Intimidad previsible

PEDRO DE LA HOZ
pedro.hg@granma.cip.cu

Si la última entrega de Historias para contar fuera vista como ejercicio de realización, obtendría una altísima puntuación: Magda González Grau supo dotar a las narraciones de aliento suficiente y de una caligrafía visual sugerente que trascendió la propuesta dramática de las cuatro variaciones argumentales planteadas por la guionista Elena Palacios bajo el provocador y nada justificado título de Obscena intimidad.

Sobriedad y equilibrio en la conducción actoral, con notas sobresalientes para Yolanda Pujol, Yaliene Sierra, Jorge Martínez, Laura Ramos, Rogelio Blaín, Tamara Castellanos y Néstor Jiménez, una banda sonora que contó con música original de Magda Rosa Galván y Juan Antonio Leyva, y una minuciosa edición de Pável Ramírez, complementaron la labor de la González Grau.

Los televidentes nos hallamos el último martes ante conflictos de la vida cotidiana: la crisis de una pareja de larga data, la supuesta disyuntiva entre ser madre y amante, los avatares sentimentales de una pareja con un familiar de la tercera edad que requiere cuidados un tanto especiales, y las relaciones de un discapacitado con su entorno familiar y el inaccesible mundo exterior. Todo ello en el marco de la vecindad de un edificio de apartamentos en la capital y dado a manera de esbozos narrativos, sumamente condensados.

Resultaron inquietantes los desplazamientos de los puntos de vista asumidos para cada una de las propuestas: mientras que en las dos primeras era visible el tratamiento desde la mujer, en el tercero la pareja protagonista comparte esa perspectiva. En todos esos casos, el tono reflexivo se conjugó con una representación realista, aunque demasiado previsible, de las situaciones abordadas. No sé por qué insistir en una faena pedagógica ante cada problema, esas lecciones intercaladas que intentan resolver como por arte de magia los encontronazos que depara la vida: la pareja que se recompone de la noche a la mañana previa una sesión de autoerotismo sumamente pacata, la muchacha que se reconcilia consigo misma luego de la terapia a dos manos que recibe de la médico y la vecina, y el matrimonio que puede seguir adelante gracias a la disponibilidad de una plaza en un hogar de ancianos.

Sin embargo, la historia del cierre se salió del molde: la pretensión poética del discurso interior de un ser gravemente aquejado por una dolencia neurológica —del que ya sabíamos que había perdido tiempo en la rehabilitación— entró en disonancia con el resto del conjunto por su inverosimilitud. Evidentemente no se trataba de un personaje como el de la película Mi pie izquierdo ni de la excepcionalidad de un Stephen Hawking. Todo hubiera sido creíble si la especulación hubiese partido del padre, la madre o alguno de los familiares. De todos modos, el gran valor de ese microcuento está en mostrar, sin teques moralizantes, un clima de convivencia normal, sustentado por un elevado sentido de la eticidad, en una familia que afronta un duro aletazo del destino.

 

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