Desentrañar el cómo resultó fácil: a principio de los sesenta del
pasado siglo, Kesey, en su etapa de estudiante, fue engatusado por
la propaganda de un supuesto "experimento del gobierno", que pagaría
a voluntarios sometidos a ensayos con el entonces aprobado LSD y que
luego servirían para "ciertos tratamientos terapéuticos".
El porqué verdadero del asunto, sin embargo, revistió una
asociación de pistas que condujeron a las llamadas "Joyas de la
familia", esos documentos desclasificados por la CIA en los que se
detallan infamias perpetradas por el espionaje de los Estados Unidos
en las décadas de los 60 y 70. Una larga lista donde, entre otras
prendas, salen a relucir los numerosos intentos de asesinar a Fidel
recurriendo a los métodos más diversos y con una reiterada
"simpatía" por la vía química.
Fue así que, atando cabos, fui descorriendo velos de un mundo
siniestro regido —al amparo de la CIA, y por ende del gobierno— por
un personaje de nombre Sidney Gottlieb y rebautizado dentro de sus
propios dominios como "el Doctor muerte", un científico reclutado en
el año 1951 y que llegó a convertirse en el jefe de la División de
servicios técnicos de la CIA, conocida igualmente como "la Casa de
los horrores".
"Han dicho de mí que jugaba a ser Dios —le declaró Gottlieb al
escritor Gordon Thomas— y eso es una barbaridad. Me limitaba a
utilizar los dones que el Altísimo me había concedido para intentar
defender unas convicciones que sigo manteniendo: creo que Estados
Unidos tiene derecho a defenderse por todos los medios posibles".
Su hoja de servicio en experimentos con el ser humano es tan
larga como heterogénea y resultaría increíble si no fuera por los
documentos que lo atestiguan. Sidney Gottlieb fue un experto en
inventar y utilizar sustancias químicas para manipular lo mismo las
mentes de los aliados que de los enemigos. El LSD fue uno de sus
productos probados a diferentes escalas y al escritor Ken Kesey le
tocó la parte menos mortífera de la experimentación, porque si bien
a partir de su entrega como conejillo se convirtió en un dependiente
de las drogas, otros corrieron peor suerte, como sucedió con
soldados de su país y con cientos de prisioneros vietnamitas
sometidos y asesinados, "vía científica", en un encierro anclado en
el mismo sudeste asiático.
Incluso, un estrecho colaborador de Gottlieb, el también químico
Frank Olson, encontró la muerte por LSD luego que amenazó con
denunciar "lo que estaba sucediendo" con los planes para manipular
mentes del proyecto denominado MKULTRA. Olson no era ningún santo y
se le atribuye la fabricación de sustancias mortales introducidas en
desodorantes, cremas de afeitar y pasta de dientes con destino a
figuras muy bien escogidas. Su primer trabajo a las órdenes del
"Doctor muerte" fue crear un compuesto que alteraba la identidad
sexual. Se probó en una cárcel de Kentucky y buena parte de la
población penal quedó impotente durante años. Otras fechorías
científicas hizo, pero reaccionó de manera indebida contra los
experimentos de su jefe con los veteranos de la guerra de Corea:
descargas eléctricas en el cerebro para inducirlos a actos de
barbarie y drogas encaminadas a manipular los recuerdos. Ante las
amenazas de contarlo todo, Olson fue "trabajado" debida y
secretamente con LSD y quince días después de iniciado el
tratamiento, él mismo, creyéndose un pájaro en libre vuelo, se lanzó
desde la azotea de un hotel en Nueva York.
Parte del proyecto MKULTRA se filtró y dio lugar a un libro,
rápidamente llevado a las pantallas en 1962 por John Frankenheimer,
El candidato de Manchuria. La cinta tuvo una buena acogida,
pero su protagonista y productor, Frank Sinatra, la retiraría
durante muchos años de las pantallas, luego de la muerte del
presidente Kennedy, ocurrida unos meses después del estreno (en el
2004 se filmó un eficiente remake titulado El mensajero del miedo,
que dirigió Jonathan Demme).
Sidney Gottlieb, quien falleció tranquilamente en 1999, gustaba
mostrar a sus empleados una placa atornillada en la puerta de su
despacho, en los laboratorios de la CIA, con la siguiente
inscripción. "El trabajo os hará libres". Era el mismo lema que
resaltaba en los campos de exterminio del Tercer Reich, pero no hay
constancia de que al químico le interesara resaltar la coincidencia.
En el "proyecto cubano" para acabar con la Revolución, que en
1960 aprobara el presidente Eisenhower, la mente de Gottlieb estuvo
febrilmente presente, desde una pretendida pulverización con LSD de
los estudios de televisión donde estuviera Fidel, hasta utilizar
elementos cancerígenos en el vestuario.
Larga relación sería esa, al igual que otros experimentos que
hizo en su país y en zonas de Asia con prostitutas que se
convertirían en informantes, gracias a sus preparados químicos, y en
los que no vaciló en inmiscuir a sus propios hombres, a los que
pagaba con fondos especiales de la CIA. A él se le deben también los
ensayos más inconcebibles relacionados con la tortura, a partir de
legados provenientes de la Edad Media.
Varios directores de la CIA lo auparon hasta que el aquelarre que
armó resultó tan grande que discretamente lo corrieron. Antes de
irse declaró algo que no sé si antes de morir, Ken Kesey, el gran
escritor de Alguien voló sobre el nido del cuco —su conejillo
de Indias sin saberlo— habrá leído. Algo sin tiempo ni espacio y de
una actualidad estremecedora: "Por lo general, matar no está bien,
pero es permisible cuando está en juego la seguridad nacional de los
Estados Unidos. La decisión de matar no debe tomarse a la ligera,
pero una vez tomada, debe llevarse adelante, porque ya no es momento
de plantearse cuestiones morales".