CIA, muerte, literatura y un poco de cine

ROLANDO PÉREZ BETANCOURT
rolando.pb@granma.cip.cu

En febrero de este año, al presentar en la Feria del Libro la novela de Ken Kesey Alguien voló sobre el nido del cuco, y que diera lugar a un filme igualmente memorable, Atrapado sin salida, hubo un aspecto en la vida del autor que se me quedó pendiente: saber el cómo y el porqué fue atrapado como conejillo de Indias para los experimentos de la Agencia Central de Inteligencia con LSD, el alucinógeno que altera la percepción del tiempo y del espacio y que fue suministrado por el ejército norteamericano a sus soldados en Vietnam.

Sidney Gottlieb, también conocido como “el brujo” y “el rey del veneno”.

Desentrañar el cómo resultó fácil: a principio de los sesenta del pasado siglo, Kesey, en su etapa de estudiante, fue engatusado por la propaganda de un supuesto "experimento del gobierno", que pagaría a voluntarios sometidos a ensayos con el entonces aprobado LSD y que luego servirían para "ciertos tratamientos terapéuticos".

El porqué verdadero del asunto, sin embargo, revistió una asociación de pistas que condujeron a las llamadas "Joyas de la familia", esos documentos desclasificados por la CIA en los que se detallan infamias perpetradas por el espionaje de los Estados Unidos en las décadas de los 60 y 70. Una larga lista donde, entre otras prendas, salen a relucir los numerosos intentos de asesinar a Fidel recurriendo a los métodos más diversos y con una reiterada "simpatía" por la vía química.

Fue así que, atando cabos, fui descorriendo velos de un mundo siniestro regido —al amparo de la CIA, y por ende del gobierno— por un personaje de nombre Sidney Gottlieb y rebautizado dentro de sus propios dominios como "el Doctor muerte", un científico reclutado en el año 1951 y que llegó a convertirse en el jefe de la División de servicios técnicos de la CIA, conocida igualmente como "la Casa de los horrores".

"Han dicho de mí que jugaba a ser Dios —le declaró Gottlieb al escritor Gordon Thomas— y eso es una barbaridad. Me limitaba a utilizar los dones que el Altísimo me había concedido para intentar defender unas convicciones que sigo manteniendo: creo que Estados Unidos tiene derecho a defenderse por todos los medios posibles".

Su hoja de servicio en experimentos con el ser humano es tan larga como heterogénea y resultaría increíble si no fuera por los documentos que lo atestiguan. Sidney Gottlieb fue un experto en inventar y utilizar sustancias químicas para manipular lo mismo las mentes de los aliados que de los enemigos. El LSD fue uno de sus productos probados a diferentes escalas y al escritor Ken Kesey le tocó la parte menos mortífera de la experimentación, porque si bien a partir de su entrega como conejillo se convirtió en un dependiente de las drogas, otros corrieron peor suerte, como sucedió con soldados de su país y con cientos de prisioneros vietnamitas sometidos y asesinados, "vía científica", en un encierro anclado en el mismo sudeste asiático.

Incluso, un estrecho colaborador de Gottlieb, el también químico Frank Olson, encontró la muerte por LSD luego que amenazó con denunciar "lo que estaba sucediendo" con los planes para manipular mentes del proyecto denominado MKULTRA. Olson no era ningún santo y se le atribuye la fabricación de sustancias mortales introducidas en desodorantes, cremas de afeitar y pasta de dientes con destino a figuras muy bien escogidas. Su primer trabajo a las órdenes del "Doctor muerte" fue crear un compuesto que alteraba la identidad sexual. Se probó en una cárcel de Kentucky y buena parte de la población penal quedó impotente durante años. Otras fechorías científicas hizo, pero reaccionó de manera indebida contra los experimentos de su jefe con los veteranos de la guerra de Corea: descargas eléctricas en el cerebro para inducirlos a actos de barbarie y drogas encaminadas a manipular los recuerdos. Ante las amenazas de contarlo todo, Olson fue "trabajado" debida y secretamente con LSD y quince días después de iniciado el tratamiento, él mismo, creyéndose un pájaro en libre vuelo, se lanzó desde la azotea de un hotel en Nueva York.

Parte del proyecto MKULTRA se filtró y dio lugar a un libro, rápidamente llevado a las pantallas en 1962 por John Frankenheimer, El candidato de Manchuria. La cinta tuvo una buena acogida, pero su protagonista y productor, Frank Sinatra, la retiraría durante muchos años de las pantallas, luego de la muerte del presidente Kennedy, ocurrida unos meses después del estreno (en el 2004 se filmó un eficiente remake titulado El mensajero del miedo, que dirigió Jonathan Demme).

Sidney Gottlieb, quien falleció tranquilamente en 1999, gustaba mostrar a sus empleados una placa atornillada en la puerta de su despacho, en los laboratorios de la CIA, con la siguiente inscripción. "El trabajo os hará libres". Era el mismo lema que resaltaba en los campos de exterminio del Tercer Reich, pero no hay constancia de que al químico le interesara resaltar la coincidencia.

En el "proyecto cubano" para acabar con la Revolución, que en 1960 aprobara el presidente Eisenhower, la mente de Gottlieb estuvo febrilmente presente, desde una pretendida pulverización con LSD de los estudios de televisión donde estuviera Fidel, hasta utilizar elementos cancerígenos en el vestuario.

Larga relación sería esa, al igual que otros experimentos que hizo en su país y en zonas de Asia con prostitutas que se convertirían en informantes, gracias a sus preparados químicos, y en los que no vaciló en inmiscuir a sus propios hombres, a los que pagaba con fondos especiales de la CIA. A él se le deben también los ensayos más inconcebibles relacionados con la tortura, a partir de legados provenientes de la Edad Media.

Varios directores de la CIA lo auparon hasta que el aquelarre que armó resultó tan grande que discretamente lo corrieron. Antes de irse declaró algo que no sé si antes de morir, Ken Kesey, el gran escritor de Alguien voló sobre el nido del cuco —su conejillo de Indias sin saberlo— habrá leído. Algo sin tiempo ni espacio y de una actualidad estremecedora: "Por lo general, matar no está bien, pero es permisible cuando está en juego la seguridad nacional de los Estados Unidos. La decisión de matar no debe tomarse a la ligera, pero una vez tomada, debe llevarse adelante, porque ya no es momento de plantearse cuestiones morales".

 

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