El 23 de junio de 1958, Eduardo iba a reunirse con un grupo de
combatientes clandestinos, en un apartamento de los bajos, en el
número 16 de la calle Jovellar. Sacó decidido su pistola y a fuerza
de disparos rompió el cerco del Servicio de Inteligencia Militar (SIM).
Herido, sangrando, saltó la pared del antiguo cementerio de espada,
salió al callejón Aramburu, después a la calle Vapor, y se introdujo
en la tintorería de los hermanos Pazos.
Los obreros, solidarizados, siguieron su labor. Pero el dedo
traicionero de un delator, que había visto la escena, guio a los
agentes hasta el lugar. Como si dentro hubiera un batallón, rodearon
la tintorería. Nadie se atrevió a entrar. Temían demasiado a aquel
hombre que solo, se había batido, y aún herido continuaba
haciéndolo. Cuando ya no le quedaban más balas, lleno de rabia,
Eduardo salió al exterior, lanzó su pistola como un proyectil más y
se irguió desarmado frente a aquella jauría que lo acribilló a
balazos.
Así era Eduardo García Lavandero, combatiente contra la tiranía
batistiana, hombre de probadas virtudes personales.
Siendo niño se radicó en Artemisa y desde joven tuvo inquietudes
sociales. Fue presidente de la Asociación de estudiantes del
instituto de Segunda Enseñanza, ejemplo como deportista y poseedor
de una alta disciplina. Se convirtió, a fuerza de coraje, audacia e
inteligencia, en un destacado combatiente de la lucha clandestina.
Su espíritu revolucionario fue conmovido al producirse el golpe
militar del 10 de marzo de 1952. Abandonó la comodidad del hogar y
el calor de sus hijos y se incorporó al combate contra la tiranía.
Se une a José Antonio Echevarría con el Directorio Revolucionario
—en el que llegó a ser miembro de su ejecutivo nacional, jefe de
Acción y Segundo Secretario—, donde desarrolló una incesante
actividad contra Batista. En varias ocasiones cayó preso y en más de
una burló el cerco de sus enemigos, que lo buscaban afanosamente.
Aunque había participado en el plan inicial del ataque al Palacio
Presidencial el 13 de marzo de 1957, García Lavandero no pudo
participar por encontrarse en esos momentos en territorio
estadounidense.
Partió de Miami en la expedición del Directorio Revolucionario el
31 de enero de 1958. Durante la travesía sirvió de navegante y
timonel. Desembarcó por Nuevitas el 8 de febrero junto con los
principales dirigentes del Directorio que se encontraban en el
exilio revolucionario.
Los combatientes fundaron el frente guerrillero del Escambray.
Pero resultaba imprescindible la presencia de García Lavandero en el
llano y se trasladó a la capital. Decenas de nuevas acciones de
valor y firmeza se unieron a su nombre.
Una de las anécdotas que lo hicieron famoso fue cuando Evelio
Prieto Guillada —amigo en la clandestinidad— y él, fueron detenidos
por las tropas represivas del conocido criminal Esteban Ventura
Novo. En la misma casa los dejaron prisioneros, mientras Ventura iba
a detener a otros revolucionarios, para conducirlos a los salones de
tortura.
En
dos sillones estaban sentados los luchadores y frente a ellos,
apuntándoles con sus respectivas pistolas estaban los esbirros. Eso
significaba la muerte y esos dos combatientes que tenían una gran
afinidad con solo una mirada se entendieron. Inmediatamente saltaron
sobre los policías y los desarmaron. Se retiraron en su propio auto
velozmente, cruzándose con el tenebroso Ventura que ya regresaba.
Hay muchas otras anécdotas sobre este combatiente que estremeció
y desconcertó a los esbirros de la tiranía.