Antoni Miró: transeúnte en Cuba

VIRGINIA ALBERDI BENÍTEZ

Foto: YAIMI RAVELOUna doble significación tiene para la vida cultural cubana la presencia de la obra de Antoni Miró en el Museo Nacional de Bellas Artes, con la exposición Transeúntes del silencio, que el artista dedica a Antonio Gades y sus dos mejores amigos en Cuba.

De una parte, la muestra marca el reencuentro de un ejercicio artístico raigalmente comprometido con el mejoramiento humano, y por otra confirma el testimonio de solidaridad que por largos años este artista español ha profesado hacia nuestro país.

Cada una de las obras que ahora expone en la capital cubana es consecuente con su derrotero estético: la aplicación de soluciones originales, cercanas a las posibilidades de la gráfica en función del despliegue de la imagen pictórica, que permiten un acercamiento reflexivo del espectador a problemas acuciantes en la sociedad donde se desempeña.

De ahí que nos sobrecoja la manera directa con que cuestiona, desde una propuesta que rebasa los tópicos del realismo, la relación del hombre con su entorno urbano, con sus vacíos y carencias, contrastándolo permanentemente con una modernidad cuyos patrones de progreso e ilustración han entrado definitivamente en crisis a medida que el capitalismo acentúa sus congénitos rasgos antisolidarios.

Otra arista de la problemática que Miró nos revela en esta muestra pasa por la percepción del ciudadano con el arte, específicamente el que es atesorado por los museos. En tal sentido, el crítico valenciano Ricard Huerta, nos hace observar cómo Miró "participa con su pincel, y a través de sus creaciones, del papel de generador de instantáneas pictóricas; visita el museo y lo recrea en su pintura". Para el crítico "este trabajo tiene, en el fondo, una vertiente pedagógica en el conjunto de las series de Miró, ya que su reflexión es plástica, pictórica, visual, pero ante todo participativa respecto a un nuevo momento cultural". A ello habría que añadir una perspectiva demitificadora del museo como instancia de legitimación de las "bellas artes", en tanto a Miró más bien le interesan los itinerarios espirituales del ser humano en contacto con el arte.

Quienes acudan al Edificio de Arte Universal del Museo Nacional de Bellas Artes deben saber que Miró, a sus 63 años de edad, es uno de los artistas más representativos de la gráfica y la pintura española de las últimas décadas. Desde que realizó su primera exposición individual y funda el Grupo Alcoiart en los sesenta han sido numerosas sus muestras en España y el extranjero.

Hay quienes clasifican su obra dentro del realismo social, a partir de una evolución desde el expresionismo figurativo hasta el fotorrealismo. Mas, hay que desconfiar de las etiquetas. El arte de Miró apunta hacia la reivindicación de la inteligencia crítica. El mismo es un transeúnte por las rutas del conocimiento y la sensibilidad.

La obra grafica de este artista ha itinerado por todas las provincias cubanas gracias a una generosa donación suya. También ha expuesto sus obras con anterioridad en diferentes espacios galéricos de la capital como el Centro Wifredo Lam y la Casa Guayasamín. En el año 2003 la muestra colectiva Viaje de papel, que incluye obras de 17 artistas de diferentes países, europeos en su mayoría, integró un proyecto de Antoni Miró entregado a Cuba en respuesta a las acciones de quienes pretenden aislar nuestro país.

Por todas estas poderosas razones a las que se añade su acercamiento a Cuba, y su admiración por los cubanos, Antoni Miró se ha hecho acreedor a la Distinción por la Cultura Cubana, que ha recibido de manos del Ministro de Cultura, Abel Prieto, en un acto que contó con la presencia de Rubén del Valle, presidente del Consejo Nacional de las Artes Plásticas; Moraima Clavijo, directora del Museo Nacional de Bellas Artes y un nutrido grupo de artistas, especialistas y público en general.

 

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