La llamada industria del entretenimiento acaba de apuntarse una
nueva víctima y escribir o no del tema me ha paralizado un buen rato
frente al teclado. Lo advierto para si el lector quiere evitarse una
nota trastornadora en este día, no lea.
Noticias procedentes de Estados Unidos dan cuenta de que la niña
Zoe García, de siete años de edad, fue asesinada a golpes de kárate
y patadas después de que su medio hermano, Heather Trujillo, de 16
años, y un amigo de este, Lamar Roberts, de 17, ensayaran con ella
lo que acababan de practicar en un video juego de suma violencia
denominado Mortal Kombat.
Se suponía que los adolescentes la cuidaran mientras la madre se
encontraba en el trabajo, pero una vez concluido el juego la
persiguieron por toda la casa con feroces golpes y patadas
aprendidas en el Mortal Kombat.
Asombrada ante lo que sucedía, la niña trató de defenderse, pero
fue poco lo que logró ante aquellas dos máquinas de matar.
De lo que arrojó la autopsia, mejor ni hablar.
El Mortal Kombat lo integra una galería de personajes siniestros
y forma parte de una escalada sin límites que cada vez trata de
poner más alto el listón de las "emociones fuertes" en un mercado
que, en los últimos tiempos, está empeñado en robarle espectadores
al cine y para ello recurre a lo que sea.
Importantes organizaciones en el mundo y psicólogos de renombre
han denunciado esta aberración de la "industria del
entretenimiento", que tan buenos dividendos económicos reporta, pero
son pocos los casos en que algún que otro video ha sido retirado de
la venta.
Hay fotos de Zoe, una linda niña, pero ni pensar en publicarlas.
Tampoco la de los adolescentes que la mataron, encerrados en una
cárcel del condado de Weld. De ser declarados culpables, ambos
pudieran recibir condenas de hasta 48 años.
De los creadores del juego y de los dueños del negocio, no hay
fotos.
Pero sí una cuenta pendiente a la hora de pagar por lo que ya,
tristemente, no tiene precio.