Y no es para menos, por cuanto esas palabras del alto jefe militar,
muy vinculado a los sectores de poder en el Pentágono, es parte de la
actual campaña bélica que emprende el gobierno de George W. Bush, e
incluye elementos clave como la ampliación de la OTAN hasta las
fronteras rusas, la instalación de un escudo antimisiles en la
República Checa y Polonia y bases militares en las repúblicas ex
soviéticas y países del este europeo.
El propio jefe del Comando Estratégico norteamericano justificó su
pedido, porque, "de ser así, Estados Unidos podría disponer de armas
para asestar un golpe militar demoledor contra Rusia".
Como argumento para que Washington no vuelva a firmar el START-1,
firmado en 1991 y vigente hasta el 2009, el propio general Cartwright
señala que "para poder emprender un golpe global contra países
sospechosos de desarrollar armas de destrucción masiva, se propone
usar los misiles balísticos Trident, instalados a bordo de los
submarinos y dotados de ojivas convencionales, pero es precisamente
aquí donde existe el problema, pues los Trident pertenecen a la
categoría de armas estratégicas, por lo que están sujetos a la
vigencia del tratado START-1.
El plan estadounidense es claro en cuanto a su objetivo de dominio
unipolar, pero tiene algo más que los estrategas militares rusos ya
han advertido: la renuncia a prolongar el START-1 consiste en que
dichos misiles pueden emplearse también como armas de alta precisión
para asestar golpes contra objetivos estratégicos de Rusia, tales como
silos de misiles, puestos de mando subterráneos, y otros.
De transformarse los elementos de las fuerzas nucleares
estratégicas en armamentos convencionales, no se descarta la posterior
transformación a la inversa, lo que, como es lógico, aumentaría con
rapidez el potencial de fuerzas nucleares estratégicas
norteamericanas.
Estos elementos, analizados en uno de los más importantes
periódicos rusos, Kommersant, coincidieron con declaraciones de
expertos militares en Moscú, citados por la agencia RIA Novosti, en
cuanto a que "Estados Unidos cometerá un error catastrófico si se
atiene a las recomendaciones de algunos funcionarios de la
administración Bush, y se resiste a prolongar el START-1".
Para Serguei Márkov, director del Instituto de Estudios Políticos
ruso, tales planteamientos "nos hacen ver que la nación más poderosa
del planeta está gobernada, de hecho, por extremistas que cometen
errores catastróficos y arrastran al mundo en sus aventuras".
Los defensores de esta línea, que consiste en "hablar menos y
bombardear más", son "extremistas radicales conocidos bajo el nombre
de neoconservadores", con "el vicepresidente Richard Cheney, uno de
los políticos más odiosos, al frente", precisó Márkov.
En Washington, no obstante, treinta congresistas alarmados con
semejante desliz dentro de las altas esferas de poder, enviaron al
presidente George W. Bush una carta instándole a "trabajar
conjuntamente con Rusia para la prolongación del Tratado sobre la
reducción de armas estratégicas ofensivas (START-1)".
Y argumenta el militar ruso: "Para nosotros, el componente europeo
del Tratado de Defensa Antimisiles norteamericano no es algo aislado.
Nos damos perfecta cuenta de que forma parte del sistema global que
incluye una zona en Alaska, el sistema de radares en Gran Bretaña y
Groenlandia, sistemas navales de defensa antimisiles Aegis, medios de
detección por satélite y muchos otros elementos. Nos referimos no solo
al número de antimisiles y radares, sino a la creación de un
importante elemento de la infraestructura global de ese tratado
militar, que con una relativa facilidad podría ser reforzada por
decisión de la élite político-militar norteamericana".
El peligro de los planes bélicos de la administración Bush no puede
ser mayor. La dirección rusa lo sabe. Los militares y estrategas de
Moscú lo conocen y advierten sobre sus posibles consecuencias. Al
mundo debe quedarle, al menos, la prerrogativa de denunciar tan
demencial filosofía de guerra que emprenden los halcones del Pentágono
y la Casa Blanca.