El jinete y el personaje

ROLANDO PÉREZ BETANCOURT
rolando.pb@granma.cip.cu

Durante varios días se exhibe en el Chaplin el filme ruso El jinete llamado muerte (2004) en ocasión de encontrarse en nuestro país su realizador, Karen Shajnazarov, director de los estudios Mosfilm y un viejo conocido del espectador cubano a partir de la calidad de sus películas, algunas de las cuales están siendo vistas también en una retrospectiva.

El jinete llamado muerte toma su título del Apocalipsis, último libro del Nuevo Testamento, texto rico en alegorías y por lo tanto sujeto a numerosas interpretaciones. La cinta fue una de las más exitosas en su país en los últimos tiempos y aunque se trata de una obra de ficción, se sustenta en una novela autobiográfica impregnada de un devoto misticismo y escrita por Boris Savinkov, a quien en su tiempo se le conoció como "el rey del terror".

Si bien una de las virtudes de la película de Shajnazarov lo constituye el trazado artístico del personaje y sus motivaciones, hay algunos aspectos que merecen un comentario de signo histórico.

Boris Savinkov perteneció al llamado Partido de los Socialistas Revolucionarios, que contrario al partido Bolchevique abogaba por cambios sociales menos radicales, es decir, revolución contra los monarcas, pero no demasiada revolución. Fue Savinkov un enemigo declarado del zarismo y para combatirlo se convirtió en un teórico (y ejecutor, él mismo) de los métodos terroristas encaminados a eliminar a figuras prominentes de la autocracia. Hizo del terror un ideal en sí y las cuestiones programáticas tenían una importancia secundaria, o simplemente ninguna.

Es conocido que los miembros del partido de Savinkov —siempre con la dinamita en la mano— se consideraban más revolucionarios que los marxistas. Lenin calificaría a esos social-revolucionarios, y en especial a Savinkov, con una frase impar: "un radical burgués con bombas en los bolsillos". Y no se equivocó. Savinkov demostró no comprender ni sentir el marxismo y muy pronto se pasó a las filas de la contrarrevolución. Tal como había hecho con prominentes figuras del zarismo, volcó las armas del terror contra dirigentes de la Revolución Socialista de Octubre, se puso al servicio de las potencias que marcharon en contra de la URSS, fue ministro de guerra con Kerenski y organizó la insurrección antisoviética de Yaroslav, en el verano de 1924.

Algunos de los aspectos anteriores no aparecen en la película porque lo que al director le interesa, y lo logra, gracias también a las excelentes actuaciones, es trazar un perfil del mundo, tanto físico como mental en que se movió el personaje. Un drama psicológico bien armado y en el que no faltan espacios para los conflictos amorosos y, por supuesto, los indispensables elementos de acción, aunque sin llegar al thriller (los hechos de violencia que aparecen en el filme fueron reconstruidos a partir de una rigurosidad histórica).

Los que lo trataron dejaron constancia de que Savinkov tenía una personalidad muy complicada, e inmerso en su devastación moral trató de superar una crisis espiritual perenne. Su nivel intelectual era alto, conocía las obras de Nietzsche y de Dostovieski y los que leyeron el libro que da pie a la película afirman que su capacidad descriptiva es excelente. De ahí el mérito del director Shajnazarov de entrar en una mente y un tiempo histórico tan complicados y devolvérnoslos de una manera artísticamente convincente.

 

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