"Si
no te puedo creer, simplemente deseo acompañarte", le dice Miranda,
una muchachita de dieciséis años a su padre Charlie, recién salido
de un sanatorio mental. Ella es Evan Rachel Word y él Michael
Douglas y la actuación de ambos vale la película, El rey de
California, de estreno esta semana en los cines.
Se trata del debut en el largometraje de Mike Cahill, director y
guionista y un producto del llamado cine independiente, ese gran
suministrador de talentos de donde últimamente, a ritmo de tiburón
hambriento, se nutre la gran industria.
La historia es algo inverosímil pero funciona muy bien en su lado
sentimental y humano. El punto de gira es la soledad que embarga a
padre e hija luego de que la madre de ella emprendiera el camino del
abandono. La muchachita dice tener veinte años para poder trabajar,
conducir un destartalado carro y mantener a flote la casa. Él ha
sido un soñador eterno que tras la reclusión llega con el proyecto
alocado de buscar un viejo tesoro escondido por un fraile español:
detectores de metales, mapas, hoyos que se cavan por doquier, una
cueva submarina y un final que habla de la verdad quijotesca que
puede mover a ciertas mentes en apariencia no muy claras.
En un principio desconcierta algo el tono de comedia de la
película y la insistencia en ciertas astracanadas, y hasta se llega
a pensar que estamos ante el clásico filme de "locos simpáticos" tan
caro a Hollywood. Pero no. El asunto toma fuerza y se convierte en
una liga de comedia de aventuras y drama que mediante la inserción
de escenas del pasado (la niñita que desde siempre ha sido un sostén
moral del padre) y los vínculos de tolerancia que los vuelve a unir
en el presente, conmueve y nos hace reflexionar sobre esas pequeñas
grandezas de las relaciones afectivas.
En el fondo de la trama hay una referencia a La tempestad,
de Shakespeare, magnificada en el fulgor melancólico de esa muchacha
obligada a una rápida maduración y que sin creer en un principio en
su padre, sabe que él necesita probarse y decide acompañarlo en sus
travesuras, como la mejor manera de hacer ver que el amor es una
fórmula maravillosa para contrarrestar las tribulaciones.
No hay confusión de estilos en El rey de California, sino
más bien un ardid para que pasemos, casi sin darnos cuenta, de la
comedia a un lindo drama.