Lunes, casi las tres de la tarde y cientos de hombres con trajes
grises esperan el arribo de la ansiada expedición. El murmullo cede
el paso a un silencio total. De frente al auditorio, el trovador,
con la humildad por vestidura, se presenta. "Yo soy Silvio
Rodríguez, uno más del grupo que en el año setenta comenzó esta
travesía, llegamos con un espíritu fraterno pues ustedes también son
parte de nuestro pueblo."
Comenzaba así un encuentro entre artistas cubanos y reclusos del
Combinado del Este: dos horas que pararon el tiempo en la prisión y
donde se volvieron cómplices la nostalgia y la fe. Una visita
humilde, que a decir del escritor Reynaldo González, llegaba alejada
de la altivez, y con el deseo de estrechar abrazos. Y fueron
precisamente los libros quienes abrieron la primera ovación, un
regalo de más de 300 títulos, entre ellos Cumbres borrascosas,
de la Bronté, y Memorias de Adriano, de la Yourcernar.
Emblemáticas canciones como Créeme, Yolanda, El
papalote, Tú mi delirio o Te amaré descubrieron
miradas anhelantes entre los reclusos y sus familias. A bordo de la
expedición, que prometió volver, iban Amaury Pérez, Vicente Feliú,
Niurka González, Alexis Díaz, Sexto Sentido, Lester Hamlet y Ernesto
Rancaño: donantes de fe a los que se le sumaron artistas del penal
para juntar pinceles, notas y acordes.
Al final del viaje, Silvio Rodríguez, capitán del navío, fue
declarado Hijo Adoptivo de Ciudad de La Habana, y sus tripulantes
recibieron la Giraldilla de La Habana. Llegaba a buen puerto así,
una expedición que recorrió las prisiones del oriente y centro del
país para regar fe.