Sin
duda es este uno de los teatristas cubanos que con mayores razones
puede sostener las palabras que sirven de título a este trabajo, no
solo por haber comenzado desde niño en la escena y haber escrito con
solo 15 años su primera obra profesional, Vade retro, sino,
además, por haber tenido que decidir, a esa misma edad, entre el
teatro y su familia y, algo mucho más fuerte: entre su país y el
exilio. Por vocación y por decisión propias, José Milián Martínez se
convertiría en los sesenta, a una misma vez, en Hijo de la Patria e
Hijo del Teatro.
Desde su hogar en Matanzas y luego de asumir esa
otra paternidad, concedida por el naciente Estado revolucionario a
niños que no querían abandonar su tierra junto a sus padres, llegó en
1962 al Seminario de Dramaturgia del Teatro Nacional de La Habana.
"Aquel Seminario significó un paso definitorio de mi vocación y en mi
formación, porque descubrí que sería un dramaturgo. Por todo eso, el
teatro se convertiría en mi hogar y la gente del teatro en mi
familia".
Antes, Milián quiso ser artista plástico. Las
primeras pinturas las haría escondido, tal vez "para sustraerme de
tanta cotidianidad" o quizás evitando la imperiosa frase de su madre
("Nada de pintura, los pintores se mueren de hambre"). Aunque,
después, un día ejercería, curiosamente, como "pintor de brocha gorda"
durante una mala etapa en la que por suerte no cesó de crear. "Nunca
dejé de escribir, nunca me detuve. Tenía juventud y esperanzas y,
sobre todo, mucha fe".
Pero, antes, desde aquella casa en las yumurinas
Alturas de Simpson donde había nacido un 17 de marzo de 1946, "dentro
de una familia como otra cualquiera", Milián se proyectaría de una
manera precozmente espectacular hacia la escena: "Hacía obritas para
la escuela, al principio solo las actuaba, después las escribía. Cada
vez que nos mudábamos de barrio, el asuntico ese del teatro me
perseguía de escuela en escuela".
Por su labor dramatúrgica y de dirección, Milián no
ha podido nunca dedicarse por entero a la actuación ni tampoco se
considera un autor con suerte en certámenes literarios, pese a haber
ganado numerosos reconocimientos. Entre ellos, mereció en dos
ocasiones el Premio de la Crítica Literaria (la primera por Vade
retro y otras obras, y la segunda por Si vas a comer espera por
Virgilio), aunque durante mucho tiempo solo alcanzó menciones, una
de ellas en el Concurso Casa de Las Américas (1967, primera mención
con La reina de Bachiche), lo cual generó un chiste respecto a
que él era el dramaturgo "más mencionado".
"Sin embargo, creo que eso probó mi sentido de la
confianza o de la constancia. Un premio podría ser una frustración,
mientras que la mención era un estímulo para seguir adelante". Ahora,
recién conocida la noticia del reconocimiento más importante de su
vida, el Premio Nacional de Teatro 2008, Milián nos ofrece su visión
sobre la escena cubana actual: "Estamos en un buen momento del teatro
cubano, de mucho brillo. Solo faltan espacios para que actúen y se
desarrollen los artistas. Son alrededor de 120 grupos en el país y no
todos tienen un escenario para representar. Hay mucha gente joven de
talento y con ganas de hacer teatro".