De poder salir de su tumba cual fantasma cómico o justiciero —ese
recurso a veces utilizado con sus personajes—, William Shakespeare
tendría ante sí la trama de una fabulosa tragedia que, sin embargo,
debiera comenzar a escribir preguntándose primero si realmente existió
él como dramaturgo.
La incertidumbre viene rodando desde el siglo XVIII, pero este
último sábado, al finalizar la función de Yo soy Shakespeare,
en el Minerva Theatre de Chichester, al sur de Inglaterra, se dio a
conocer un documento que, por su trascendencia y personalidades
firmantes, vuelve a poner sobre el tapete una vieja polémica.
Derek Jacobi, actor que ha encarnado a Hamlet en reiteradas
ocasiones y quien fuera director del Globe Theatre, leyó un documento
denominado Declaración de la duda razonable, cuyo detonante
hacia el mundo cultural y académico pudiera resumirse de esta manera:
es improbable que William Shakespeare, un plebeyo del siglo XVI criado
en un hogar analfabeto de Stratford-upon-Avon, escribiera las geniales
obras que llevan su nombre.
Según se desprende de una información aparecida en el periódico The
Observer, la declaración no es un arrebato extra temporal de un grupo
de apasionados pidiendo justicia de creación, sino que está promovida
por la denominada Coalición de la autoría de Shakespeare y la avalan
300 prestigiosas firmas de artistas y estudiosos, todos ellos
empeñados en asegurar que "un hombre que apenas sabía leer y escribir
(lo cual no es enteramente cierto) no pudo poseer los rigurosos
conocimientos legales, históricos y matemáticos que salpican las
tragedias, comedias y sonetos atri-buidos al bardo".
Las evidencias son bastantes y pretenden reabrir el viejo debate
acerca de quién estaba detrás de la pluma de ganso que diera vida a
las obras que todavía hoy siguen haciendo época: no hay relación —se
asegura— entre la existencia del pretendido autor y el conocimiento de
las clases altas, descritas en las piezas teatrales con gran
familiaridad, incluidos "detalles oscuros" de la sociedad italiana...
No existen pruebas de que "el aldeano William" recibiera retribución o
mecenazgo por sus obras... En el testamento de Shakespeare, en el que
se legaba a su esposa la "segunda mejor cama con los muebles", no
aparecen referencias a obras de teatro, libros o poemas, ni tampoco se
detectan "frases shakesperianas".
¿Entonces?
Pues vuelve a resurgir la teoría del seudónimo con tres probables
nombres a la cabeza: Christopher Marlowe (1564-1593), considerado el
primer gran autor del teatro inglés, Francis Bacon (1561-1626), y
Edward de Vere (1550-1604), decimoséptimo conde de Oxford.
Cada candidato tiene sus simpatizantes, pero desde hace siglos
algunos estudiosos señalan al aventurero, viajero infatigable, espía,
pluma inconmensurable, deudor empedernido y finalmente muerto en una
taberna a puñaladas por negarse a pagar una cuenta, Christopher
Marlowe. Y lo cierto es que aquellos que comparen las piezas de
Marlowe con las atribuidas a William Shakespeare notarán que en las
del último, a ratos, parece haber algo más que una mera influencia.
Shakespeare y la incertidumbre eterna.
Por el momento, La proclama de la duda razonable hará que se vuelva
sobre las pistas históricas. El resultado pudiera ser "un notición".
También, y lo más probable, tan turbio e inquietante como los
fantasmas de Hamlet.