Ello, por supuesto, confirma lo mentirosa que es la actual
administración estadounidense, al admitir ahora que "resultó ser
errónea" la afirmación de que ningún vuelo de ese tipo había tocado
en suelo británico.
No es aventurado opinar que tales declaraciones norteamericanas
tratan de hacer creer que Londres desconocía detalles sobre el
particular, así como que los dos vuelos iban respectivamente a
Marruecos y al territorio cubano de Guantánamo ocupado ilegalmente,
y no tenían como destino final a Diego García.
A su vez, y después de haberlo negado durante años, el Reino
Unido reconoció haber apoyado los vuelos secretos y pidió disculpas.
En un afán por eludir la complicidad británica, el primer ministro
Gordon Brown dijo que "Londres no fue informado correctamente",
mientras el ministro del Exterior, David Miliband, expresó al
Parlamento que "lo siente de veras" y que lo ocurrido "se debió a la
confianza en las afirmaciones de Estados Unidos", acerca de que en
los aviones "no viajaba ningún preso".
Para "redondear" la cuestión, el portavoz del Departamento de
Estado norteamericano, Sean McCormack, afirmó, que todo se debió "a
un error administrativo", y la secretaria de Estado, Condoleezza
Rice, comunicó al gobierno británico que "lamenta profundamente" lo
ocurrido.
Es decir, que estos vuelos pueden volver a ocurrir con solo
comunicarlo.
Al final, Washington aclaraba —a todas luces innecesario— que
"vamos a seguir manteniendo una buena cooperación antiterrorista
entre Estados Unidos y el Reino Unido." Nada extraño, conociendo la
connivencia de Gran Bretaña en la genocida política emprendida por
la actual administración en Iraq y Afganistán, que en su capítulo de
tortura abarca a un lugar virtualmente ignorado por los medios de
comunicación occidentales.
Diego García vuelve a ser peón en el juego imperialista de la
dominación mundial, esta vez con el nada honroso papel de haber sido
convertida en el 2002 —según analistas de Inteligencia citados por
el diario canadiense Toronto Star— en uno de los centros de tortura
establecidos por Washington a escala global.
Diego García, de apenas 44 kilómetros, es una isla arrebatada más
que comprada por Gran Bretaña a Mauricio y entregada virtualmente al
Pentágono. De allí salieron los bombarderos norteamericanos para
agredir a los países indochinos en las décadas del sesenta y del
setenta y se almacenaron tanques de combustible para expediciones en
el Golfo Pérsico, cuando la Guerra del Golfo, en 1990, y más
recientemente contra Afganistán y otra vez Iraq. Todavía están allí
los B-52 y aviones más modernos de combate, y flotas navales a la
espera de órdenes de ataque.
Desde esa base, Estados Unidos quiere lograr su propósito de
controlar el Océano Índico, y garantizar la salida del petróleo del
Oriente Medio.