Mirada amanecida

VIRGINIA ALBERDI BENÍTEZ

RAÚL MARTÍNEZ (1927– 1995) llevó el pulso revolucionario a las artes plásticas cubanas por partida doble: de una parte pocos como él supieron registrar con originalidad y transparencia el significado de la eclosión social que vivió nuestra sociedad a partir de los años sesenta: por otra, ejerció con meridiana convicción un magisterio en los procesos de integración de los recursos expresivos en función de crear una nueva realidad artística.

En el Edificio de Arte Cubano del Museo Nacional de Bellas Artes puede apreciarse por estos días la intensidad de una de esas facetas adelantadas del maestro, con la exposición La otra mirada, que reúne parte de su experiencia fotográfica.

Al observar con detenimiento cómo la fotografía se fue asimilando a una posibilidad de replantearse la interpretación de los signos vitales de su entorno, Raúl nos recuerda quizá el caso todavía insuficientemente explorado de José Manuel Acosta, quien supo tempranamente entre nosotros que la fotografía tenía una vida independiente a la del reportaje.

Aquí vemos fotos propias y ajenas recicladas como objetos pictóricos, imágenes fotográficas que hablan por sí mismas e instantáneas insertadas en collages sorprendentes.

En todo caso para el artista lo más importante fue acortar la distancia entre la propuesta y el resultado visual, a partir de la manipulación interesada del diseño como concepto ordenador del mensaje. En ello se advierte una manera crítica de asimilar las lecciones aprendidas a su paso por los talleres del Instituto de Diseño de Chicago, de la irrupción del arte pop en el hemisferio occidental y de su propia experiencia como artista gráfico.

La apropiación de la iconografía popular, del espacio como plaza abierta a la confrontación de sensibilidades y de la naturaleza lúdicra de la fotografía se articula en obras siempre amanecidas y estremecedoras.

Al inaugurar la muestra, el dramaturgo Abelardo Estorino, testigo privilegiado del excepcional crecimiento de la obra de Raúl, calificó así su legado: "Trabajó mucho, todo el tiempo, entonces y después. A veces me parece que no descansó nunca: cuando no tenía el pincel o la espátula en la mano, su mente no descansaba imaginando una nueva forma de acercarse al arte. Era su entrega, constancia, vocación, como quiera que se diga, cualquier palabra que defina su vivir".

ESPLENDOR DESLUMBRANTE EN EJERCICIO

(Raúl Martínez expone nuevamente)

Después de muchos, infinitos colores,

mezclados con el tiempo y las texturas,

del asalto a las héroes y paseantes

bellos y relamidos,

se asienta la familia en la sonrisa.

Azules más punzantes que los ojos,

mariposas febriles o leopardos,

construyen otra vida no perpetua,

pero válida siempre y desafiando.

Rostros del tiempo en tonos repetidos

donde la mano adivina los rastros

y construyó su mundo detonante,

puro esplendor de cotidiano alcance.

Dócil al ámbito en el que se rebelan

fuerzas contra la inercia desatadas,

triunfa el pintor cuando el color se crea

una brillante isla de banderas.

Fiera o dulce avecilla convocada,

fruta que envuelve, casi aroma, el lienzo,

la clave otorga de su preciosismo

al fulminar el tiempo con su signo.

CÉSAR LÓPEZ

PREMIO NACIONAL DE LITERATURA

 

| Portada  | Nacionales | Internacionales | Cultura | Deportes | Cuba en el mundo |
| Comentarios | Opinión Gráfica | Ciencia y Tecnología | Consulta Médica | Cartas| Especiales |

SubirSubir