Genios en una carpa maravillosa

ANTONIO PANEQUE BRIZUELA
paneque.b@granma.cip.cu

Foto:  PEPE MURRIETAVer en un solo espectáculo varias cartas de triunfo como son el encanto del circo, el exotismo arábico, la plasticidad escenográfica y la armonía entre la música y la danza, es toda una fiesta. Por eso Alberto Méndez, guionista y coreógrafo, no es el único genio de La lámpara maravillosa.

A juzgar por recientes funciones, pareciera que la ofrenda veraniega de la carpa Trompoloco, del municipio Playa, deviene gigantesca lámpara, también frotada por unos cuantos Aladinos para que los niños que la visitan durante estos días vean aparecer no uno, sino varios talentos haciendo arte.

Los espectadores así lo aprecian desde el momento mismo en que "el genio de la lámpara", Yoandy González, inicia el espectáculo emergiendo de la niebla y volando casi a ras del techo de esta carpa habitada por los sueños.

Cualquiera sabe que una función de circo no puede ser "editada" cual si fuera un programa de radio o televisión. Ningún equipo, nada ni nadie pueden "detener" o "corregir" el salto mortal de un equilibrista sujeto a una cinta de tela, a varios metros por encima de nuestras cabezas, afilados sus nervios y músculos en medio del vacío y colocado su cuerpo en la inequívoca pose del arte. Por eso lo difícil de acercarse aquí a la perfección.

Pero hasta la casualidad es relativa cuando se trata de algo tan difícil y que requiere tanta preparación previa como el circo, especialmente en números como la llamada "acrobacia de mimbre", en la que Reinier, Utnier y Daikel saltan hacia lo imprevisible del espacio... y caen de pie sobre sus propios hombros.

Tenso en las gradas, el espectador piensa que debiera "ayudar" a Geovel Guevara para que no caiga desde sus complejísimas maniobras de "equilibrio en roland"; se deslumbra ante la flexibilidad de la contorsionista Yenly Figueredo; y se asombra frente a esa suerte de dragón nada común que es el "comecandela" Rubén Dranguet.

Se notan, claro, algunas vetas algo incoloras no logradas, como las de un segmento de ballet, pero ello queda como un detalle menor en un cuadro con sobrados paisajes.

Ante la multitud de niños que acompañan a sus padres o tíos, entre risas, aplausos y ovaciones, en esta carpa capitalina, con capacidad para 1 500 personas, se despliega igualmente mucha ingeniosidad al concebirse recursos como la alfombra mágica que transporta a Aladino. ¡Ni se imaginan la forma en que flota!

Todo está cosido, pues, con hilos de arte por Alberto Méndez y por un diseño escenográfico y de atrezzo que es clave en el espectáculo. El trabajo de Boris González y Tecnoescena en el vestuario quedará como deuda para quienes disfruten de este recorrido de Aladino por "peligrosas selvas, ardientes desiertos, exóticas islas, helados parajes polares, en cuyo final lo encontramos melancólico y triste porque siente que le falta algo... ". Y allí estará de nuevo el genio para resolver el problema...

 

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