Protección al consumidor

No hay básculas para pesar la honradez

María Julia MayoraLl

Estamos hasta el cansancio de escuchar que tal o más cual producto debe venderse por libras en mercados, placitas y ferias; pero en múltiples casos los vendedores, a falta de básculas, expenden sus mercancías utilizando como unidad de medida cualquier recipiente, desde un jarro, una lata de cerveza o refresco vacía hasta un pote de helado, o sencillamente apelando al concepto de mazo.

A simple vista puede parecer que el consumidor sería invariablemente timado debido a la ausencia de balanzas; no obstante, incontables víctimas podríamos aseverar que el problema esencial no es la carencia de instrumentos de medición.

En términos prácticos, poco interesa si el plátano, la cebolla, la calabaza¼ fueron pesados a la vista para luego calcular el importe en correspondencia con el precio establecido por unidad de medida; pues ello tampoco garantiza la exacta correlación entre cantidad y dinero cobrado. He podido comprobar que por lo menos "la pesa" de muchos vendedores tenía "problemas" porque siempre han dado de menos —nunca en demasía—, y no todos los días uno está de ánimos o tiene tiempo para enfrascarse, con disgustos por el medio, en una disputa por los derechos vapuleados.

A mi modo de ver, la cuestión empieza por el desempeño de las administraciones, pues en un mercado donde escasean las balanzas cómo exigirle a cada vendedor que las emplee a la hora de comercializar. Sin embargo, no creo que resulte muy engorroso que antes de comenzar la venta diaria se le haga a uno por uno de los expendedores sin pesas a su alcance, un muestreo de sus productos en oferta, ya sea en mazos o recipientes de diversa índole, con el objetivo de promediar cuánta mercancía puede haber en esas informales unidades de medición y ajustar el precio pertinente, pues al final lo que los ciudadanos sufrimos es el elevado importe y la constante zozobra por el latente peligro de recibir menos de lo solicitado y pagado.

Cierta vez en un concurrido comercio, un inspector suspendió la venta de cebollas en un mostrador porque se estaba despachando por mazos y no por libras. El hombre había adoptado la decisión para tratar de proteger a las numerosas personas que hacíamos cola en espera de adquirir la hortaliza, pero para asombro del funcionario la mayoría de las personas reaccionó en airada protesta contra él.

Podría pensarse que eran unos malagradecidos, pero el incidente puede tener otra interpretación: los consumidores tampoco deben resultar víctimas de eventuales controles externos o internos aunque esos chequeos hayan sido aplicados de buena fe, con el ánimo de beneficiar a la población. Mediante meras prohibiciones, sin existir las condiciones para el cambio exigido, los problemas difícilmente puedan resolverse, por lo general suelen complicarse.

En un reciente reportaje publicado en este diario por el colega villaclareño Freddy Pérez Cabrera se relata la estafa a un anciano en la Feria del Sandino, en Santa Clara, pues el vendedor a cuenta de no tener balanza estaba vendiendo cada plátano a peso, en vez de cumplir lo establecido: 1,80 por libra. Al leer este ejemplo tan habitual en cualquier rincón del país, volví a cuestionarme el asunto: ¡¿El problema es de falta de pesas?! No, si la libra estaba a 1,80 y el comerciante carecía de instrumento de medición, podía haberse impedido el robo si la administración del lugar hubiese hecho el simple cálculo promedio de cuántos plátanos contenía una libra y haber determinado entonces el precio por unidades, el cual hubiese sido incuestionablemente muy inferior al fijado por el vendedor.

Controles de todo tipo y medidas administrativas hacen falta; mas escritos periodísticos como el de Freddy describen un panorama cuya gravedad y permanencia en el tiempo dejan un amargo sinsabor, en tanto las dificultades resultan conocidas —estadísticas abundan— y se mantienen las violaciones, la ausencia de sanciones acordes con el delito o la irregularidad cometidos, y al final de cuentas no aparecen los resultados esperados.

Como si no importara siquiera esconder la desvergüenza y el abuso, una vez escuché la siguiente conversación entre un "socio" y un trabajador de mercado agropecuario: Decía el primero: "Compadre, ese tipo te las aplicó todas con la multa", y sin perder tiempo, respondió el segundo: "Oye¼ , sin lucha, ese dinero yo se lo saco limpio a esto, hoy mismo", mientras señalaba con una mano los productos depositados en la tarima. Alertada consumidora yo, y sin posibilidad alguna de denunciar el hecho por falta de pruebas —hubiera sido mi palabra contra la de aquellos dos maleantes—,opté simplemente por no comprar.

Recurro a esta anécdota para señalar algo que muchas personas hemos intuido o sobre lo cual hemos conocido más de un incidente: Hay vendedores que se "ríen" de la multa, porque sencillamente somos luego los consumidores quienes pagamos.

Estoy entre quienes respaldan la conjugación de sanciones legales y administrativas con los actos de compulsión moral. Me gustaría llegar a un mercado donde la administración haya colocado un cartel a la vista de todos dando cuenta de los vendedores sancionados por robar, donde haya revisiones sorpresivas y de detectarse cualquier estafa al comprador, ahí mismo sin perder tiempo se le diga a la gente lo que está pasando y se le haga pasar pena al timador.

Quisiera también saber de sanciones públicas hechas por administraciones, núcleos del Partido, comités de base de la Unión de Jóvenes Comunistas o una organización sindical en cualquier establecimiento al servicio de la población, para llamar al decoro y decirles a los ciudadanos que no están indefensos, que cada cual desde su puesto puede participar en la lucha por la disciplina social.

También sería provechoso que los delegados de circunscripción tuvieran más participación, facilidades y respaldo institucional a la hora de poner en práctica el control popular sobre las actividades productivas y de servicios en sus localidades. Pienso en un delegado, con apoyo de la dirección de su Asamblea Municipal para fiscalizar cómo anda el agro, la panadería, el policlínico¼ en cuanto a atención a la población y calidad del servicio, y que las fallas detectadas por la gente encuentren oídos receptivos en las administraciones y sean puestas como cuestiones prioritarias en la agenda de trabajo del Consejo de la Administración en ese nivel local.

Si de mercados y otras variantes para comercializar los productos agrícolas hablamos, pueden existir todas las básculas necesarias (no estoy ignorando su importancia); también puede haber incontables inspectores estatales¼ . y muchos más elementos de carácter organizativo; pero lo que está fallando en el fondo —dentro de un ambiente de manifiesta impunidad— es la moral de la gente: del administrador al cual no le interesa o no le conviene hacer su papel, del vendedor empeñado en maximizar sus ganancias por los caminos de la ilegalidad, del consumidor incrédulo, cansado de echar la pelea; de las organizaciones e instituciones adormiladas por la rutina con diezmada capacidad para combatir lo mal hecho.

Ni honradez ni cualquier otro principio moral podrán nunca pesarse en balanzas, así que no digan más que una libra de plátano a 1,80 puede expresarse en un peso por unidad porque el vendedor no tenía báscula.

 

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