1998-2008: décimo aniversario

Manuel Piñeiro y el sentido martiano de la política

Gustavo Robreño Dolz

Es conocido el hecho de que hay hombres que pasan por la vida y a pesar de la relativa brevedad de ese tránsito, dejan una impronta y una huella que al cabo de los años sigue siendo tema y acicate de compañeros y amigos, superiores y subordinados, incluso de quienes podrían discrepar ocasionalmente y —más aun—, de adversarios que tampoco pueden ignorarlas.

Encuentro con Salvador Allende.

Tal es el caso del comandante Manuel Piñeiro Losada, un soldado de la Revolución cubana y un militante de la Revolución latinoamericana, como le gustaba que le llamaran, quien al cabo de una década del fatal accidente que le llevó la vida sigue siendo presencia constante en la conversación diaria, en la anécdota recurrente, en el comentario oportuno y en cuantos rasgos caracterizaron su descollante personalidad, firmeza de principios, amplia cultura y perspicacia política.

Y si de política se trata, resulta obligado asociar a Piñeiro con la definición martiana: "La política es el arte de inventar un recurso a cada nuevo recurso de los contrarios, de convertir los reveses en fortuna; de adecuarse al momento presente, sin que la adecuación cueste el sacrificio, o la merma del ideal que se persigue; de cejar para tomar empuje; de caer sobre el enemigo antes de que tenga sus ejércitos en fila y su batalla preparada".1

Así lo hizo en todos los lugares donde la Revolución lo convocó y las importantes misiones que cumplió; desde los días juveniles de la clandestinidad en Matanzas y La Habana hasta la Sierra Maestra y el Segundo Frente Oriental Frank País; desde la fundación de los órganos de la Seguridad del Estado hasta el Ministerio del Interior y el Comité Central del Partido.

Junto a Fidel y a Raúl estuvo por más de cuatro décadas, vivió junto a ellos momentos decisivos de la Revolución cubana —en la alegría y la adversidad—, antes y después del triunfo del 1º de Enero, y de ellos se consideró siempre un discípulo. Su modestia y austeridad son válidas para las nuevas generaciones de combatientes.

En las relaciones con el movimiento revolucionario y popular, tanto en América Latina como de otras regiones del mundo, proyectaba al Che como símbolo y se hizo acreedor del respeto y la amistad de Salvador Allende, Fabricio Ojeda, Omar Torrijos y Carlos Fonseca Amador, por citar solo algunos hombres de distintas generaciones y formaciones revolucionarias, que lo vieron siempre como el ejemplo de unidad que Cuba representa.

Su sentido martiano de la política, como dijimos antes, y su actuación práctica no son ajenas a la América Latina de hoy, donde la siembra de la liberación comienza a cosecharse.

1) José Martí: La Opinión Nacional, Caracas, 17 de septiembre de 1881.

 

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