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Ellos conocieron a Mella
A 105 años de su nacimiento, cuatro opiniones
sobre su fecunda vida
Pablo de la Torriente
Brau
Julio Antonio Mella, joven, bello e insolente, como un héroe
homérico, agonizaba de manera dramática en la Quinta del Centro de
Dependientes, abatido día a día por una decisión de no ingerir
alimentos, como protesta por su arbitraria prisión.
Machado, que era lépero en política, y astuto en los negocios, se
cegaba al olor de la sangre. El subconsciente de carnicero lo
perdía. ¡Machado era incapaz de comprender lo que significaba Mella,
muerto de hambre por pedir justicia!¼ ¡Y
Mella se moría!¼
Raúl Roa
Mella se transformó en pocos días en un gran líder estudiantil,
en el más auténtico líder estudiantil que hasta ahora ha producido
Cuba. El histórico Patio de los Laureles fue el escenario de sus más
resonantes triunfos de entonces. Tantas veces lanzó su palabra
violenta y magnética desde aquel sitio, que cree uno aún percibir el
eco de su oratoria encrespada y sonora. Recuerdo la última vez que
lo oí hablar. Fue el 26 de noviembre de 1925... La atmósfera era
tensa. Mella —aclamado por todos— subió a la improvisada tribuna. Su
mirada resuelta y brillante se recogió un momento en sí misma, y
luego, con gesto dominador y altivo, la melena flameante, el brazo
poderoso rubricando el aire, rompió a hablar. Cuando concluyó, toda
aquella muchedumbre de jóvenes enardecidos pugnaba por estrecharlo
en sus brazos.
Rubén Martínez Villena
Estamos aquí para tributar el homenaje merecido a Julio Antonio
Mella, inolvidable para nosotros, que entregó su juventud, su
inteligencia, todo su esfuerzo y todo el esplendor de su vida a la
causa de los pobres del mundo, de los explotados, de los humildes.
Pero no estamos solo aquí para rendir ese tributo a sus
merecimientos excepcionales. Estamos aquí, sobre todo, porque
tenemos el deber de imitarlo, de seguir sus impulsos, de vibrar al
calor de su generoso corazón revolucionario.
José Zacarías Tallet
Un día se personó Mella en el local de Veteranos y Patriotas y
ofreció dramáticamente al movimiento regenerador "los seiscientos
brazos de los trescientos estudiantes" que él presidía.
Así conocí a Mella y a poco era su amigo. Nos veíamos
diariamente. Recuerdo que un día lo acompañaba yo hasta su casa,
sita en los altos de la sastrería que tenía su padre en la calle de
Obispo. Poco antes de llegar a su domicilio, nos hirió la vista un
infeliz pordiosero que a duras penas arrastraba su humanidad
contrahecha pidiendo limosna. Julio se conmovió visiblemente
indignado. "Para evitar —exclamó— que puedan producirse estos
espectáculos y otros parecidos hay que luchar hasta la muerte."
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