En la vorágine del IV Encuentro Nacional de Orquestas Sinfónicas,
al escenario del Teatro Amadeo Roldán subieron dos agrupaciones que
representan líneas diferentes que coinciden ambas en su favorable
resultado.
Es conocida la dicotomía del boxeo entre el peleador técnico y el
de pegada. Pues lo segundo lo encarnó aquí el director Jorge Rivero
frente a la Orquesta Sinfónica de Camagüey en la Sinfonía No. 5,
de Beethoven, todo un reto, y su ejecución dejó un saldo positivo en
sentido general, con independencia de que algunos detalles
perfectibles reclamen atención.
Así mismo lo expresó el maestro Rivero, creo que con excesiva
vehemencia al calificar algunos fallos de los músicos, que
realmente, aunque aislados y sin afectar el enorme poder
comunicativo que lograron, saltaron al oído: pero hay que
distinguir, por ejemplo, las notas que faltaron en un pasaje de la
trompa, evidentemente un accidente, de ciertas desafinaciones e
imprecisiones en los vientos madera, un claro descuido, o de la
confusión entre los cellos y contrabajos al presentar un tema, lo
que manifiesta falta de concertación donde comparten culpas los
músicos y la marca del director, que requiere de una capacidad para
sostener al mismo tiempo impulsos muy precisos y varios planos
discursivos a la vez, una polifonía que nace de los gestos
compartidos y no se resuelve con movimientos simétricos de ambos
brazos.
Un detalle significativo: el montaje de esta sinfonía de
Beethoven estuvo a cargo de la joven maestra Daiana García, y para
ser justo debe decirse que es la parte fundamental en tal caso,
porque sobre el escenario la batuta estimula y eleva la carga
expresiva, pero en realidad el engarce, el acople y hasta el balance
de partes para que cada una destaque su línea con la necesaria
presencia, como sucedió en general, es consecuencia del proceso de
ensayos.
Hace poco más de treinta años yo escuchaba lo que sería el
embrión de esta orquesta, cuando maravillaba reconocer lo que intuía
que eran los ojos, manos y piernas. Luego la vi gatear y crecía el
placer; pero ahora siento que estoy ante una nueva Orquesta
Sinfónica de Camagüey, que ya se atreve a dar un salto como este con
toda confianza, vistiéndose de largo.
La Orquesta Sinfónica de Matanzas, bajo la dirección de la
maestra Yeni Delgado Rolo, ocupó la segunda parte del programa con
la Sinfonía No. 3, del propio compositor. Fue la otra cara de
la moneda en cuanto a la depuración de la técnica para dirigir, que
daba gusto solamente de mirar la correspondencia del lenguaje
musical con el gestual.
Más allá de este reflejo transfigurado, en el plano meramente
musical había mucho de balanceado equilibrio sopesando la presencia
de cada línea en su actuar simultáneo y sucesivo en relación con las
otras. Pero había sobre todo concepto y expresión, una doble
combinación que hace de los intérpretes —como ilustró la
compenetración entre los integrantes de la orquesta y su directora—
la onda portadora perfecta en el decir musical.