Cincuenta antiguos y obsoletos refrigeradores —modelos que a duras
penas funcionaban con altos consumos de electricidad y baja
eficiencia, en vías de sustitución en nuestro país como parte de la
Revolución Energética— fueron transformados por igual número de
artistas cubanos en objetos esculturados muy apreciados por los
espectadores.
La iniciativa del artista y promotor Mario M. González (Mayito) —él
mismo ha contado cómo "estábamos en mi atelier trabajando en otro
proyecto, y uno de los artistas, Roberto Fabelo, se puso a pintar el
refrigerador de mi taller: entonces me dije que era una buena idea"—
impactó a los asistentes de la última Bienal de La Habana y luego ha
tenido días de gloria en el espacio milanés de la Trienal Bovisa, en
Italia; y la Casa de América, de Madrid, antes de desembarcar en el
verano parisién.
La crítica y el público de la capital gala se rindieron a los pies
de los refrigeradores: "insólitos, tiernos, humorísticos, nostálgicos,
osados o inquietantes", reflejó la agencia AFP al registrar las
reacciones de los visitantes a la muestra, quienes coincidieron en
calificarla como "una rotunda demostración de la vitalidad del arte
contemporáneo de la Isla".
Jules Grossard, experto en arte latinoamericano, afirmó que
Monstruos devoradores de energía encierra "una metáfora sobre la
imaginación ebullente de una sociedad que encara los retos de la
existencia con alegría", mientras que Francis Marmande, desde las
páginas de Le Monde, luego de calificar la colección como
"estimulante, agresiva con sensualidad y endemoniadamente cubana",
apeló a símiles musicales al escribir que el conjunto "tiene el swing
del contrabajo de Cachaíto y de la percusión de Chano Pozo".
Y es que la muestra de los viejos refrigeradores condensa una de
las aventuras más inquietantes de las artes visuales cubanas de
nuestro tiempo, tanto por haber sido capaz de reunir a representantes
de la avanzada creativa de varias generaciones como por transgredir
innovadoramente las fronteras entre la pintura, la escultura, la
escenografía y el ready made u objet trouvé, tan caros a
las vanguardias europeas entre guerras del siglo pasado.
Unos artistas se concentraron en las dimensiones rectangulares del
aparato electrodoméstico como soporte para desarrollar sus habituales
pautas —por ejemplo, Zaida del Río, Agustín Bejarano y Ernesto García
Peña poblaron las puertas del "frío" con sus representaciones líricas
de alto vuelo, mientras Javier Guerra desplegó uno de sus magníficos
dibujos con que suele diseñar portadas de revistas imaginarias—; otros
desbordaron el soporte hasta convertirlo en punto de partida de nuevas
fantasías tridimensionales —el imponente taburete concebido por Nelson
Domínguez, el refrigerador-lata de cerveza de Miguel A. Leyva, la
reinventada caja de luz de René Peña y el refrigerador-balsa de Kcho.
En esta última línea, el propio Mayito logró una pieza que vale por
un manifiesto: el aparato como núcleo de un fragmento de Malecón
habanero. Ese mismo sello identitario, a nivel iconográfico, se
distingue en el híbrido de refrigerador y "almendrón" de Luis E.
Camejo.
En todos los casos es como si la energía derrochada por estos
artefactos se reciclara en miles de kilovatios de imaginación.