Mezcla de hipocresía con servilismo

Arnaldo Musa

Con falso ropaje de hombre honrado, "de hacerse responsable de los errores cometidos y de aprender de los mismos", el director de la CIA, Michael Hayden, acaba de reconocer públicamente que dos vuelos de la Agencia Central de Inteligencia hicieron escala en el 2002 en la isla de Diego García.

Base militar aérea en Diego García.

Ello, por supuesto, confirma lo mentirosa que es la actual administración estadounidense, al admitir ahora que "resultó ser errónea" la afirmación de que ningún vuelo de ese tipo había tocado en suelo británico.

No es aventurado opinar que tales declaraciones norteamericanas tratan de hacer creer que Londres desconocía detalles sobre el particular, así como que los dos vuelos iban respectivamente a Marruecos y al territorio cubano de Guantánamo ocupado ilegalmente, y no tenían como destino final a Diego García.

A su vez, y después de haberlo negado durante años, el Reino Unido reconoció haber apoyado los vuelos secretos y pidió disculpas. En un afán por eludir la complicidad británica, el primer ministro Gordon Brown dijo que "Londres no fue informado correctamente", mientras el ministro del Exterior, David Miliband, expresó al Parlamento que "lo siente de veras" y que lo ocurrido "se debió a la confianza en las afirmaciones de Estados Unidos", acerca de que en los aviones "no viajaba ningún preso".

Para "redondear" la cuestión, el portavoz del Departamento de Estado norteamericano, Sean McCormack, afirmó, que todo se debió "a un error administrativo", y la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, comunicó al gobierno británico que "lamenta profundamente" lo ocurrido.

Es decir, que estos vuelos pueden volver a ocurrir con solo comunicarlo.

Al final, Washington aclaraba —a todas luces innecesario— que "vamos a seguir manteniendo una buena cooperación antiterrorista entre Estados Unidos y el Reino Unido." Nada extraño, conociendo la connivencia de Gran Bretaña en la genocida política emprendida por la actual administración en Iraq y Afganistán, que en su capítulo de tortura abarca a un lugar virtualmente ignorado por los medios de comunicación occidentales.

PEÓN DEL IMPERIALISMO

Diego García vuelve a ser peón en el juego imperialista de la dominación mundial, esta vez con el nada honroso papel de haber sido convertida en el 2002 —según analistas de Inteligencia citados por el diario canadiense Toronto Star— en uno de los centros de tortura establecidos por Washington a escala global.

Diego García, de apenas 44 kilómetros, es una isla arrebatada más que comprada por Gran Bretaña a Mauricio y entregada virtualmente al Pentágono. De allí salieron los bombarderos norteamericanos para agredir a los países indochinos en las décadas del sesenta y del setenta y se almacenaron tanques de combustible para expediciones en el Golfo Pérsico, cuando la Guerra del Golfo, en 1990, y más recientemente contra Afganistán y otra vez Iraq. Todavía están allí los B-52 y aviones más modernos de combate, y flotas navales a la espera de órdenes de ataque.

Desde esa base, Estados Unidos quiere lograr su propósito de controlar el Océano Índico, y garantizar la salida del petróleo del Oriente Medio.

 

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