En un país donde el desarrollo de los disímiles estilos danzarios
resulta elocuente, no es de extrañar la fascinación que ejerce el
arte coreográfico en los artistas de la cámara. Sin embargo no debe
establecerse una ecuación simple: retratar la danza exige no solo
compenetración y entendimiento del fenómeno artístico que se
pretende fijar, sino también una sensibilidad capaz de descubrir
tensiones y revelar intensidades que permanecen ocultas a quienes
asisten a una representación escénica.
En alguna ocasión le preguntaron a un artista ecuatoriano, Diego
Espinoza, especializado en este tipo de trabajo, cómo era posible
traducir el lenguaje de la danza a la fotografía, y respondió:
"Atrapando ese momento fugaz en que el artista revela su espíritu a
través del movimiento, capturando con la lente lo que no ve el
espectador desde la butaca".
Entre nosotros acaba de irrumpir en ese campo un fotógrafo que en
poco tiempo ha concitado la atención del público y la crítica: Alex
Castro Soto del Valle (La Habana, 1963). Con la serie Magia del
embrujo, dedicada al Ballet Español de Cuba y expuesta
recientemente en la galería del hotel Meliá Cohiba, se adentra en el
reto de conseguir una mirada inédita sobre el gesto de los
danzantes.
En su caso, quizá por aquello de haber trabajado varios años como
camarógrafo y realizador de reportajes, pudiera hablarse de una
pupila adiestrada en desentrañar la esencia del movimiento. El
resultado más interesante de la serie pasa por la atmósfera poética
de la composición, la acentuación dramática o lírica del gesto,
según sea el caso, por contrastar el blanco y negro en un rejuego de
luces y sombras que nos recuerda una zona de la gráfica de Antonio
Saura.
Y esto es así porque Castro Soto del Valle se ha propuesto algo
más que dar testimonio de un evento puntual: calibrar una imagen
propia de la danza.