Cuando la letra y la imagen se juntan

VIRGINIA ALBERDI BENÍTEZ

En un cuerpo literario como el de Cuba, que comenzó a crecer bajo el reinado de la imagen hace 400 años con el poema épico Espejo de paciencia, de Silvestre Balboa, no es sorprendente que varios creadores se hayan expresado indistintamente desde la palabra y el lienzo.

Fuerza de trabajo, de Marcelo Pogolotti.

El Museo Nacional de Bellas Artes reúne, desde este mes en la sala de exposiciones transitorias del Edificio de Arte Cubano, una selección de obras plasmadas por artistas que de manera consistente y para nada esporádica legaron textos literarios significativos. No son, valga la aclaración, pintores que algún día mostraron interés por la escritura ni escritores que incursionaron en el dibujo y la pintura compulsados por una peregrina afición.

Se trata, como certeramente apuntó en el plegable de presentación la notable historiadora de arte y crítica Adelaida de Juan, de mostrar piezas que "se sostienen como obras en sí y fueron realizadas a lo largo de un siglo" y poner de relieve "una escogida significativa de la doble línea creadora en que han trabajado algunos escritores y pintores cubanos".

Como punto de partida se nos presenta a la poetisa Juana Borrero (1877 – 1896), aquella muchacha descrita por Julián del Casal del siguiente modo: "Tez de ámbar, labios rojos / pupilas de terciopelo / que más que el azul del cielo / ven del mundo los abrojos". Sus Retrato de Doña Crucecita y El trovador sugieren una sensibilidad entrenada para aportar matices psicológicos.

A Carlos Enríquez, uno de los indiscutibles maestros de la vanguardia y artista cuya influencia se ha hecho visible en el tiempo, le acompañan aquí fragmentos de una muy apreciable novela suya, Tilín García, que arroja una fuerza verbal también presente en sus poderosas composiciones plásticas.

Para el espectador que trata de hilvanar las líneas conductoras de la evolución pictórica cubana del siglo XX, le resultará asombroso descubrir en Arístides Fernández a un pintor de depurado oficio y sutil indagación. Quien fue uno de los tempranos maestros del cuento moderno en nuestras letras legó una obra plástica en la que sobresalen piezas como las expuestas en Bellas Artes.

Exponente decisivo de la vanguardia, Marcelo Pogolotti nos recuerda cómo puede articularse la vocación social con la inspiración innovativa, en piezas como Fuerza de trabajo. Y si se quiere tener un fresco de la vida social y cultural cubana de la primera mitad del siglo pasado, es imprescindible repasar las páginas del testimonio Del barro y las voces.

Valorado como uno de los maestros del expresionismo abstracto —las dos telas expuestas en Bellas Artes así lo confirman—, Julio Girona encontró tardíamente en la literatura un vehículo de reflexión y elaboración artística.

Pintores y poetas fueron con igual altura Fayad Jamís y Samuel Feijóo, de expresiones de gran intensidad en ambas zonas de la creación, Ese mismo rango se mantiene en el quehacer, todavía muy activo, de Pedro de Oráa, uno de nuestros mejores abstractos.

Otra mujer irrumpe en la muestra: Cleva Solís. A once años de su desaparición todavía le debemos mayor jerarquía tanto en la poética —donde acriolló el decir de Rilke— como en lo pictórico, terreno en el que un aire de lírico misterio vela sus composiciones.

El maestro Adigio Benítez ocupa el lugar que merece una obra pródiga en hallazgos y siempre transida de renovaciones. Aquí se presentan piezas de la serie Soldadores, de estilizadas neoifiguraciones de linaje geométrico. Sería bueno revisar su para nada desdeñable obra poética.

Requerido de una mirada mucho más detenida se halla el paso de Miguel Collazo por la pintura. Gracias al aporte de su viuda, la actriz Xiomara Palacios, se aprecian en la exposición dos óleos suyos, que en gran medida se relacionan con un mundo literario nutrido por visiones fantásticas e imágenes sorpresivas en la ficción.

Por último, mas por ello no menos importante, aparece Felipe Orlando, un ser que itineró durante el siglo pasado entre su Cuba natal, México, Estados Unidos y España, y que escribió la novela El perro petrificado. Con la visión de su Doble retrato, de 1943, el espectador recibe una lección de sobriedad figurativa.

 

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