La fétida ruina de la educación en Iraq

BAGDAD, 28 de abril.— Incluso después de que estallaran los enfrentamientos en el vecindario de Ciudad Sadr, al este de Bagdad, Thamir Saadoun aún trataba de ir a la escuela, esperando que estuviera abierta. Un día el guardia le dijo que se fuera a casa. Eso fue hace más de dos semanas.

El soldado yanki atemoriza con su rifle a una niña iraquí.

"Extraño a mis amigos. No los he visto durante semanas, quiero jugar con ellos", dijo Saadoun, de 12 años.

"Estoy harto de estar sentado en casa. Quiero regresar a la escuela para estudiar y ser un doctor, para atender personas heridas en el futuro, si ocurren ataques", agregó.

El sistema educativo de Iraq, que solía ser la envidia de Oriente Medio, ahora está en ruinas, según reporta Reuters.

La violencia, el colapso de la infraestructura escolar y el desplazamiento en masa tanto de alumnos como de maestros, han convertido a muchas de las escuelas iraquíes en fétidas ruinas, poniendo en riesgo el futuro de millones de niños como Saadoun.

A finales de la década de 1980, después de inyectar el dinero por las utilidades del petróleo en la educación escolar, Iraq había virtualmente eliminado el analfabetismo.

Pero después de dos décadas de sanciones económicas y guerra, un tercio de los adultos iraquíes ahora no sabe leer, declaró el ministro de Educación, Khodhair al-Khozaei.

"Es un problema que no puede ser resuelto con una varita mágica. Necesitamos más de 4 300 nuevas escuelas, las existentes están en malas condiciones y la población está en aumento", afirmó.

No hay otro lugar de Iraq que ejemplifique más la severidad de la crisis que el barrio de Thamir, en Ciudad Sadr. Este tiene una población estimada de dos millones de habitantes, de ellos más de 500 000 escolares, pero con solo 260 colegios, muchos apenas utilizables.

Helicópteros de combate estadounidenses constantemente sobrevuelan el lugar, a la caza de rebeldes.

Durante una reciente visita a la escuela primaria al-Khaldiya, en Ciudad Sadr, aguas residuales no tratadas se filtraban sobre el suelo desde caños tapados y agujereados, llenando las aulas con un hedor opresivo.

 

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