de su Asamblea Municipal para
fiscalizar cómo anda el agro, la panadería, el policlínico¼
en cuanto a atención a la población y calidad del servicio, y que
las fallas detectadas por la gente encuentren oídos receptivos en
las administraciones y sean puestas como cuestiones prioritarias en
la agenda de trabajo del Consejo de la Administración en ese nivel
local.
Si de mercados y otras variantes para comercializar los productos
agrícolas hablamos, pueden existir todas las básculas necesarias (no
estoy ignorando su importancia); también puede haber incontables
inspectores estatales¼ . y muchos más
elementos de carácter organizativo; pero lo que está fallando en el
fondo —dentro de un ambiente de manifiesta impunidad— es la moral de
la gente: del administrador al cual no le interesa o no le conviene
hacer su papel, del vendedor empeñado en maximizar sus ganancias por
los caminos de la ilegalidad, del consumidor incrédulo, cansado de
echar la pelea; de las organizaciones e instituciones adormiladas
por la rutina con diezmada capacidad para combatir lo mal hecho.
Ni honradez ni cualquier otro principio moral podrán nunca
pesarse en balanzas, así que no digan más que una libra de plátano a
1,80 puede expresarse en un peso por unidad porque el vendedor no
tenía báscula.