Por
su alcance táctico, estratégico y político, el asalto a la ciudad de
Las Tunas (28-29 de agosto de 1897) y la toma definitiva (el 30),
habrían ocupado amplio espacio y destacada posición en cualquier
órgano de prensa que se respetase a sí mismo o en instituciones
dedicadas a estudios militares.
Pero como ni al ejército colonial español, ni a la
metrópoli les convenía "amplificar" aquella aplastante victoria de las
tropas mambisas encabezadas por el Mayor General Calixto García
íñiguez, lo más "lógico" era que imperase la palidez en torno a uno de
los más brillantes hechos de las armas cubanas durante la guerra de
independencia.
Lo que no imaginaron caudillos militares,
estrategas, políticos, familias adineradas, terratenientes y
defensores de la corona, fue que —además de respetar con la habitual
dignidad cubana la vida de cientos de jefes, oficiales y soldados
rendidos— Calixto García enviaría a todos los prisioneros hacia otros
enclaves militares españoles, convirtiéndolos de hecho en portadores,
transmisores y en irrefutable prueba de la victoria cubana.
Para el buen entendedor bastaba una simple
reflexión al estilo de la que nos dejan estudiosos como el doctor
Rolando Rodríguez, al razonar que con occidente resistiendo, Máximo
Gómez ocasionándole miles de bajas a Valeriano Weyler en La Reforma y
Calixto apoderándose o destruyendo plazas decisivas en Oriente y
Camagüey, al dominio español le quedaba muy poco tiempo en Cuba.
La idea de atacar y tomar a Las Tunas había sido
cuidadosamente analizada por Calixto García, entonces Jefe del
Departamento Oriental y Lugarteniente General del Ejército Libertador
Cubano tras la muerte de Antonio Maceo.
El plan tomaba en cuenta que la ciudad siempre
había sido estratégica por enlazar a Camagüey, Puerto Padre, Holguín y
Bayamo. No por gusto los españoles la fortificaron exterior e
interiormente, mediante cuarteles, fortines, fosos, artillería y una
cantidad de tropas que en agosto de 1897 rebasaba los 1 000 efectivos.
Con su cuartel general en Curana, Calixto García
(el General de las tres guerras) situó en puntos clave, entre el 26 y
27 de agosto, suficientes fuerzas de infantería, caballería y
artillería, pertenecientes a la Brigada de Las Tunas y a Guantánamo,
Bayamo, Jiguaní, Holguín y Camagüey.
Tras quedar sitiada la localidad y controlados los
accesos de posible refuerzo enemigo, el cañón automático lanzadinamita
Dudley rajó en dos el amanecer de aquel día 28, seguido de una cerrada
descarga de fusiles. Otra vez Las Tunas era asaltada.
La toma, ese mismo día, del principal objetivo
militar (cuartel de caballería) y del fortín Aragón, demostrarían la
efectividad de la artillería mambisa, la destreza de los artilleros
(entre ellos José Martí Zayas-Bazán, hijo del Héroe Nacional cubano) y
la impetuosidad de las tropas, en abierta carga de fusiles y machetes
sobre un enemigo que defendía tenazmente sus posiciones.
Al filo de la madrugada media ciudad era mambisa.
El 29 la artillería siguió haciendo estragos. Tres fortines más habían
caído al anochecer, como precedente del golpe definitivo (día 30) al
rendirse más de 200 hombres en el cuartel de infantería y los que
radicaban en el cuartel Telégrafo.
Unos 1 000 rifles, alrededor de un millón de
municiones, dos cañones, pólvora, diez carretas de medicina, uniformes
y otras provisiones, fueron parte de lo ocupado, según comunicación
preliminar del jefe mambí.
De 81 bajas cubanas, 24 resultaron mortales; entre
ellas hombres de probado arrojo como el teniente coronel Ángel de la
Guardia, quien acompañaba a José Martí, al morir, dos años atrás.
España perdió 337 efectivos, incluidos 161 muertos. Para Cuba, la
guerra no estaba estancada.
A los mambises les sobraban razones, hombres,
coraje y dignidad. Prueba de ello ofrecieron días después, al partir,
cuando Calixto ordenó dejar la ciudad reducida a cenizas y escombros.
Se repetía así la historia protagonizada en septiembre de 1876 por
otro insigne caudillo: Vicente García González. Era preferible quemar
otra vez a Las Tunas antes que verla esclava o en manos enemigas.