Seguridad alimentaria

Consenso y epílogo en Roma

ELSON CONCEPCIÓN PÉREZ
elson.cp@granma.cip.cu

La Cumbre de Seguridad Alimentaria, en Roma, fue la última expresión de la crisis global a que ha sido llevado el sistema de Naciones Unidas, por el gobierno y el presidente de Estados Unidos.

Constelación de Cultura e historia en RomA.

Esta vez la brecha se vio con mayor claridad: los pobres y la FAO misma advertían que el tiempo se acabó y que urgen las soluciones. Al contrario, el representante de Washington y algún que otro trasnochado aliado —del mundo rico y no tan rico—exponían los criterios del Norte, sin la más mínima alusión a las verdaderas causas del hambre.

Quedaba entonces —entre el sabor a frustración de la mayoría y la hipocresía de los menos—, la alternativa de hacer abortar la Cumbre o buscar un consenso. Las reacciones del mundo pobre fueron lanzas contra los paliativos de siempre, y exigencia a encontrar respuestas imperecederas.

El propio director general de la FAO, Jacques Diouf, al inaugurar la Conferencia y ante la presencia de 45 jefes de Estado o Gobierno, unos 100 ministros y otros cientos de representantes de alto nivel, pidió "actuar con urgencia", antes de que fuera tarde.

LA FRUSTRACIÓN

Una Declaración Final donde prevalecen las vagas promesas de migajas financieras, no puede ser ahora la salida que tengan los poderosos como respuesta a esta terrible crisis.

La FAO y su Director General parecían el blanco hacia donde disparaba el representante del Imperio. Los dardos envenenados, esta vez, iban dirigidos a restar credibilidad a la institución, como mismo se han lanzado contra la ONU y contra todo aquello que signifique multilateralismo y no se ajuste a los intereses de un Occidente guiado por el unilateralismo de la hegemónica potencia del Norte.

Esta vez el tema es el hambre, ese flagelo que padecen 1 000 millones de seres humanos. Por ello, todos los líderes africanos, latinoamericanos, asiáticos y de otras latitudes del llamado Tercer Mundo advirtieron sobre la crisis y el posible desencadenamiento dramático como inmediata consecuencia.

Algunos jefes de Estado, incluso, retaron a la propia FAO y a la ONU a cambiar o dejar de ser, pero no continuar bajo la presión, manipulación y el chantaje, a los que pretende conducirlos la administración estadounidense.

También hubo —y hay que reconocerlo— discursos objetivos de gobiernos occidentales que tratan de acercar sus posiciones hacia una realidad imposible de ocultar: el hambre mata cada día, cada minuto, cada segundo, y hay que frenar ese genocidio.

Esos fueron los dos primeros días de la Conferencia, cuando se producían las maratónicas jornadas discursivas, mientras una comisión trataba de elaborar un proyecto de Declaración Final acorde con la razón para lo que fue convocada la Cumbre.

Como un árbitro no designado ni deseado, el representante norteamericano, al que se le aliaron algunos delegados de países ricos o no tan ricos pero pretenciosos, repasó hoja por hoja, párrafo por párrafo, letra por letra, y fue encerrando entre corchetes todo aquello que Washington no aceptaría.

Así se llegó a la última jornada, luego de un agotador trabajo de los portavoces del mundo pobre, del Sur, que buscaban con flexibilidad, la mejor frase para la designación de cada tema. Pero, por principio, trataban de mantener en el texto las ideas reales de la grave situación.

Ante la prepotencia de la representación de Estados Unidos y el complot tabernero al que se unieron otros delegados europeos, e incluso, ante los que optaron por callar como forma de consenso, la inminencia del fracaso se veía llegar como epílogo de tan esperada reunión.

A la hora del cierre y ante el plenario se leía la Declaración Final de la Cumbre sobre Seguridad Alimentaria, efectos del Cambio Climático y Bioenergía.

El momento era tenso en extremo. Algunas delegaciones levantaron su voz para manifestar la frustración ante la falta de contenido del documento. Otras denunciaban la manipulación e imposición de un texto alejado de la vida y de la actualidad. Otros decidieron guardar silencio. La mayoría apoyó a la FAO y a su Director General pero puso objeciones a partes del contenido.

Cuba denunció a los culpables con nombres y apellidos, y llamó al consenso, para no abortar una iniciativa loable y un reclamo universal: el hambre necesita solución.

Así concluía una reunión tan necesaria como urgente. La próxima cita será, quizás, cuando ya hayan sumado varios millones más los muertos por hambre.

EPÍLOGO

Los gladiadores en sus sangrientas batallas para complacer al Emperador.

Cercano al edificio de la FAO, en medio de una constelación de historia y cultura, está lo que fue el Coliseo Romano, levantado por el ingenio humano en torno al año 71 de nuestra era, con capacidad para 50 000 espectadores.

Hasta allí fui a cumplir con un anhelado sueño. Con asombro miraba aquellas estructuras circulares que por más de 500 años dieron cabida a gladiadores que luchaban y morían en espectáculos sangrientos que duraban hasta cien días, y complacían a los emperadores representantes del imperio romano.

Mi pensamiento saltó de pronto en el tiempo y en la historia, y ante mis ojos aparecieron los gladiadores de hoy, los que no luchan para divertir a alguien, sino en el desespero de saber que el hambre los mata por millones.

A mis oídos llegaban las palabras del día anterior en la FAO, las expresadas por los representantes de los nuevos emperadores, los del mundo rico, los de la administración Bush.

Recordé que los gladiadores de antaño, con sus escudos y espadas, además de divertir sádicamente al emperador y su pléyade, buscaban en la mayoría de los casos, que se le quitara la condena que los mantenía como reos.

Ahora el imperio no es el romano, es el norteamericano, y en su diversión diabólica, utiliza en guerras los miles de millones de dólares que hacen falta para combatir el hambre.

Los de ahora parecen divertirse con las aterradoras cifras de los millones que mueren cada año por hambre, o cada minuto por desnutrición, o que no llegan a cumplir los cinco años de edad, debido a enfermedades perfectamente curables.

La única coincidencia entre los que en el Coliseo de Roma se enfrentaban a fieras o entre sí, y los que hoy mueren por hambre, es la indiferencia cómplice, como se advirtió en la Cumbre sobre Seguridad Alimentaria, en Roma.

Y la diferencia, en todo caso, sería aquella célebre y lapidaria frase de los gladiadores romanos: Salve, César, los que van a morir te saludan.

Los de hoy mueren con los estómagos vacíos y sin poder despedirse del mundo que los vio mal vivir.

 

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