Aquella chispa heroica
Pedro A. García
Mis
mayores lo recuerdan como un mulato achinado, de pequeña estatura y
trato refinado, acompañado de un paraguas hubiera sol o lluvia y una
petaca repleta de habanos. La grey infantil y muchos vecinos se
agrupaban a su alrededor para que Juan Gualberto, con un lenguaje
sencillo, les hablara de la actualidad política, de sus vivencias de
Europa y de los próceres patrios, sobre todo de Martí, a quien
calificaba como "uno de los más inmaculados Padres de la Patria".
Apóstol magnífico de la independencia cubana, llamaba al Héroe
Nacional: "De su vida podríamos aprender a cumplir con el deber, a
pesar de las oposiciones y las diatribas de los menguados". Martí
también le tuvo en alta estima: "(Juan Gualberto) quiere a Cuba con
ese amor de vida y muerte, y aquella chispa heroica con que la ha de
amar en estos días de prueba quien la ame de veras".
POR CUBA LIBRE
Nació del vientre de una esclava, en el ingenio Vellocino
(Matanzas), el 12 de julio de 1854. Sus padres habían comprado su
libertad por 25 pesos, antes del nacimiento. En 1869 viajó a París,
a aprender el oficio de carruajero. Allí sirvió de traductor a
Francisco Vicente Aguilera, quien le inculcó el amor a la
independencia de Cuba, cuya causa abrazó desde entonces para
siempre.
Tras el Zanjón, regresó a Cuba (había estado en ella unas semanas
dos años antes). En el bufete de Nicolás Azcárate conoció a Martí,
con quien tomó parte en conspiraciones independentistas. Ambos
serían deportados de la Isla por tales actividades.
Juan Gualberto no solo limitó su labor revolucionaria a la lucha
por la independencia: dedicó también sus esfuerzos a combatir la
esclavitud (no suprimida en Cuba hasta 1886) y a lograr la igualdad
de derechos para mulatos y negros. "A mi lado se agruparon todos los
que sufrían la falta de libertad y de los prejuicios raciales",
subrayaría años después.
Retornó a la Patria en 1890 para continuar la lucha por la
independencia y la igualdad de derechos entre todos los cubanos. Con
la fundación del Partido Revolucionario Cubano, por el Apóstol, se
convirtió de hecho en el Delegado en Cuba de Martí. "El hilo de la
conspiración en la Isla vino a quedar en mis manos", diría Don Juan
en una autobiografía.
Se alzó en Ibarra el 24 de febrero de 1895. Circunstancias
diversas, no imputables a Juan Gualberto, hicieron del levantamiento
en Occidente un fracaso total. Apresado por los integristas, sufrió
un segundo destierro y no volvería hasta 1898.
CONCIENCIA DE UN PUEBLO
El cese de la dominación española no significó para Juan
Gualberto el fin de la lucha por la independencia. Ahora tenía que
enfrentar a un enemigo más taimado y poderoso: el imperialismo
norteamericano. En medio de la Asamblea Constituyente de 1901, el
gobierno de los EE.UU. impuso la Enmienda Platt con la que se
arrogaba el derecho a intervenir en Cuba cada vez que lo estimare
necesario.
Su voz se alzó en la Asamblea para condenar la onerosa Enmienda.
"Unicamente tendríamos gobiernos raquíticos y míseros (...)
condenados a vivir más atentos a obtener el beneplácito de los
poderes de la Unión (norteamericana) que a defender y servir a los
intereses de Cuba", alertó.
Junto a Enrique José Varona y Manuel Sanguily, se convirtió en la
conciencia del pueblo cubano tanto en la lucha contra la penetración
norteamericana, como en la denuncia de la corrupción, vicios y males
existentes en la neocolonia. Con su prédica contribuyó al desarrollo
de un pensamiento antimperialista en el país, cuando ya Martí no
existía y su ideario era silenciado por la oligarquía dominante.
Como apuntó Sergio Aguirre, ellos devinieron "excepcionales voces de
advertencia contra la ciénaga republicana".
Ya al final de su vida, asumió, al igual que Varona, una digna
oposición al machadato. Una vez, en el rechazo a un ataque de sus
enemigos, Juan Gualberto se había autodefinido: "Soy sobre todo y
antes que otra cosa, un cubano que nunca ha dejado de serlo, y que
no ha soñado con ser otra cosa". Y murió pobre, el 5 de marzo de
1933, cuando el régimen machadista comenzaba a agonizar. |