Eduardo Aguirre, representante de Washington en España, ha
preferido no salir de entre las altas cercas y rejas que rodean su
legación diplomática en Madrid, por cierto custodiada como es habitual
por una tanqueta de guerra.
Incontinente verbal por naturaleza, Aguirre, quien se ha
vanagloriado una y otra vez de ser amigo íntimo de Bush, no ha dicho
ni una sola palabra de lo que está ocurriendo con su gobierno, optando
claramente por aboyarse sin hacer olas en momentos en que Bush tiene
el agua hasta el cuello.
El silencio absoluto del embajador norteamericano en Madrid
contrasta con sus acostumbradas y altaneras declaraciones públicas,
cuando se trata de asuntos internos de España, o de otras naciones que
nada tienen que ver con sus responsabilidades.
Evidentemente el representante de Washington prefiere solo
observar, y preferiblemente desde lejos, como dimiten en manada los
miembros de su régimen, y abandonan a su apreciado amigo Bush. En boca
cerrada no entran moscas, dirá Aguirre, entre dientes.