De la propia Villa Clara también llegan al Conjunto Escultórico;
porque hace rato le colocaron en el corazón y se apropiaron del
guerrillero. Guevara continúa siendo cubano, argentino, de América y
del mundo; la provincia central no pretende quedárselo, sino compartir
su lucha y anhelos, la invitación perenne a ir en pos del futuro.
Les asisten infinitas razones: la Batalla de Santa Clara sentenció
el triunfo de la Revolución, e impulsó al dictador a huir. En esa
ciudad logró la hazaña de vencer el último gran obstáculo que colocó
el enemigo en su paso hacia La Habana. Comandante y estratega, con su
Columna 8, digamos que en ella se consagró maestro de la libertad.
Esos serían los motivos de quienes le recuerdan de entonces. Los
jóvenes de hoy tienen otros. La Plaza de la Revolución lleva su
nombre. De pequeños se han detenido frente al tren blindado, la
escultura realizada por Delarra, los restos mortales o la escultura
del Guerrillero Heroico con un niño en brazos.
Ya la provincia le cuenta entre sus habitantes, le ve a cada
instante animándoles. Cuentan que ha influido en convertirla en la de
resultados más estables en la emulación por la sede del 26 de Julio.
Lo cierto es que el empeño ha dado frutos y hasta les inspiró a izar
la bandera cubana en lo alto de una palma, no un día sino cada mañana
frente a la sede del Partido, e igual en otros municipios.
Por eso cuando llegaron los restos del Che, en 1997, la
concentración de pueblo que acudió a verle dejó los libros sin números
ante el colosal desfile¼ y el lugar sin
sonidos: un silencio invadió el aire.
Ahora los huesos del luchador incansable están celosamente
guardados en el Conjunto Escultórico. Plaza, Museo y Memorial
internacionalizan su figura, como dice Veneranda Fe García, la
directora. Numerosas fotos, objetos personales, ideas y hechos.
Tampoco nadie más que su legado convoca a quienes lo visitan, más
de dos millones en estos 10 años, y una cifra superior a los 800 cada
día. Vienen tras esa fe inmensa en el hombre, del joven asmático que
intentó vencer cuatro veces la altura del Popocatépetl y la
respiración le impidió llegar arriba¼ pero
cada vez superaba la marca anterior, y al final se elevó hasta la
cumbre más alta de la dimensión humana.
Maricel Fleites nos revela anécdotas de los visitantes al
Monumento: la mamá que cruza los mares con el niño para que pueda
besar al Che, el comunista español de 97 años que no quiso morir sin
hablarle en presente, otro que los llamó Universidad Guevariana del
Mundo. Vienen de todas partes, a aprender, a confirmar, a hinchar las
velas.
El catalán José Companya ha tenido que contenerse. Ha leído mucho
del Che, pero ahora la historia le queda a unos pasos. Como a él, a la
pareja inglesa de Dale Brook y Clare Jennings les ha maravillado el
museo. Al alemán Jorge Schreiber y a la argentina Natalia Verón les
sucedió otro tanto. El memorial dejó tristes a ambos.
En cambio, para Lisleidy Pereira y Yoandry Rodríguez no es la
primera ocasión. Viven en Villa Clara y les gusta volver una y otra
vez. Acuden a reencontrarse con el Che y la historia. Otra explicación
no atravesaría tan fácil la garganta.
Igualmente, al Comandante le fueron difíciles las despedidas. En
1959, al marchar de Santa Clara a cumplir otras tareas, dejó una carta
en la cual llamó a este "un lugar querido", e invitó a "mantener el
mismo espíritu revolucionario para que en la gigantesca tarea de la
reconstrucción también sea Las Villas vanguardia y puntal de la
Revolución".
Sobran motivos para apropiarse de este soldado de América, tanto a
los especialistas del monumento que divulgan su pensamiento y obra,
propician intercambios y acogen círculos de interés, como al pueblo
que sigue haciendo suyo al héroe, a Villa Clara¼
y a quienes ahora más que nunca creen en las utopías de antaño.