Llega
El viajero inmóvil con el siempre atractivo gancho de que será
polémica, en la medida en que lo son muchas importantes obras de la
literatura llevadas al cine, la mayor parte de ellas, por desgracia,
signadas por el desacierto.
Tomás Piard se adelanta así al homenaje que por su centenario
(1910) recibirá en nuestro país José Lezama Lima y, lezamiano el
mismo realizador ––al punto de reconocer que las influencias del
poeta, ensayista y narrador han sido decisivas en su obra
cinematográfica–– toma Paradiso para hincar la rodilla en la
ofrenda.
Profunda
y laberíntica, incitante y reveladora de mundos nunca agotados,
Paradiso es portadora de una mitología barroca que va mucho allá
de lo aparente real y con su desbordamiento metafórico se alza
posiblemente como el mayor reto literario de nuestro continente al
cine (superior aún, como desafío en imágenes, de lo que sería la
obra de Carpentier, Garcías Márquez y Rulfo, a quienes, es bueno
recordarlo, nunca se les ha hecho justicia en la medida que lo
merecen).
Se explica entonces que para escalar la cumbre Paradiso,
Tomás Piard haya recurrido a las más disímiles vías, no pocas
probadas en su cine a lo largo de los años, como son las atmósferas
surrealistas, los recursos provenientes del teatro, la insistencia
en el contenido erótico, el documental en la ficción, la
introspección de unos primeros planos que persiguen calar el alma¼
A esta altura no puede calificarse el suyo de cine experimental,
porque los años dejan huellas. Ahí están el Godard y los días
vanguardistas de los sesenta, cuando mezclaba ficción con realidad
documental, y el Pasolini amante de llevar los clásicos de la
literatura a las pantallas sin renunciar a los valores incorporados
del texto, y los aires aristocráticos de un Visconti a la hora de
componer cuadros de familia, y hasta el denominado Cine de Octubre
en las escenas de El viajero inmóvil que captan las
manifestaciones obreras y estudiantiles con el mismo fervor
operístico de aquellos clásicos. Influencias asimiladas y hasta
enriquecidas, pero que al integrarse en un todo no logran circular
convenientemente el cuadrado de provocaciones que constituye la
novela.
Pudiera funcionar en algunos el argumento de que El viajero
inmóvil sería una incitación para buscar la obra literaria tras
ver la película¼ como también rechazarla,
porque para aquellos que no la conocen y no están al tanto de las
interioridades de los muchos personajes en desfile, y de lo que en
realidad trata el asunto, hay un universo metafórico que permanece
demasiado fragmentado e incomprensible como para lograr la función
de la catapulta.
Pletórica la novela de símbolos sobre los que todavía se discute,
Piard se monta sobre ellos y los desarrolla, no a la manera de un
traductor ––ingrata tarea sería esa—sino alimentándolos desde sus
propias sensibilidades, porque si algo tiene claro es que la vía
para hacer "llegar Paradiso" no es la simplificación, ni la
reducción del texto a una simpática peliculita de iniciación. ¡No
señor! Asumió la dura prueba y tiene que cargar con las
complejidades artísticas que esta lleva implícita, en especial ese
barroco, siempre difícil por lo manoseado en el cine, y la carga
emotiva que ha de sortear a sabiendas (aunque a veces no pueda
cumplirlo) de que la acumulación de emotividades no es precisamente
la emoción.
Y aquí se explaya la gran pregunta: ¿"Llega" ese Viajero inmóvil,
cobra vida propia la película más allá del monumento literario sobre
el que se alza?
A ratos se obtienen buenos momentos que remiten a una comunión
con la naturaleza lezamiana, en especial cuando se recurre a algunos
primeros planos y actores y música (excelentes las variaciones de
Juan Piñera) se integran en evocadora suma, pero en otros no
trasciende el filme la tarea ilustrativa del texto, como cuando
aparece ese Apolo con su lira, perdido en medio de la escena, hijo
más de un frío decorado que de una cristalizada poética.
Hay otros elementos que resultan discutibles, como la
incorporación de textos de Lezama en las voces de los actores, ideas
hermosas pero nada simples hechas más para la lectura y la
meditación que para la combinación habla-oído. Igualmente el
rompimiento "a lo Brech" que se realiza con los escritores de
primera línea incorporados a la magna mesa en la que tiene lugar
parte del filme; opiniones muy interesantes sobre un Lezama Lima al
que conocieron, plausible como homenaje, pero en medio de la
atmósfera surrealista en que se manifiestan, el extrañamiento de sus
apariciones y palabras pueden mover más al desconcierto que al oído
atento.
Y, está claro, discutible por igual la carga homo erótica, no
criticable como tal (que ya bastante tuvimos con el escandalito y
arbitrariedades que provocó la novela en su época), sino porque en
sus excesos y regodeos se le resta tiempo a aspectos importantes de
la novela que no aparecen.
En las actuaciones hay de todo. Desde el oficio evidente de los
profesionales y no profesionales, hasta la abundancia de mancebos a
los que solo cabe explotar por su presencia física.
¿"Llega" este viajero inmóvil?
No hay duda de que la estética asumida por su director dará para
hablar y en la respuesta que se ofrezca cobrará un peso decisivo el
haber leído o no la novela.
Unos dirán que se trata de un viaje sin salida, otros que lo han
visto a medio camino y sin fuerzas y, posiblemente los menos, que
¡como no!, y hasta atestiguarán que lo vieron cruzar la meta.