No estuvieron mal encaminados los que procuran películas de culto
así sea a las tantas de la madrugada —¡qué hora para exhibir la
mexicana Amores perros!—, ni los que se aprestaron el sábado en
Espectador crítico a emplearse con información, inteligencia y
conocimiento de causa en el desmontaje de los mitos mediáticos que
rodean la llamada cruzada imperial contra el terrorismo, ante el
estreno de Todo corazón, coproducción anglonorteamericana
dirigida por Michael Rutner y magistralmente actuada por Angeline
Jolie.
Quisiera detenerme en una película exhibida la última semana en
Letra fílmica, insuficientemente publicitada y, sin embargo, digna
de atención: la cinta española El método (2005), del director
argentino Marcelo Piñeyro, de quien se han visto aquí Kamchatka,
Cenizas en el paraíso y Plata quemada.
Siete individuos aspiran a un puesto en una empresa transnacional y
para ello deben pasar por un proceso de decantación a lo largo de un
fatigoso día. Frías luces, paredes impersonales, el orden y el poder
se respiran en galerías, salones y oficinas. Una referencia
importante: afuera un grupo de manifestantes protestan contra las
políticas neoliberales fondomonetaristas. Adentro estos individuos,
con sus fobias, sus astucias, sus paranoias y sus ansias, nos
recuerdan que "nadie quiere a nadie" en la competencia, que vale todo
para descalificar al oponente, que la noción de éxito es inversamente
proporcional a la simpatía, la solidaridad y la modestia. Mientras
menos escrúpulos, más ganancia.
Con guiños a la estética de los realities y emparentada en
más de un sentido con las perturbadoras demostraciones de El show
de Truman y Smooking Room, Piñeyro logra una vivisección de
la moral corporativa que usualmente se vende como símbolo de
eficiencia del capitalismo postmoderno.
"Los personajes no son seres viles, lo que es vil son las reglas
del juego —ha puntualizado el director—. Los tipos se defienden como
pueden con el armamento que tienen; nuestra intención era sacar una
instantánea de un momento de la sociedad, decir: así estamos".
A fin de cuentas, sean ejecutivos cultivados o simples trabajadores
de línea, las cosas en esencia no han cambiado en dos siglos. Al
finalizar la proyección de la película repasé un texto que quiero
compartir con los lectores:
"La población excedente es (... ) engendrada por la competencia que
se hacen los trabajadores entre sí y que obliga a cada uno de ellos a
trabajar tanto como se lo permitan sus fuerzas. Si un industrial puede
emplear diez obreros nueve horas diarias también puede si los obreros
trabajan diez horas emplear nueve y despedir al décimo y si, en un
momento en que la demanda del obrero no es muy fuerte, el industrial
puede obligar bajo amenaza de despido a los nueve obreros a trabajar
una hora extra cada día por el mismo salario, entonces despedirá al
décimo y economizará su salario. Lo que ocurre aquí en pequeña escala,
ocurre en una nación en gran escala. El rendimiento de cada obrero
llevado al máximo por la competencia entre los obreros, la división
del trabajo, la introducción del maquinismo, la utilización de las
fuerzas naturales, todo ello obliga a multitud de obreros al paro
forzoso. Pero esos parados se pierden para el mercado; ya ellos no
pueden comprar y, por consiguiente, la cantidad de mercancía que
consumían ya no encuentra comprador, por tanto ya no hay necesidad de
producirla. Los obreros anteriormente ocupados en fabricarlas son
despedidos; a su vez ellos también desaparecen del mercado y así
sucesivamente, según el mismo ciclo".
Esto lo escribió en 1845 Federico Engels en La situación de la
clase obrera en Inglaterra. Buenas palabras para introducir (o
discutir) en un próximo, necesario e impostergable visionaje por la TV
Cubana de El método, un filme mucho más provechoso que mil
patadas y carreras de autos.