Oscar Niemeyer ha dicho cómo le gustaría aparecer en las
enciclopedias y libros de arquitectura: un registro corto, acaso tres
o cuatro líneas. Nada más. Sin embargo, hace mucho que los textos más
diversos en todos los idiomas registran océanos de palabras sobre este
brasileño genial que a los cien años se aferra con lucidez y frescura
a ese soplo que él ha llamado "la vida".
Hoy Niemeyer cumple el primer centenario de su existencia. Bastaría
con Brasilia, un lugar que fue ciudad primero en su cabeza, para
probar que este hombre vivirá muchísimo más de lo que un ser humano
pueda permitirse en este universo. Sin embargo, se suele olvidar que
tal vez lo más excepcional en Niemeyer es que, junto con ciudades y
edificios eternos, él ha levando el monumento de su conciencia
política fraguada en una obsesión: la necesidad de cambiar al mundo.
"Parece mentira, pero ya no quedan más que dos comunistas: Oscar
Niemeyer y yo". Niemeyer le atribuye esta frase a Fidel y suele decir
en las entrevistas que estas palabras son las que más lo enorgullecen,
más que los cientos de premios que ha recibido. Entiende que cada uno
de nosotros es, por encima de todo, hijo de sus obras, de lo que va
haciendo para los demás durante el tiempo en que por aquí anda.
Del espacio físico prefiere las curvas y de ellas ha escrito con la
hermosura que expresan las líneas de la Catedral de Brasilia, pura
poesía: "No es el ángulo recto el que me atrae, ni la línea recta,
dura, inflexible, creada por el hombre. Lo que me atrae es la curva
libre y sensual, la curva que encuentro en las montañas de mi país, en
el curso sinuoso de sus ríos, en las olas del mar, en el cuerpo de la
mujer preferida. De curvas está hecho todo el universo, el universo
curvo de Eisntein."
El escritor uruguayo Eduardo Galeano llamó la atención acerca de
esta fascinación del artista: "Niemeyer odia por igual al capitalismo
y al ángulo recto. Contra el capitalismo, no es mucho lo que puede
hacer. Pero contra el ángulo recto, opresor del espacio, triunfa su
arquitectura libre y sensual y leve como las nubes".
Niemeyer, por supuesto, es consciente de que solo no puede contra
el capitalismo, pero eso no lo inhibe defender lo que piensa, tanto o
más que a su propia arquitectura. "No me callaré nunca —ha dicho este
hombre que fundó con Luis Carlos Prestes el Partido Comunista de
Brasil. No esconderé nunca mis convicciones comunistas. Y quien me
contacta como arquitecto conoce mis concepciones ideológicas. Durante
mis conferencias, siempre he subrayado que la arquitectura no es lo
esencial. Comparen la arquitectura con la vida, el ser humano, la
lucha política, la contribución que hacemos todos a la sociedad para
nuestros hermanos desheredados. ¿Qué representa la arquitectura con
relación a la lucha por un mundo mejor, sin clases?".
Quien busca al arquitecto sabe, además, que es un amigo
incondicional de Cuba y de Fidel, a quien ha llamado "su personaje
preferido, porque abrió las puertas al hombre nuevo". Niemeyer fue el
primer presidente de la Asociación de Amistad con la Isla en su país y
formó parte en 1960 del Instituto Brasil-Cuba, relación a la que rara
vez se alude y que quizás podría dar hoy una nota singular en el
concierto de los medios que reseñarán los cien años del artista.
Esta amistad con Cuba y con Fidel se ha mantenido inalterable por
décadas, con disímiles testimonios y cartas, como las que publica
ahora el diario Granma. Podrían añadirse, por ejemplo, los
mensajes cruzados entre los dos amigos a inicios de 2006, cuando
Niemeyer le regaló al Comandante en Jefe una maqueta de lo que se
convertiría en una escultura que pesa 11,1 toneladas y representa un
cubano con nuestra bandera enfrentando a un monstruo, para que se
exhibiera en una plaza de la Isla. En una carta fechada el 1 de
febrero de ese año, Fidel le agradeció el regalo y le comentó:
Tengo la convicción de que en la Universidad de Ciencias
Informáticas, lugar donde estudiarán como mínimo 10 000 jóvenes, y que
hoy se ha convertido en un sitio donde se recibe sistemáticamente a
importantes personalidades, artistas, intelectuales y entrañables
amigos que arriban a nuestro país, tu proyecto será un reflejo de las
ideas que compartimos y por las que hemos luchado siempre.
El 16 de diciembre de ese año, Fidel vuelve a escribirle al amigo:
Aprovecho la visita de los compañeros que están al frente de la
ejecución de tu obra para felicitarte por tus recién cumplidos 99
años. Lo hago también en nombre de nuestro pueblo que agradece tu
solidaridad permanente con Cuba.
Mantendremos siempre el espíritu que simboliza tu escultura, en la
que el más humilde de los hombres alza su bandera contra el Imperio
más poderoso que ha existido jamás, síntesis exacta de nuestra
voluntad de luchar por las ideas más justas y la supervivencia de la
especie humana.
La plaza de la UCI que llevará su escultura, diseñada también por
él, está en fase de terminación, de modo que la noticia en este
centenario es feliz para Niemeyer y para nosotros: Cuba no es solo la
Isla entrañable del edificio moral del artista, sino parte de la
geografía de su obra. Y qué obra.