Un
sueño recurrente suele sorprenderlo: él, en medio de un salón donde
refulgen líneas de plomos bajo la luz fría, chaveta en mano y
confeccionando páginas del periódico. Lo explica diciéndose que quizás
sea porque nunca fue "proclamado" cajista con plaza fija por aquellos
veteranos del oficio que, con toques de codo y guiños cómplices,
comentaban los progresos del quinceañero en el taller del periódico
Hoy.
Para Rolando Pérez Betancourt habría sido su "techo". Llegar a ser
un buen obrero gráfico, como su hermano, y ganar un salario más o
menos decoroso. Su madre lo merecía. Desde que tuvo uso de razón la
vio trabajar muy duro para mantenerlos.
El adolescente que abandonó la escuela para trabajar de vendedor
ambulante, encontró en aquel noviembre de 1960 la puerta grande que
una nueva vida le abría: "Pertenezco a una generación de la calle que
aprovechó todas las oportunidades que sin condiciones ofrecía la
Revolución".
Jornadas de 14 y 15 horas diarias y "con las noticias más tremendas
pasando por mi componedor de titulares: el bombardeo a La Habana,
Fidel proclamando el Patria o Muerte, la invasión mercenaria a Playa
Girón, la alegría nerviosa, inmensa, de buscar en las cajuelas las
letras que darían cuenta de la victoria sobre los mercenarios". Y
luego, la satisfacción de mostrarle el periódico a su madre y decirle:
mira, este título lo confeccioné yo, y este otro también, y ella
orgullosa de que su hijito solito fuera capaz de ¡hacer todo el
periódico! Pero transcurrido un tiempo no fue suficiente para él y una
noche tocó a la puerta del despacho de Blas Roca, director de Hoy.
—Blas, quiero ser periodista.
De madrugada, todavía las manos entintadas, se sentaba en las
máquinas de escribir, a esa hora vacías. Y en las paradas de las
guaguas, esperando la confronta, se inventaba los más disímiles
leads periodísticos como si hubiera ido a reportar una noticia.
Cuando se funden Revolución y Hoy para dar paso a Granma ya
trabajaba como diseñador (formatista se decía entonces) y escribía
también en la página deportiva.
Reportajes, crónicas en Granma, cientos de ellas, "a mediado
de los años sesenta recorro el país, subo lomas, parto en travesías
marítimas, me meto en los cañaverales y me deslumbro con las
transformaciones sociales y humanas que veo. Y escribo sin parar. Y
también me voy dando cuenta de que junto a ese periodismo de
exaltación a los nuevos valores y de defensa a la Revolución tenía que
practicarse otro, crítico, avizor, cuya misión fuera alertar sobre los
errores inevitables que necesariamente conlleva toda obra gigantesca
en la que el hombre sea el objeto transformador".
En 1976 Rolando escribe la sección diaria Sucedió hace 20 años,
mediante la cual recrea en lo político, lo económico y lo social todo
el año 1956 y parte del 57 en Cuba. Su técnica es ligar el periodismo
investigativo con los recursos de la literatura en aras de una
verosimilitud histórica. Nada conoce del llamado Nuevo periodismo que
se practica en los Estados Unidos, pero revistas latinoamericanas lo
ponen como ejemplo eficaz "del método" en esta parte del continente.
Luego las crónicas serían recogidas en dos tomos por la Editorial
Ciencias Sociales.
Más de 45 años ejerciendo el periodismo y una obra en la que si
algo hay que destacar es el extra de calidad que suele impregnarle a
sus trabajos. Hace más de 30 años se convirtió en crítico de cine y su
columna en Granma, Crónica de un espectador, es la de
mayor permanencia en la historia del periodismo cubano sobre el tema.
Un crítico con una ética mantenida contra viento y marea, que muchos
reconocen y a otros molesta.
Junto a su trabajo periodístico y de crítico cinematográfico,
Rolando ha encontrado tiempo para dedicárselo a su otra pasión, la
literatura, en la que se destacan sus novelas Mujer que regresa
(1986) —primera en abordar el tema de la emigración en el país—, y
La última mascarada de la cumbancha (1999), que desarrolla su
trama durante los llamados sucesos de la embajada de Perú y el Mariel,
ambas publicadas por Letras Cubanas y la última también en México.
A Rolando lo conozco desde hace 36 años. Aún recuerdo la primera
vez que lo vi. Su imagen me miró desde una foto vestido de buzo
saliendo del mar que exhibía bajo el cristal de su buró (eran los
tiempos en que junto con el fotógrafo Korda buscaba tesoros
arqueológicos submarinos en nuestras costas). Hemos participado en
muchas cosas, entre ellas militar juntos en la Juventud Comunista y en
el Partido y compartir ese sentimiento de pertenencia al periódico
Granma al cual somos adictos.
No es casual que siendo un hombre de éxito como crítico en las
pantallas de la televisión, "le duela un poco" ser reconocido
únicamente por su trabajo en la Tanda del domingo, Cine vivo,
Noche de cine (en la década de los ochenta) y ahora La
séptima puerta, más que por "la letra escrita".
La tarde pasa volando, como los años a los que él no se acostumbra.
"Tengo un problema con los años —me confiesa riendo—, transcurren y no
me doy cuenta y tengo que montar el personaje cuando mi nieto Erik, de
diez años, me llama, abuelo, abuelo, y al voltear la cabeza no sé si
contestarle con un dulce "dime, mi nietecito", o espetarle un sonoro
"¡qué abuelo ni que ocho cuartos, compadre!".
Y es que Rolando todavía bucea, hace ejercicios, estudia mucho y
"me sorprendo cuando al leer un libro encuentro una palabra cuyo
significado se queda oscilando en mi cabeza. Entonces me digo algo que
me gusta creer: soy un muchachito en pleno proceso de aprendizaje".
Tres preguntas finales: ¿qué es el Periódico Granma para
ti?, ¿qué significa haber sido reconocido con el Premio Nacional de
Periodismo?, ¿insatisfacciones?
"Granma está unido a casi toda mi vida. He trabajado en un
solo lugar, en el Hoy y cuando este se convierte en Granma.
Desde aquí crecí, amé, sufrí, tuve tres hijos y dos nietos, desarrollé
mis convicciones políticas, conocí personas excepcionales, he tenido
alegrías y frustraciones, la posibilidad de verle la cara a buena
parte del mundo y también el redondeo de una certeza: un periodista
debe tratar de saberlo todo y quien no esté bien informado en este
universo nuestro está frito. El Premio me compromete y lo agradezco.
En cuanto a las insatisfacciones ¿quién no las tiene? Entre ellas hay
una bastante vieja y que está relacionada con una faceta del
periodismo nacional que no acabamos de madurar, pero maduraremos: ese
aprender a mirarnos por dentro y a decirnos las cosas sin tapujos y en
bien de nuestro mejoramiento. A la conciencia antimperialista y de
soberanía mucho ha aportado nuestro periodismo. Toca el turno
entonces, sin estridencia ni fanfarria, de una manera inteligente, a
la vieja deuda."