General de Ejército Raúl Castro Ruz, Presidente de los Consejos de
Estado y de Ministros
Compañeros de la dirección del Partido y el Gobierno
Compañeras y compañeros
El mundo celebra el 80 cumpleaños de un hombre universal. Una vida,
un carácter, han devenido ejemplo y guía, ícono y mito, para pueblos
de unos y otros continentes.
Su paso fue tan breve como intenso; la vida que se inicia en
Argentina, sería incierto afirmar que concluye en Bolivia. Ernesto
Guevara, el Che, ocupa desde entonces corazones y plazas, ha inspirado
a combatientes y poetas, ha continuado su quehacer mediante textos
imprescindibles y un legado ético de vigencia acrecentada.
Su excepcional entrega a la Revolución Cubana nos confiere un lugar
especial en esta conmemoración. No es posible aislar al Che de Cuba,
como lo demuestra la presencia que en todas las latitudes comparten su
imagen y nuestra bandera, como símbolos de las luchas y de la
esperanza de los pueblos.
Para nuestros niños, en cada colectivo y hogar cubano, la fecha del
14 de junio resulta familiar, y al aniversario del Che se une el
natalicio del Generalísimo Antonio Maceo, síntesis de la más raigal
cubanía.
Ese día de 1845 vino al mundo, en Santiago de Cuba, Antonio Maceo y
Grajales, hijo de león y leona, como diría el Apóstol. Diecinueve
peleadores por la independencia engendraron Marcos y Mariana.
Fue Antonio el joven arriero que con 23 años se unió a la
Revolución de Yara como un simple soldado, y transcurrido un año, por
méritos de guerra, ostentaba el grado de teniente coronel. Bajo las
órdenes de Máximo Gómez, entre las balas que zumbaban en sus oídos,
salvó a su hermano José, gravemente herido. Una leyenda de titán
invencible crecía después de cada combate.
Cuando la Guerra de los Diez Años flaqueaba y se había firmado el
Pacto del Zanjón, Maceo no dejó caer su espada, y en excepcional
ejemplo de intransigencia revolucionaria protesta en Mangos de Baraguá
marcando para siempre la vida de todos los cubanos.
Al dirigir sus tropas hasta los confines de Pinar del Río, durante
la Guerra del 95, el nombre de Antonio Maceo recorrería el mundo, como
protagonista de una de las más grandes epopeyas militares del siglo
XIX.
Tenía tanta fuerza en la mente como en el brazo, dijo Martí. Fue
Antonio Maceo de pluma sagaz, fina cultura autodidacta y profundidad
de pensamiento.
En 1890, un joven señaló en su presencia que Cuba, por fatalidad
geográfica, habría de ser algún día una estrella más en la
constelación estadounidense; Maceo, relampagueante, replicó: "Creo,
joven, aunque me parece imposible, que ese sería el único caso en que
tal vez estaría yo del lado de los españoles".
De Antonio Maceo son estas frases que lo revelan y nos ordenan:
"Cuando Cuba sea independiente solicitaré del Gobierno que se
constituya, permiso para hacer la libertad de Puerto Rico, pues no me
gustaría entregar la espada dejando esclava esa porción de América".
"Siempre estaré por la salvación de mi Patria sobre el triunfo de mis
individuales intereses". "¿Para qué queremos la vida sin el honor de
saber morir por la Patria?" "Muévenos la idea de hacer de nuestro
pueblo dueño de su destino, para cuyo fin necesita ser unido y
compacto."
Un 14 de junio nació otro gigante del pensamiento y la acción, en
otro siglo y otras tierras del mundo: Ernesto Guevara, argentino, hijo
también de Cuba.
Fue el Che aquel joven, que padeciendo un asma cruenta, despertaba
admiración por su voluntad indoblegable, y su espíritu emprendedor e
impetuoso. A los 23 años realiza un largo recorrido por Latinoamérica,
se gradúa de médico y, de paso por México, resulta junto a Raúl, los
primeros seleccionados por Fidel para integrar la expedición del
Granma. Uno de aquellos intensos y palpitantes días, en julio de 1955,
los reunió a los tres.
