Calles
vacías, desperdicios y tachos de basura ocupando las aceras, viejas
barbacoas volcadas, jardines convertidos en descampados, muebles
tirados en el pasto, el barrio de Mount Pleasant, al este de
Cleveland (Ohio, norte), parece una ciudad devastada.
Frente a las casas abandonadas están plantados carteles de "Se
vende". Los habitantes se fueron, a menudo expulsados por no poder
pagar sus créditos inmobiliarios.
Las ventanas y las puertas de las casas están tapadas por
planchas de contrachapado para evitar que los dealers las conviertan
en su guarida. En algunas los ladrones arrancaron las cañerías, las
puertas y las ventanas.
El estacionamiento de la comisaría se encuentra saturado. Los
agentes vuelven de una ronda. Dicen haber instalado alarmas de
seguridad en algunas casas saqueadas por los ocupantes ilegales.
En el número 9 422 de la avenida Unión, un texto escrito a mano y
atado sobre una ventana advierte: "Please Used". (Por favor,
habitado).
Al tercer timbrazo, abre la puerta Sarah Evans, de 60 años, con
la mirada entre asustada e interrogante. Dice ser una de las últimas
habitantes de la calle. Está a punto de perder la casa de dos
habitaciones en la que vive desde hace 30 años, ya que no puede
pagar sus mensualidades.
De forma confusa, explica que quiso refinanciar su préstamo en el
2003, pero no se dio cuenta de que el documento que firmaba preveía
un fuerte aumento de la tasa de interés. En el 2006 dejó de pagar
las cuotas. Tiene una deuda acumulada de facturas impagadas que
asciende a 24 000 dólares.
El organismo de préstamos acaba de iniciar un procedimiento de
expulsión.
"Cuando alguien compra una casa es para morir en ella", afirma
Evans. "¡Creía haber realizado mi ‘sueño americano’!, pero se
transformó en una pesadilla", añade murmurando.
Dos casas más lejos le hacen eco los ladridos de los perros
guardianes, instalados en jaulas por los bancos —nuevos
propietarios— para mantener a distancia a los vagabundos.
El inmenso estacionamiento del supermercado Eagle Fresh está
vacío. Detrás de su caja registradora, Myra Bibldwit apenas levanta
la cabeza cuando suena el timbre que avisa de la llegada de
clientes.
"Hace cinco horas que empecé mi turno, y solo cobré a 10 personas
y es viernes de tarde. Con usted quizá sean 11", sonríe la joven.
Puede que 12 con la llegada de Laura Johnston, cincuentona. Laura
cuenta que su calle, la 76, a 10 minutos en auto, todavía estaba
animada hace dos años, pero que ahora más de la mitad de las casas
se encuentran abandonadas.
"La gente ya no podía pagar. Lo que me da rabia es que no pude
despedirme de mi amiga Helen, que huyó de noche para evitar la
mirada de los otros", lamenta Laura.
Casos como los de Helen hay muchos. Aquí los llaman "los vecinos
que desaparecen de noche".
Jim Rokakis, tesorero del condado, opina que los bancos, debido a
su avaricia, son altamente responsables de este desastre humano.
"Todo lo que se precisaba eran las ganas de ser propietario, ‘el
sueño americano’", explica Rokakis. "El agente inmobiliario se
sentaba tras la mesa, preguntaba a la gente cuánto ganaba. Eso era
todo. Ni siquiera verificaban las declaraciones. Lo peor es que
muchos eran desempleados", continúa.
Mount Pleasant "reunía los ingredientes de un tsunami
inmobiliario perfecto: gentes pobres y deseosas de acceder a la
propiedad", concluye desengañado Rokakis.