Che:
¿dónde te puedo escribir? Me dirás que a cualquier parte, a un minero
boliviano, a una madre peruana, al guerrillero que está o no está pero
estará. Todo esto lo sé, Che, tú mismo me lo enseñaste, y además esta
carta no sería para ti. Cómo decirte que nunca había llorado tanto
desde la noche en que mataron a Frank, y eso que esta vez no lo creía.
Todos estaban seguros, y yo decía: no es posible, una bala no puede
terminar el infinito, Fidel y tú tienen que vivir, si ustedes no
viven, cómo vivir. Hace catorce años veo morir a seres tan
inmensamente queridos, que hoy me siento cansada de vivir, creo que ya
he vivido demasiado, el sol no lo veo tan bello, la palma, no siento
placer en verla; a veces, como ahora, a pesar de gustarme tanto la
vida, que por esas dos cosas vale la pena abrir los ojos cada mañana,
siento deseos de tenerlos cerrados como ellos, como tú.
Cómo puede ser cierto, este continente no merece eso; con tus ojos
abiertos, América Latina tenía su camino pronto. Che, lo único que
pudo consolarme es haber ido, pero no fui, junto a Fidel estoy, he
hecho siempre lo que él desee que yo haga. ¿Te acuerdas?, me lo
prometiste en la Sierra, me dijiste: no extrañarás el café, tendremos
mate. No tenías fronteras, pero me prometiste que me llamarías cuando
fuera en tu Argentina, y cómo lo esperaba, sabía bien que lo
cumplirías. Ya no puede ser, no pudiste, no pude. Fidel lo dijo, tiene
que ser verdad, qué tristeza. No podía decir "Che", tomaba fuerzas y
decía "Ernesto Guevara", así se lo comunicaba al pueblo, a tu pueblo.
Qué tristeza tan profunda, lloraba por el pueblo, por Fidel, por ti,
porque ya no puedo. Después, en la velada, este gran pueblo no sabía
qué grados te pondría Fidel. Te los puso: artista. Yo pensaba que
todos los grados eran pocos, chicos, y Fidel, como siempre, encontró
los verdaderos: todo lo que creaste fue perfecto, pero hiciste una
creación única, te hiciste a ti mismo, demostraste cómo es posible ese
hombre nuevo, todos veríamos así que ese hombre nuevo es la realidad,
porque existe, eres tú. Que más puedo decirte, Che. Si supiera, como
tú, decir las cosas. De todas maneras, una vez me escribiste: "Veo
que te has convertido en una literata con dominio de la síntesis, pero
te confieso que como más me gustas es en un día de año nuevo, con
todos los fusibles disparados y tirando cañonazos a la redonda. Esa
imagen y la de la Sierra (hasta nuestras peleas de aquellos días me
son gratas en el recuerdo) son las que llevaré de ti para uso propio".
Por eso no podré escribir nunca nada de ti y tendrás siempre ese
recuerdo.
Hasta la victoria siempre, Che querido.
Pequeños, fijos,
penetrantes ojos
Fíjese, Rama, cuántos no criticaron a Che, cuántos no lo criticarán
porque ellos no pueden ser Che, ve que cosa tan pequeña, otros no lo
criticarán, dirán: ¿ni él pudo? Con eso muchos creerán que se dice de
él algo grande y con eso le estarán haciendo una crítica muy sutil a
sus ideas, porque él sí pudo, tal vez para seguir pudiendo le faltaron
hombres que no fueron junto a él porque sabían que no podían ser él,
esos son algunos, otros porque de verdad prefieren esa vida pequeña en
el trajín diario y no hacer algo que puede lucir pequeño pero es
grandioso al lado de la pequeñez cotidiana, por eso creo que debemos
estar alertas, si no somos capaces de hacer cosas, hechos, sí tener
honestidad para quienes todo lo dieron sin pedir nada, para quien
teniendo todo, historia, un pueblo que lo hizo suyo, el poder para
crear cosas grandes, pero más cómodamente, hijos, «críos» como decía
él, una compañera que era amada por él y que lo adoraba, ¿qué más
podía pedirle a la vida? Lo que no saben los pequeños es que él no le
pedía nada a la vida, lo que deseaba era darle, todo lo dio y todo nos
dejó.
Tal vez le harán justificados monumentos en bronce, en mármol, en
piedra, no sé en qué se lo harán, lo que sí sé «que algún viajero
llegará al anochecer, y sin sacudirse el polvo del camino, no
preguntará dónde se come o se duerme, sino cómo se va adonde está la
estatua» y allí rendirán generaciones y generaciones tributo «A todos:
al héroe famoso y al último soldado, que es un héroe desconocido» ,
pero nunca tan desconocido para no rendirle ese tributo.
No puedo negarle, Rama, que el dolor nos aplasta por momentos la
indignación, y sabiendo que ese viajero llegará un día, allí a su
estatua, cuánto diéramos por ver sus ojos abiertos, ¿por qué si tantos
que nada importaría que estuvieran abiertos o cerrados porque de
ninguna forma ven, podrán estar muy abiertos pero sin luz, y la luz
que puedan apagarla, aunque sea por un tiempo, sabemos muy bien, que
otros alumbrarán, cuanto podían haber alumbrado esos, pequeños, fijos,
penetrantes ojos, pero de todas maneras sabemos que alumbrarán y
diremos, «Ahora es el viento, ahora es el Che peleando para siempre en
el aire del mundo».
* Este fragmento pertenece a una carta de Haydée Santamaría
dirigida a Ángel Rama, escritor uruguayo, con fecha 23 de noviembre de
1967.