El rey de California

ROLANDO PÉREZ BETANCOURT
rolando.pb@granma.cip.cu

"Si no te puedo creer, simplemente deseo acompañarte", le dice Miranda, una muchachita de dieciséis años a su padre Charlie, recién salido de un sanatorio mental. Ella es Evan Rachel Word y él Michael Douglas y la actuación de ambos vale la película, El rey de California, de estreno esta semana en los cines.

Se trata del debut en el largometraje de Mike Cahill, director y guionista y un producto del llamado cine independiente, ese gran suministrador de talentos de donde últimamente, a ritmo de tiburón hambriento, se nutre la gran industria.

La historia es algo inverosímil pero funciona muy bien en su lado sentimental y humano. El punto de gira es la soledad que embarga a padre e hija luego de que la madre de ella emprendiera el camino del abandono. La muchachita dice tener veinte años para poder trabajar, conducir un destartalado carro y mantener a flote la casa. Él ha sido un soñador eterno que tras la reclusión llega con el proyecto alocado de buscar un viejo tesoro escondido por un fraile español: detectores de metales, mapas, hoyos que se cavan por doquier, una cueva submarina y un final que habla de la verdad quijotesca que puede mover a ciertas mentes en apariencia no muy claras.

En un principio desconcierta algo el tono de comedia de la película y la insistencia en ciertas astracanadas, y hasta se llega a pensar que estamos ante el clásico filme de "locos simpáticos" tan caro a Hollywood. Pero no. El asunto toma fuerza y se convierte en una liga de comedia de aventuras y drama que mediante la inserción de escenas del pasado (la niñita que desde siempre ha sido un sostén moral del padre) y los vínculos de tolerancia que los vuelve a unir en el presente, conmueve y nos hace reflexionar sobre esas pequeñas grandezas de las relaciones afectivas.

En el fondo de la trama hay una referencia a La tempestad, de Shakespeare, magnificada en el fulgor melancólico de esa muchacha obligada a una rápida maduración y que sin creer en un principio en su padre, sabe que él necesita probarse y decide acompañarlo en sus travesuras, como la mejor manera de hacer ver que el amor es una fórmula maravillosa para contrarrestar las tribulaciones.

No hay confusión de estilos en El rey de California, sino más bien un ardid para que pasemos, casi sin darnos cuenta, de la comedia a un lindo drama.

 

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