Ver
en un solo espectáculo varias cartas de triunfo como son el encanto
del circo, el exotismo arábico, la plasticidad escenográfica y la
armonía entre la música y la danza, es toda una fiesta. Por eso
Alberto Méndez, guionista y coreógrafo, no es el único genio de La
lámpara maravillosa.
A juzgar por recientes funciones, pareciera que la ofrenda
veraniega de la carpa Trompoloco, del municipio Playa, deviene
gigantesca lámpara, también frotada por unos cuantos Aladinos para que
los niños que la visitan durante estos días vean aparecer no uno, sino
varios talentos haciendo arte.
Los espectadores así lo aprecian desde el momento mismo en que "el
genio de la lámpara", Yoandy González, inicia el espectáculo
emergiendo de la niebla y volando casi a ras del techo de esta carpa
habitada por los sueños.
Cualquiera sabe que una función de circo no puede ser "editada"
cual si fuera un programa de radio o televisión. Ningún equipo, nada
ni nadie pueden "detener" o "corregir" el salto mortal de un
equilibrista sujeto a una cinta de tela, a varios metros por encima de
nuestras cabezas, afilados sus nervios y músculos en medio del vacío y
colocado su cuerpo en la inequívoca pose del arte. Por eso lo difícil
de acercarse aquí a la perfección.
Pero hasta la casualidad es relativa cuando se trata de algo tan
difícil y que requiere tanta preparación previa como el circo,
especialmente en números como la llamada "acrobacia de mimbre", en la
que Reinier, Utnier y Daikel saltan hacia lo imprevisible del
espacio... y caen de pie sobre sus propios hombros.
Tenso en las gradas, el espectador piensa que debiera "ayudar" a
Geovel Guevara para que no caiga desde sus complejísimas maniobras de
"equilibrio en roland"; se deslumbra ante la flexibilidad de la
contorsionista Yenly Figueredo; y se asombra frente a esa suerte de
dragón nada común que es el "comecandela" Rubén Dranguet.
Se notan, claro, algunas vetas algo incoloras no logradas, como las
de un segmento de ballet, pero ello queda como un detalle menor en un
cuadro con sobrados paisajes.
Ante la multitud de niños que acompañan a sus padres o tíos, entre
risas, aplausos y ovaciones, en esta carpa capitalina, con capacidad
para 1 500 personas, se despliega igualmente mucha ingeniosidad al
concebirse recursos como la alfombra mágica que transporta a Aladino.
¡Ni se imaginan la forma en que flota!
Todo está cosido, pues, con hilos de arte por Alberto Méndez y por
un diseño escenográfico y de atrezzo que es clave en el espectáculo.
El trabajo de Boris González y Tecnoescena en el vestuario quedará
como deuda para quienes disfruten de este recorrido de Aladino por
"peligrosas selvas, ardientes desiertos, exóticas islas, helados
parajes polares, en cuyo final lo encontramos melancólico y triste
porque siente que le falta algo... ". Y allí estará de nuevo el genio
para resolver el problema...