Editorial del New York Times

El Estado de la Unión

Hace seis años, el Presidente Bush comenzó su discurso sobre el estado de la Unión con dos poderosas sentencias: Mientras nos reunimos esta noche, nuestra nación se encuentra en guerra, nuestra economía está en recesión y el mundo civilizado se enfrenta a peligros sin precedentes. No obstante, el estado de nuestra Unión nunca ha sido más fuerte".

La noche del lunes, después de seis años de promesas incumplidas y de equivocaciones de proporciones históricas, los EE.UU., se encuentran ahora enfrascados en dos guerras, la economía está girando hacia la recesión, y el mundo civilizado aún confronta peligros horripilantes.

La nación está escindida en cuanto a la guerra en Iraq, dividida por implacables políticas partidistas, desbordante de temor económico y empantanada en un debate acerca de prácticamente todos los problemas que confrontó Bush en el 2002. Y lo mejor que pudo ofrecerle fue un llamado a desarrollar las capacidades individuales: una idea noble, pero en manos del Sr. Bush, solo un pretexto para abdicar de las responsabilidades del gobierno.

El discurso la noche del lunes nos hizo pensar en lo diferente que hubiera sido si el Sr. Bush hubiera capitalizado en la unidad que siguió a los ataques del 11/9 para consolidar a la nación, y no para arrogarse más poderes y lanzar su desventurada empresa en Iraq. Qué diferente hubiera sido si el Sr. Bush se hubiera propuesto lo que dijo acerca del conservadurismo compasivo, o que incluso hubiera seguido la disciplina fiscal del conservadurismo a la antigua. Qué diferente hubiera sido si realmente hubiera hecho un esfuerzo por alcanzar el bipartidismo que prometió en el 2002 y tantas veces desde entonces.

De esa forma, podría haberse valido del discurso de anoche para celebrar el equilibrio presupuestario, en el que los impuestos hubieran producido suficiente dinero para sufragar las genuinas necesidades de la nación, incluyendo la asistencia médica para los niños pobres y la reconstrucción de Nueva Orleans. En su lugar, el Sr. Bush exigió —de nuevo—que sus recortes de impuestos fueran permanentes y amenazó con vetar leyes que contuvieran gastos excesivos en asignación de fondos estatales que beneficien a pobres, idea que estaba ausente de su agenda cuando los republicanos dominaban el Congreso.

Si el Sr. Bush hubiera hecho bien su trabajo en las últimas semanas, se hubiera valido de este discurso para celebrar un acuerdo genuinamente bipartidista sobre un plan sólido de estímulo económico. Además de los reembolsos de impuestos acordados ya entre la Casa Blanca y la Cámara, podría haber anunciado proposiciones sensibles para extender los beneficios contra el desempleo y el aumento temporal de los vales canjeables por alimentos para los ciudadanos más vulnerables.

Esas ideas no son solamente democráticas. La Oficina Presupuestaria Independiente del Congreso considera esas políticas de estímulos mucho más efectivas que los reembolsos.

Si el Sr. Bush se hubiera permitido la ideología victoriosa de la compasión y el buen sentido, hubiera sido capaz de usar su discurso de anoche para celebrar la expansión de los seguros de salud a decenas de millones de hijos de trabajadores. Bush vetó una ampliación del programa S-chip (Programa Estatal de Seguros de Salud Infantil) e incluso no estuvo de acuerdo ni en pagar por las coberturas ya existentes, porque pensó que un buen número de padres pudieran cambiarse de los seguros privados a los públicos, en el caso que se le ofreciera ayuda gubernamental para su pago.

En el 2003 el presidente propuso el beneficio de Medicare para las medicinas por receta, su logro principal en la reforma del seguro médico. Apenas se hizo escuchar por los republicanos conservadores en el Congreso, y el apetito del Sr. Bush por hacer el sistema de salud accesible y asequible para todos los americanos, desapareció.

El Sr. Bush ha incluido en todas sus comparecencias anteriores sobre el estado de la Nación un llamado a la reforma migratoria. Pero nunca ha hecho coincidir dicha retórica con grandes ideas o con una política apasionada. El año pasado una puja por una reforma integrada fue derrotada por el ala derecha de su propio partido, que continúa diseminando el odio en la campaña electoral. Su astuta expresión anoche fue: "la inmigración ilegal es complicada."

En el 2002, Bush se refirió sobre la coalición internacional que invadió Afganistán, sobre el consenso entre las naciones civilizadas en la necesidad de combatir el terrorismo, sobre cómo los ataques del 11 de septiembre habían agrupado a los países bajo el liderazgo de los EE.UU. La buena guerra de Afganistán fue rápidamente ensombrecida, mal cambiada, por la locura iraquí del Sr. Bush. Seis años después, los EE.UU., y sus aliados todavía pelean y mueren en Afganistán y el Talibán está de regreso en la lucha.

Ni siquiera fue capaz de asegurar al pueblo americano que hay un fin a la vista para la Guerra de Iraq. Por el contrario, hizo la misma promesa vacía que ha hecho todos los años. Cuando los iraquíes se puedan defender solos, las tropas podrán regresar. Recientemente, el Ministro de Defensa de Iraq dijo al N.Y.T. que sus fuerzas no serían capaces de mantener la paz y defender al país hasta el 2018.

La escalada de las tropas ha triunfado en la estabilización de algunas zonas de Bagdad y en disminuir el número de bajas. Pero el 2007 fue aún el año más violento en Iraq desde la invasión en el 2003 y, más importante, el Sr. Bush no tiene mucho que mostrar en materia de reconciliación política, lo único que pudiera garantizar una paz duradera. En realidad no ha hecho un verdadero esfuerzo por buscar la ayuda de los vecinos de Iraq para la estabilización de ese país.

Al final, en lo que se refiere a Iraq, los discursos anuales del Sr. Bush serán recordados más por sus falsas promesas, el falso "eje del mal", los inexistentes tubos de aluminio y el uranio africano, armas peligrosas que no existen. Ningún presidente querría como suyo ese legado.

Al Sr. Bush aún le queda un año, y muchos problemas serios que tratar. Es el momento en que deje a un lado el partidismo, las bravuconerías y la vacía retórica. El estado de la Unión es preocupante. La nación tiene ansias de liderazgo.

 

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