Shakespeare y la duda razonable

ROLANDO PÉREZ BETANCOURT
rolando.pb@granma.cip.cu

De poder salir de su tumba cual fantasma cómico o justiciero —ese recurso a veces utilizado con sus personajes—, William Shakespeare tendría ante sí la trama de una fabulosa tragedia que, sin embargo, debiera comenzar a escribir preguntándose primero si realmente existió él como dramaturgo.

La incertidumbre viene rodando desde el siglo XVIII, pero este último sábado, al finalizar la función de Yo soy Shakespeare, en el Minerva Theatre de Chichester, al sur de Inglaterra, se dio a conocer un documento que, por su trascendencia y personalidades firmantes, vuelve a poner sobre el tapete una vieja polémica.

Derek Jacobi, actor que ha encarnado a Hamlet en reiteradas ocasiones y quien fuera director del Globe Theatre, leyó un documento denominado Declaración de la duda razonable, cuyo detonante hacia el mundo cultural y académico pudiera resumirse de esta manera: es improbable que William Shakespeare, un plebeyo del siglo XVI criado en un hogar analfabeto de Stratford-upon-Avon, escribiera las geniales obras que llevan su nombre.

Según se desprende de una información aparecida en el periódico The Observer, la declaración no es un arrebato extra temporal de un grupo de apasionados pidiendo justicia de creación, sino que está promovida por la denominada Coalición de la autoría de Shakespeare y la avalan 300 prestigiosas firmas de artistas y estudiosos, todos ellos empeñados en asegurar que "un hombre que apenas sabía leer y escribir (lo cual no es enteramente cierto) no pudo poseer los rigurosos conocimientos legales, históricos y matemáticos que salpican las tragedias, comedias y sonetos atri-buidos al bardo".

Las evidencias son bastantes y pretenden reabrir el viejo debate acerca de quién estaba detrás de la pluma de ganso que diera vida a las obras que todavía hoy siguen haciendo época: no hay relación —se asegura— entre la existencia del pretendido autor y el conocimiento de las clases altas, descritas en las piezas teatrales con gran familiaridad, incluidos "detalles oscuros" de la sociedad italiana... No existen pruebas de que "el aldeano William" recibiera retribución o mecenazgo por sus obras... En el testamento de Shakespeare, en el que se legaba a su esposa la "segunda mejor cama con los muebles", no aparecen referencias a obras de teatro, libros o poemas, ni tampoco se detectan "frases shakesperianas".

¿Entonces?

Pues vuelve a resurgir la teoría del seudónimo con tres probables nombres a la cabeza: Christopher Marlowe (1564-1593), considerado el primer gran autor del teatro inglés, Francis Bacon (1561-1626), y Edward de Vere (1550-1604), decimoséptimo conde de Oxford.

Cada candidato tiene sus simpatizantes, pero desde hace siglos algunos estudiosos señalan al aventurero, viajero infatigable, espía, pluma inconmensurable, deudor empedernido y finalmente muerto en una taberna a puñaladas por negarse a pagar una cuenta, Christopher Marlowe. Y lo cierto es que aquellos que comparen las piezas de Marlowe con las atribuidas a William Shakespeare notarán que en las del último, a ratos, parece haber algo más que una mera influencia.

Shakespeare y la incertidumbre eterna.

Por el momento, La proclama de la duda razonable hará que se vuelva sobre las pistas históricas. El resultado pudiera ser "un notición". También, y lo más probable, tan turbio e inquietante como los fantasmas de Hamlet.

 

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