La desarticulación del ejército de Saddam Husseim, que poco
defendió las grandes plazas, preconizaba un final feliz para las
tropas yankis, que, sin embargo, bien temprano empezaron a sufrir en
carne propia la beligerancia de ese pueblo de cultura milenaria.
Y aunque un año después, y desde la segura cubierta de un
portaaviones, el presidente Bush dio por cumplida la misión, la verdad
que sigue hasta hoy es la de la violencia, ingobernabilidad y
dependencia del régimen instalado en Bagdad hacia las tropas de
Estados Unidos, que cobró miles de vidas a esa nación árabe, pero
también pagó lo suyo.
Está planteada desde entonces una guerra asimétrica: de un lado lo
más avanzado de la tecnología militar, el más mortífero poder de fuego
y la movilización de más de 100 000 militares norteamericanos, y del
otro la insurgencia que actúa en pequeños grupos, ataca y desaparece,
mientras recurre a la inventiva popular para desgastar al poderoso
adversario.
La resistencia plantó cara sus desventajas: bazuka frente a tanque,
armas improvisadas contra helicópteros artillados, y los mortíferos
dispositivos explosivos artesanales camuflados en cualquier cosa y
colocados al paso de los convoyes de militares o en los sitios de
patrullaje, como ocurrió hace unos días cuando varios soldados
estadounidenses murieron al explotar las bombas "sembradas" en la
vivienda que registraban en una localidad iraquí.
Recuerdo que cuando la cosa se les puso caliente, los militares del
Pentágono imploraban la entrega de chalecos antibalas reforzados, y no
pocos los mandaron a pedir a sus familiares. Por entonces se movían en
transportes Humvee, muy solicitados hasta que, de la noche a la
mañana, comenzaron a volar por los aires con sus ocupantes incluidos.
Los marines, aterrorizados, colocaban blindaje extra a los
transportes, pero ante cada nuevo grosor del metal los rebeldes se las
ingeniaron para reforzar las cargas explosivas artesanales y convertir
a los Humvees en los apestados de la contienda.
Un tercio de las bajas mortales del Cuerpo de Marines en Iraq
ocurrió a bordo de estos vehículos, de los que poseen 3 700 y se
proponen reemplazarlos en su totalidad para el año próximo.
Así se abrieron las puertas a lo que ya se conoce como los MRAP
(Mine Resistant Ambush Protection), lo que en buen español se traduce
como resistente a las minas y protección contra las emboscadas, pero
también puede leerse como un nuevo filón para el complejo militar
industrial.
Se trata de un carro de transporte sobre ruedas, de amplio uso,
sobre todo en las ciudades, diseñado a un costo millonario para que su
coraza en forma de V desviara explosiones de carretera, esas que han
matado a más norteamericanos que cualquier otra táctica ofensiva de la
insurgencia iraquí, como recuerda PL.
La administración Bush ordenó fabricar unos 20 000 MRAP, de los
cuales 10 000 tienen como destino las calles y carreteras de Iraq,
aunque de seguro Afganistán tendrá su lote con el incremento del
accionar del talibán.
Si los ahora descartados Humvees costaron 150 000 dólares la
unidad, los flamantes sucesores se fabrican a 750 000, por lo que
saque usted la cuenta: dos buenos bombazos de la insurgencia
convierten en chatarra un millón y medio de dólares.
De hecho, el pasado fin de semana murió el primer soldado
estadounidense a bordo del sofisticado y caro MRAP, que ya comenzó a
mostrar sus debilidades ante la decisión de los rebeldes iraquíes de
ponérselas bien difíciles al prepotente agresor.