Con la escultura de pequeño y mediano formatos, pensada para
recrear ámbitos interiores u ocupar un sitio prominente en una galería
o sus alrededores, ha venido sucediendo una especie de subvaloración a
partir del aliento, por una parte, de un muy saludable impulso a la
escala monumental, ambiental y arquitectónica, y por otra, del
instalacionismo y las tendencias performáticas que imperan en los
discursos de la llamada postmodernidad.
Es por ello que resulta estimulante comprobar en una exposición
como Bien plantadas, que a lo largo de un mes ha tenido cabida
en la galería Villa Manuela, de la UNEAC, la vitalidad y actualidad de
la obra de cinco escultores cubanos que no solo no renuncian a la
modalidad de salón sino aprovechan sus dimensiones para avanzar
códigos renovadores.
Cada quien llegó hasta Villa Manuela con una sugerencia que supera
las márgenes de la mera abstracción de las formas volumétricas. Juan
Quintanilla retoma uno de los materiales más caros a la escultura
clásica: el famoso mármol de Carrara. La superficie marmórea, en sí
misma, denota una morbidez en su trato con la vista.
Eliseo Valdés se decanta por una construcción rígida de acero, en
la que juega con la letra H en su geometría corpórea. La alusión
alfabética no es fortuita; coloca al espectador ante la disyuntiva de
lo que fue alguna vez referencia narrativa en el discurso escultórico
convencional y la libre expresión metafórica. De acero también es la
pieza de Tomás Lara. En un alarde de virtuosismo estructural, el
artista nos remite a las instancias del arte que en el siglo XX tomó
su inspiración en las novedades tecnológicas de la industria.
Por esos lindes parece deslizarse Rafael Consuegra con su
Autorretrato, título que encierra una paradoja cargada de ironía
para quien se plantea más que representarse a sí mismo, formular su
adhesión a una poética. Lo más interesante en el caso de Consuegra es
la apropiación de ciertos principios del instalacionismo en la
definición de una obra que, sin embargo, nos remite al canon
escultórico de la modernidad.
Por último, o mejor dicho, en un principio, está José Villa Soberón.
Nadie ignora su gran aporte a la escultura figurativa-conmemorativa,
de plena inserción popular, que va desde el Benny Moré que campea por
las calles de Cienfuegos al Caballero de París que seduce a los
viandantes de la Plaza de San Francisco, sin olvidar el imprescindible
Lennon del parque de El Vedado.
Pero este otro Villa merece mayor conocimiento y disfrute. Formas
angulares resueltas con precisión y osadía nos hablan de una
especulación del espacio y la materia de honda fulguración visual. El
hierro domeñado celebra el ingenio y la poesía.