Desde su incorporación a la causa cubana, el Che se distinguió por
su lealtad y un valor por momentos temerario. La Sierra, la Invasión,
la Batalla de Santa Clara, fueron escenarios de sus hazañas.
Una extraordinaria sensibilidad humana y un carácter de acero lo
acompañaron siempre. Él mismo diría: "el revolucionario verdadero está
guiado por grandes sentimientos de amor. Es imposible pensar en un
revolucionario auténtico sin esta cualidad. Quizás sea uno de los
grandes dramas del dirigente; debe unir a un espíritu apasionado una
mente fría y tomar decisiones dolorosas sin que se le contraiga un
músculo".
Innumerables enseñanzas nos dejó durante su desempeño como
Presidente del Banco Nacional de Cuba y como Ministro de Industrias.
Intransigente ante las indisciplinas y lo mal hecho, se destacó
como marxista-leninista consagrado y creador, pulverizador de
dogmatismos y burocracias, incapaz de hacer la más mínima concesión al
enemigo y crítico severo de todo lo que pudiera afectar a la
Revolución.
Ante los ojos de las generaciones de cubanos que ya no lo
conocimos, están las imágenes del Che levantando un muro, cortando
caña, manejando una combinada, sin camisa en un trabajo voluntario,
jugando ajedrez, ejemplo elevado del líder que no se separa jamás de
la masa que representa y guía.
Guerrillero heroico, estadista brillante, ejemplar padre de
familia, fue el Che realmente un hombre dispuesto a contender siempre,
hasta la victoria. De esto resultaron testigos los combatientes
cubanos que lucharon junto a él. Cuando en octubre de 1965, el Che se
reunió con los militantes del Partido Comunista cubano, en el Congo, y
preguntó quiénes todavía creían en la posibilidad del éxito, solo
cuatro levantaron la mano, pero cuando preguntó quiénes estaban
dispuestos a seguirlo hasta la muerte, todos la levantaron.
Conmovía su intachable ejemplo personal, su autoridad moral y su fe
inquebrantable en la victoria. Ante los que pudieron considerarlo un
aventurero, se les anticipó y dijo que lo era, pero de un tipo
diferente, de los que ponen el pellejo para demostrar sus verdades.
Asesinado en La Higuera, en el corazón mismo de Nuestra América,
pareciera crecer con el tiempo, expandirse su legado y confirmarse sus
verdades.
En la vida y el pensamiento de Maceo y del Che, encontramos los más
sagrados valores por los que luchamos hoy, las más admirables virtudes
que son razón y anhelo de nuestra Revolución Socialista.
Casi 50 años de bloqueo, guerras, terrorismo, campañas mediáticas,
calumnias y todo cuanto ha sido posible imaginar, no ha sido
suficiente para rendir a la Revolución Cubana. Nuestra moral es hoy la
de nuestros cinco hermanos en cárceles de los Estados Unidos, cinco
Guevaras erguidos en las entrañas del monstruo, prueba irrefutable del
odio y la crueldad de que es capaz el imperio y del coraje y valor de
los revolucionarios cubanos.
Diez largos años de injusto y cruel encarcelamiento, sometidos a
inhumanos castigos, privados de las visitas regulares de sus
familiares no han podido quebrar ni sus principios ni sus sonrisas.
Ante la más reciente canallada del sistema judicial y el Gobierno
de los Estados Unidos, seguiremos denunciando el crimen y luchando por
su liberación hasta que regresen a la Patria.
La décima administración estadounidense se va sin cumplir la
promesa de doblegarnos. En las últimas semanas nuevos candidatos
repiten, con unas palabras u otras, similares promesas.
Es usual —y últimamente aun con más frecuencia— que el Gobierno de
los Estados Unidos y su propio Presidente hablen sobre Cuba.
No se refieren a la mafiosa relación entre el propio Gobierno
norteamericano, terroristas y mercenarios internos; por cierto, la
contrarrevolución más cara del mundo en consumo de dólares por
mercenario y la menos eficiente, si se considera la nulidad de sus
actos.
Es una gran suerte de todas formas que opinen, porque sirve para
orientarnos. El día que el Gobierno imperialista, hegemónico y
terrorista de la actual administración de los Estados Unidos,
reconozca algo de la Revolución Cubana o pronuncie una palabra que
pueda parecernos amable, o simplemente decente, debemos revisarnos y
rectificar nuestro rumbo.
