Bien plantadas

VIRGINIA ALBERDI BENÍTEZ

Con la escultura de pequeño y mediano formatos, pensada para recrear ámbitos interiores u ocupar un sitio prominente en una galería o sus alrededores, ha venido sucediendo una especie de subvaloración a partir del aliento, por una parte, de un muy saludable impulso a la escala monumental, ambiental y arquitectónica, y por otra, del instalacionismo y las tendencias performáticas que imperan en los discursos de la llamada postmodernidad.

Fisura, obra de José Villa Soberón,
realizada en hierro.

Es por ello que resulta estimulante comprobar en una exposición como Bien plantadas, que a lo largo de un mes ha tenido cabida en la galería Villa Manuela, de la UNEAC, la vitalidad y actualidad de la obra de cinco escultores cubanos que no solo no renuncian a la modalidad de salón sino aprovechan sus dimensiones para avanzar códigos renovadores.

Cada quien llegó hasta Villa Manuela con una sugerencia que supera las márgenes de la mera abstracción de las formas volumétricas. Juan Quintanilla retoma uno de los materiales más caros a la escultura clásica: el famoso mármol de Carrara. La superficie marmórea, en sí misma, denota una morbidez en su trato con la vista.

Eliseo Valdés se decanta por una construcción rígida de acero, en la que juega con la letra H en su geometría corpórea. La alusión alfabética no es fortuita; coloca al espectador ante la disyuntiva de lo que fue alguna vez referencia narrativa en el discurso escultórico convencional y la libre expresión metafórica. De acero también es la pieza de Tomás Lara. En un alarde de virtuosismo estructural, el artista nos remite a las instancias del arte que en el siglo XX tomó su inspiración en las novedades tecnológicas de la industria.

Por esos lindes parece deslizarse Rafael Consuegra con su Autorretrato, título que encierra una paradoja cargada de ironía para quien se plantea más que representarse a sí mismo, formular su adhesión a una poética. Lo más interesante en el caso de Consuegra es la apropiación de ciertos principios del instalacionismo en la definición de una obra que, sin embargo, nos remite al canon escultórico de la modernidad.

Por último, o mejor dicho, en un principio, está José Villa Soberón. Nadie ignora su gran aporte a la escultura figurativa-conmemorativa, de plena inserción popular, que va desde el Benny Moré que campea por las calles de Cienfuegos al Caballero de París que seduce a los viandantes de la Plaza de San Francisco, sin olvidar el imprescindible Lennon del parque de El Vedado.

Pero este otro Villa merece mayor conocimiento y disfrute. Formas angulares resueltas con precisión y osadía nos hablan de una especulación del espacio y la materia de honda fulguración visual. El hierro domeñado celebra el ingenio y la poesía.

 

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