Mayor General Ignacio Agramonte y Loynaz

Deber y amor

Raquel Marrero Yanes

Allá por el año 1866, en el viejo Puerto Príncipe, hoy Camagüey, un joven frecuentaba los salones de las fiestas del San Juan y se fijaba en unos ojos azules que lo cautivaban. Él, Ignacio Agramonte; ella, Amalia Simoni, una cándida muchacha camagüeyana con belleza, comprensión y personalidad.

El amor alimentó esta pareja de novios, que encontró entre sí un refugio mutuo e identificación patriótica. Mientras, otros deberes los ataban cada vez más a la Patria.

El mozo de holgada fortuna, el lector, el liceísta de fina sensibilidad, el abogado, todo lo dejó al enérgico mandato de la Patria y al reclamo de su tiempo. Se convirtió en uno de los más señalados jefes de la Revolución iniciada en 1868. Hombre rotundo que se levantó en una asamblea para decir que si no había armas se peleaba con la vergüenza; desafiaba la muerte a la vanguardia de sus tropas y cumplía su deber con severidad espartana. Era un ser dotado de sano y profundo sentimiento, capaz, de conmovedora delicadeza y expresiones de ternura.

Uno de los rasgos que le imprimó a la vida de Agramonte categoría de romance épico, fue su amor con Amalia Simoni. El amor y el patriotismo se conservó en el tiempo a través de un extenso epistolario.

Las cartas de La Habana a Puerto Príncipe, a la novia primero y de las Minas de Jimaguayú a la esposa después, manifestaron la pasión. Reflejaron una cuota de amor y de odio a la España que lo veja en su hombría de cubano.

Las cartas son testimonios de valor histórico. Revelan esencias de la personalidad del patriota. Ratifican el modo de pensar, concebir y actuar ante acciones de la vida. Revelan la embriaguez de amor y devoción que no atenuó la distancia ni el fragor en la lucha.

Solo tres meses tuvieron de felicidad los jóvenes, porque el camagüeyano se levantó en armas por la independencia. Los momentos exigían sacrificios para el fiel amante. No obstante estuvieron unidos siempre en el deber y el amor.

"¼ Sí, Amalia de mi vida, eres mi único delirio; a nadie, a nadie amo tanto como a ti. Jamás lo dudes. Me siento tan dichoso amándote y siendo el objeto de tu amor!

No vuelves a quedar sola otra vez, como dices; allá te acompaña mi pensamiento que nunca te deja, mi amor está contigo; allí tienes mi alma".

Habana, enero 17 de 1867.

"En una de tus cartas leo estas palabras: tu deber antes que mi felicidad es mi gusto, Ignacio mío. Y cómo no amarte si eres tan grande, si tan elevado es tu corazón. Sí, Amalia, me siento arrastrado hacia ti porque se ama lo bueno, y se adora lo bello. Sin embargo, yo te aseguro que vacilaría si alguna vez encontrara tu felicidad y mi deber frente a frente; creo que ya te lo dije en otra ocasión. Ojalá nunca se encuentren".

San Diego, abril 13 de 1867.

"Ya la resignación en lo tocante a nuestra ausencia se agota y hace aumentar mi odio a los españoles. ¡Cuánto nos ha hecho sufrir siempre la separación! Cuba exige grandes sacrificios; pero Cuba será libre a toda costa".

Camagüey, enero 12 de 1871.

"Idolatrada esposa mía: Mi pensamiento más constante en medio de tantos afanes es el de tu amor y el de mis hijos. Pensando en ti, bien mío, paso mis horas mejores, y toda mi dicha futura la cifro en volver a tu lado después de libre Cuba. ¡Cuántos sueños de amor y de ventura, Amalia mía!"

Camagüey, julio 1 de 1871.

Amalia en su última misiva.

"Yo te ruego Ignacio idolatrado, por nuestros hijos, por tu madre y por tu angustiada Amalia, que no te abatas con esa desesperación que me hace creer que ya no te interesa la vida. Además de por Cuba debes cuidarte, ser más prudente, exponer menos un brazo y una inteligencia que tanto ella necesita¼ ".

30 de abril de 1873.

Ignacio nunca llegó a recibir esa carta. Unos días después, cabalgando en las sabanas de Jimaguayú, cayó El Mayor herido de muerte el 11 de mayo de 1873. La Patria recibió el homenaje de su sangre generosa.

 

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