Los
precios están subiendo en todo el mundo. En los países más pobres el
alza del precio de los alimentos está provocando una situación
dramática: hambre y escasez, "un crimen contra la Humanidad", tal y
como lo calificó con toda razón el relator de las Naciones Unidas
para los asuntos de la Alimentación, Jean Ziegler. Los precios de
materias primas estratégicas como el petróleo se disparan y provocan
subidas sucesivas en todos los mercados y suben también los precios
al consumidor en casi todos los países.
Se cierne de nuevo el fantasma de la inflación, pero justamente
cuando eso ocurre no podemos olvidar dos cuestiones esenciales.
La primera es que la subida de precios, aunque siempre objeto del
debate económico, es uno de los fenómenos económicos conscientemente
peor y más equivocadamente analizados, pues las explicaciones
teóricas de la inflación se utilizan para justificar políticas
radicalmente anti sociales.
La segunda, que la inflación no solo tiene causas sino también y
sobre todo propósitos porque, en la mayoría de las ocasiones, los
grupos con poder pueden mejorar la posición en la distribución de la
renta desencadenándola.
Es por estas dos razones que conviene ser inteligentes y no
dejarse llevar por los análisis tan sesgados que pueblan los medios
y los discursos políticos.
Respecto a los precios al consumo en países europeos como España
hay que señalar en primer lugar que su alza no es del todo nueva. La
realidad es que se está produciendo desde la entrada del euro,
aunque se viene disimulando gracias a la tramposa configuración de
los indicadores estadísticos, sucesivamente modificados para evitar
que adquiera rango oficial la efectiva sensación de pérdida de poder
adquisitivo que sienten los ciudadanos.
Y sobre la subida de los precios de los alimentos, e incluso del
petróleo y otras materias primas, no hay que olvidar que justamente
se está produciendo cuando los especuladores han tenido que dejar
los mercados financieros como consecuencia de la crisis inicial de
las hipotecas.
Pero ahora, como siempre, sea lo que sea que esté ocurriendo,
cuando los precios suben en mayor o menor medida, las autoridades
económicas de signo liberal no tienen en su boca nada más que una
misma cantinela: hay que moderar los salarios (porque los precios
suben —según dicen— como consecuencia de subidas previas en los
salarios) y hay que subir los tipos de interés (porque también dicen
que si suben los precios es que hay excesiva cantidad de dinero en
circulación y para reducirla hay que subir su precio).
El Banco de España, por ejemplo, ya ha recomendado públicamente
la congelación salarial a pesar de que España es el único de los 30
países miembros de la OCDE en el que el poder adquisitivo de los
salarios está bajando desde 1995.
Y, por su parte, el Banco central Europeo se empeña en subir los
tipos a pesar de las generalizadas voces que indican que eso, en
lugar de favorecer a la economía e incluso a los precios, provocará
una mayor crisis. Aunque, eso sí, también grandes beneficios para la
banca y los propietarios de capital (solo la subida que se produjo
hace unos días como consecuencia de la "indiscreción" de su
gobernador, ni siquiera como efecto de una medida formal, provocó un
coste de 3 000 millones de euros a las familias hipotecadas, o lo
que es lo mismo, un mayor ingreso de esa misma magnitud a los
bancos).
En suma, siempre una misma doble respuesta ante la inflación que
se traduce inexorablemente en una mejora de los beneficios y las
plusvalías en el conjunto de las rentas y en la mayor explotación y
pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores.
Pero las verdaderas causas de las subidas de los precios hay que
buscarlas en otros sitios. Veamos, por ejemplo, el caso de los
precios y los salarios.
Es verdad que si los salarios subieran de modo continuado eso
aumentaría los costes de las empresas. Pero, ¿necesariamente se
produciría entonces inflación, es decir, trasladarían
inevitablemente las empresas esos costes más altos a los precios de
venta? Lógicamente, solo podrían hacerlo... si pudieran.
No es un juego de palabras. Es que las empresas pueden subir los
precios cuando suben los costes solo si tienen poder de mercado, si
se enfrentan a una demanda cautiva (o, como decimos los economistas,
muy inelástica, es decir, que apenas disminuye cuando sube el
precio). Si eso no ocurre, las empresas que ven subir sus costes
salariales (u otros cualesquiera) tienen que reaccionar de otro modo
si no quieren salir del mercado: mejorando la calidad, las
condiciones de venta, la productividad, mejorando las técnicas de
producción, etc.
Lo que ocasiona la inflación, al contrario de lo que los
poderosos y los economistas a su servicio nos quieren hacer creer,
es el mayor poder de mercado de las empresas. Gracias a él influyen
en el gobierno para que acepte tarifas más elevadas, para que no
combata las estrategias anti competitivas y las que despilfarran
millones de euros para fidelizar a los clientes y así disfrutar de
una demanda más rígida. Y gracias a él pueden imponer a sus
consumidores precios más altos.
Y esto no solo pasa en España con los precios al consumidor.
Los precios de los alimentos o los del petróleo están subiendo
por la misma razón de fondo: porque las grandes corporaciones
imponen su ley, porque los gobiernos las dejan hacer, porque hablan
y hablan de mercados libres y de competencia cuando lo que existe de
verdad son mercados sumamente imperfectos, oligopolios con más poder
que los gobiernos y con influencia suficiente en los mercados como
para imponer precios que constantemente les garantizan beneficios
extraordinarios.
Siempre hablan de salarios para explicar las subidas de precios,
pero nunca se refieren, por el contrario, a los enormes gastos
financieros que imponen bancos que actúan en mercados corruptos, en
donde no ha existido competencia prácticamente nunca. No hablan de
los despilfarros en publicidad, en financiamiento a grupos de
presión, en inversiones irracionales, en los costes que supone la
especulación debido al riesgo que lleva consigo y que se trata de
conjugar logrando beneficios muy altos en las operaciones exitosas.
No se dice, por ejemplo, que si el coste de producción de un barril
de petróleo de Arabia Saudita es de unos seis dólares, la
especulación añade un coste de entre 30 y 40 dólares.
Ni, por supuesto, tampoco hablan de los costes que imponen los
grandes intermediarios.
Diversas organizaciones agrarias y de consumidores han calculado
en España un Índice de Precios en Origen y Destino de los alimentos
(IPOD) que les ha permitido comprobar que estos se encarecen como
media un 436% (y en algunos casos hasta un 900%) desde el campo
hasta la mesa.
No se habla, en suma, del PODER para maquinar sobre el mercado,
que no es algo que precisamente esté al alcance de los trabajadores,
ni de su desigual distribución.
Si quisieran que los precios no subieran como están subiendo
donde habría que actuar es sobre ese poder antisocial, desigual y
nefasto. Lo demás son excusas con un único propósito: hacer que los
beneficios suban sin cesar.