Pedro Ángel Buchillón Rodríguez, con 35 años de labor en la
cantera, habla de la mala fama de aquellos tiempos difuntos: "Aquí
laboraron muchos obreros en condiciones pésimas, metidos en los
huecos, donde enterraban hasta la vida. A tal extremo llegaba la
humillación, que el capataz decidía: ‘esta piedra sí. Esta no’".
Después, el mineral lo llevaban hasta el embarcadero y las
lanchas La Mimí y La Esperanza lo trasladaban hasta la fábrica de
cemento de Mariel, afirma al pie de la línea de yeso triturado.
A Pedro, el buldocero, yo lo llamaría el acomodador de piedras y
diría que es el hombre más importante de la mina. Abre senderos,
desbroza aquí y allá, selecciona el mineral...
Sin embargo, él solo dice que es útil y le resta importancia a
mis palabras. Asevera que es un eslabón más entre otros muchos que
conforman la cadena.
—Ser buldocero se las trae —le comento.
—Tiene su magia —reconoce—. Lo más difícil es cuando estás en el
borde de la cantera y debes tirar el mineral hacia abajo. Es
peligroso. Si el equipo resbala puedes caer al vacío y rodar junto a
un buldócer de varias toneladas de peso, no es cosa de juego. En
verdad me creo útil, pero no importante.
—Importante es aquel que viene por allá —y señala hacia un flaco
desgarbado de andar lento, como si le restara significado a la vida.
Pero de eso nada. Andrés Puerto Díaz es su nombre.
Es artillero de cantera y habla poco, comenta Juan Carlos Finalé
Díaz, ingeniero geólogo, especialista en explotación de yacimientos
no metálicos.
En efecto, solo pronuncia frases cortas. Eso no le impide dar un
salto 34 años atrás, cuando se inició en el mismo oficio que hoy
desempeña.
—Comencé en 1973. Nosotros podemos jubilarnos a los 55 años
—afirma con su lenta cadencia—. Ya presenté el retiro, pero ayudaré
en lo que haga falta. Conmigo pueden contar siempre que me
necesiten.
—El artillero de la mina es como el zapador en la guerra. Te
equivocas una sola vez. Menos mal que te estoy haciendo el cuento.
Las voladuras las hacemos para buscar el material. Cuando suena el
quimbombazo, hay alegría en el pueblo. Es señal de que la mina
produce, y ella es el sostén de muchas familias.
Julio Castillo Vida, director de la Unidad Empresarial de Base,
no oculta su orgullo cuando habla de las 43 000 toneladas que
producirán este año, volumen superior al del pasado, pero muy
distante de la capacidad productiva de la fábrica y de la demanda
nacional.
El país ha puesto el ojo en nosotros, y nos ha dado algunos
recursos, como la carretilla barrenadora, el compresor, montacarga y
un quemador de muy buena tecnología, entre otros. Eso no satisface
nuestras necesidades, pero tratamos de utilizarlos lo mejor posible.
No hay otra alternativa, enfatiza Castillo. Si producimos con
eficiencia, aliviamos al país de las costosas importaciones, pues el
yeso tiene un alto precio en el mercado internacional.
La importancia del yeso en la industria del cemento, por ejemplo,
es que se le agrega al clinker para regular el fraguado.
Tenemos que evitar las paralizaciones innecesarias. Si
tropezamos, afectaríamos la producción de cemento. Y tenemos
compromiso con las cinco fábricas existentes en el país y podemos
aportar todo lo que ellas necesitan. Para eso nos preparamos. El
mineral está ahí, lo que hay es que sacarlo, recalcó.
Según argumenta Finalé, estudios realizados dan cuenta de que el
yacimiento ocupa una capa de hasta unos 500 metros de profundidad, a
lo largo de una extensa franja costera de varios kilómetros
cuadrados. También existe sal gema, mineral de disímiles usos
terapéuticos, que puede ser utilizado como sal común.
El complejo también dispone de una línea de yeso cocido,
paralizada en los años difíciles del periodo especial, pero en
franca reanimación productiva, dada la ingeniosidad de los
innovadores de esa fábrica.
De los tiempos de "los búlgaros" —de donde procede la línea—,
queda el recuerdo de un monstruo casi ingobernable. La ingeniosidad
del cubano, empeñado en buscar una solución ante cada problema,
llevó a los técnicos y especialistas del patio a ir en contra del
proyecto.
Fue entonces que se decidió eliminar el proceso de lavado del
yeso, el cual no había dado resultado. De hecho, desactivaron más de
50 motores, con un sustancial ahorro de agua, electricidad y fuerza
de trabajo.
Después, los "inventores" del centro modificaron la grúa viajera,
el molino de trituración, los hornos, la alimentación eléctrica del
montacarga en la balanza llenadora, y hasta convirtieron en
autopropulsada una carretilla barrenadora que había que moverla
manualmente o con algún equipo de tracción.
Hasta aquí la historia. Me obligó a narrarla la importancia de la
labor de estos hombres, propuestos a abastecer a las fábricas de
cemento del país y evitar importaciones.