Hemos vivido duros años de período especial; y una profunda batalla
de ideas, que se inició en una etapa crucial de la Revolución, ha
dejado grandes enseñanzas. Conocemos nuestros errores e
insuficiencias, y contamos con la unidad y la experiencia para
encararlos y trabajar hasta su erradicación. Libramos nuestra batalla
en un mundo "neoliberalmente" globalizado y convulso, amenazado de
guerras, cambios climáticos y agotamiento de los combustibles fósiles.
Son ya inaccesibles los precios de los alimentos y del petróleo.
El orden internacional irracional, descontrolado e insostenible que
nos ha tocado vivir, impone a los países subdesarrollados crecientes
obstáculos.
Pese a las agresiones del imperio, la hipocresía y el egoísmo de
los poderosos, frente a los cantos de sirena del capitalismo, en un
mundo de exclusión y humillantes desigualdades, los revolucionarios
cubanos, martianos y fidelistas, no renunciaremos a nuestros sueños,
continuaremos la obra sin vacilaciones ni descansos, no solo por el
futuro de nuestra Patria, sino también de América Latina y el Caribe y
de todos los pueblos del mundo.
La nuestra, es una alternativa a la sociedad que promueve el
egoísmo, la avaricia, lo superfluo y la irresponsabilidad. El camino
que hemos recorrido en este medio siglo, ha sido acompañado por la
solidaridad y la esperanza de millones de hombres y mujeres que en
todo el mundo confían en que no les fallaremos jamás, que la
Revolución de Fidel, Raúl y el Che, el Primer Territorio Libre de
América, construirá irreversiblemente el Socialismo.
Tenemos la capacidad, la fuerza y el valor para vencer; y conocemos
que para lograrlo son imprescindibles la unidad del pueblo, la
consagración al trabajo y el ejemplo de los dirigentes.
Cuidemos la unidad de los revolucionarios cubanos como la niña de
los ojos. Nuestra historia nos ha enseñado de manera inequívoca, en
más de una ocasión, que si se pierde la unidad, se pierde la
independencia y peligra la propia nacionalidad cubana.
Hagamos valer la moral de la Revolución con nuestras conductas,
contribuyamos cada uno de los cubanos a la solución de nuestros
propios problemas y al desarrollo de nuestra sociedad; empleemos
nuestras energías, nuestros conocimientos, en hacer avanzar la
Revolución.
Los que ocupamos responsabilidades, cualquiera que sea, asumimos
deberes adicionales.
En una Revolución como la nuestra un error de uno de nosotros, una
falta de un cuadro en el más apartado rincón del país, muchas veces se
percibe por el pueblo como un error del Estado. El jefe autoritario,
el que no participa en los trabajos voluntarios, o en las tareas de la
defensa, el que pasa y no recoge a nadie, el que no sabe escuchar, el
que mira y vive distante del pueblo, ese no puede ser un cuadro de
esta Revolución; ese que no ha sabido, o simplemente no es capaz de
impregnarse del ejemplo sembrado por el Che, no puede ser un cuadro de
esta Revolución.
No renunciaremos a nuestros ideales. Sabemos de la infinita
capacidad de sacrificio, de las reservas morales, de los nobles
sentimientos que atesora el ser humano, y en ellos confiamos para
construir una sociedad mejor.
Razones sobran para el optimismo, la confianza, la fe en la
victoria y en el futuro de nuestro pueblo.
No se trata de ignorar al enemigo, de desconocer los desafíos
ideológicos, de cerrar los ojos ante el reto del inevitable relevo de
la generación que hizo la Revolución y la conduce valerosamente, se
trata de la convicción más profunda de la justeza de las ideas que
defendemos y de la fuerza invencible de un pueblo unido.
Seguimos al Che que está presente en nuestro pueblo, en los indios,
en los hombres y mujeres humildes de la Tierra, con quienes nuestros
médicos y maestros comparten jornadas de luz en lejanos parajes de
Nuestra América y el mundo.
¡HASTA LA VICTORIA SIEMPRE!
¡PATRIA O MUERTE!
¡VENCEREMOS!