Matanzas, la gran galería de Francisco Cobo

RENÉ CASTAÑO

En una enorme casa colonial de la calle Daoiz, en la ciudad de Matanzas, habita un anciano de mirada profunda, andar fatigado y manos prodigiosas. Cada mañana, desde su sillón en la sala hogareña, camina por vetustas callejuelas, reposa a la sombra de los framboyanes, contempla las márgenes del río San Juan y las marinas de Varadero, inmortalizadas todas por sus pinceles.

A los 92 años de edad severas enfermedades han limitado los movimientos físicos, pero no la lucidez de Francisco Cobo Pérez, el pintor de la Ciudad de Matanzas, como se le conoce popularmente en aquella urbe. Para él estos no son tiempos de pintar con sus propias manos los paisajes yumurinos, sino de sumergirse en ellos.

Nacido en 1915 en una familia pobre, pronto demostró sus inclinaciones por la plástica. Estudió en la Academia de Pinturas de Matanzas y en San Alejandro con destacados profesores.

La obra de Cobo, hasta los años 60, responde a preceptos de la pintura postimpresionista, apoyada en colores brillantes y una pincelada ágil. Es en esta propia década cuando desarrolla su etapa más experimental, llena de juegos y contrastes referentes al uso de códigos ajenos a su naturaleza como paisajista. A juicio de varios especialistas su mayor esplendor lo alcanza con la pieza La Silla (1970), una pintura collage con reminiscencias cubistas.

Sobre Francisco Cobo expresó Carilda Oliver, la poetisa matancera: "Contemplar una exposición de Cobo es conocer la ciudad de Matanzas sin caminarla, averiguarle la raíz oculta, el misticismo de muchos de sus secretos, la savia ancestral de su embrujamiento (...)".

Especialistas matanceros han opinado que en los años 70 el paisajismo de Cobo ganó adeptos con diferentes gustos estéticos, debido a los cambios producidos en el país después del triunfo de la Revolución. A partir de la década de los 80 se destaca a nivel estético, un profundo gusto por sus marinas, framboyanes y catedrales, al tiempo que por otra parte establece compromisos con un público que le induce a realizar obras formalmente representativas que atentaban contra el enriquecimiento estético de su producción artística y que no produjeron significados de relevancia formal ni conceptual en relación con una dinámica de elementos y técnicas plásticas.

Por esos años no se suma al circuito institucional comercializador de la obra de arte debido a sus responsabilidades sociales como escenógrafo del teatro Sauto, donde se había graduado de attrezzista y escenógrafo en 1962.

Las obras de Cobo no son admiradas en las paredes de los grandes museos, cotizadas a precios de petróleo, o diana de encendidas polémicas entre los especialistas. Sin embargo, son apreciadas en las paredes de sus vecinos de la acera de enfrente, los que viven tres calles más abajo, los del otro lado de la bahía y los que habitan en ambas márgenes del río San Juan. Es la ciudad de Matanzas, para Francisco Cobo, su gran galería.

 

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