Hasta allí el discurso usual. En una América latina muy desigual
las realidades son diferentes para muchos de ellos. Tienen
problemas graves de supervivencia e inclusión.
Sin embargo, en lugar de políticas orgánicas de juventud, ha
predominado la idea de que la juventud es una especie de estado
transitorio y los esfuerzos efectuados configuran débiles políticas
"cenicienta" con pocos recursos.
Algunos temas que requieren atención urgente:
En educación, falta mucho. Solo el 34,5% termina el colegio
secundario. En el 20% más pobre es el 12%. Sin secundaria completa no
se puede conseguir empleo en la economía formal. Además el 80% de los
hijos de padres que no completaron la primaria tampoco la finalizan.
La tasa de desocupación juvenil más que duplica la general.
Sube asimismo la tasa de desaliento. El Nobel de Economía Robert Solow
indica que contra lo que suponen los apologistas de la ortodoxia,
cuando las personas intentan una y otra vez conseguir trabajo y no lo
logran, no se produce un equilibrio entre oferta y demanda a salarios
más bajos, sino que muchos se desalientan y se retiran del mercado de
trabajo, para no sufrir más frustraciones.
Crece la exclusión. Más de 50 millones de jóvenes
latinoamericanos están fuera del sistema educativo y del mercado de
trabajo. Su situación es explosiva. No tienen acceso a un primer
empleo, Terminan en muchos casos generando grupos de parias en los
márgenes de la sociedad. Ella suele repudiar su presencia, exigiendo
que sean "disciplinados".
Muchos otros jóvenes desbordan la economía informal. Trabajan
en empleos de baja productividad: vendedores ambulantes,
cuentapropistas, empleadas domésticas. En el 2002, el 79% de los
jóvenes de 15 a 29 años del 20% más pobre se desempeñaba allí.
Con mejoras, continúa el sesgo de género. Hay un 50% más
de desempleo femenino, un 12% más de informalidad y una brecha de
salarios a igual trabajo cercana al 30%.
La brecha digital es muy pronunciada. Según los datos de RITLA,
a pesar del crecimiento de Internet los usuarios son en América latina
y el Caribe solo el 3,2%.
Trabajo infantil. Hay en la región 20 millones de niños
menores de 14 años explotados laboralmente y 7 millones en las más
degradantes tareas como la prostitución, la pornografía y el tráfico
de drogas.
Inexplicables problemas nutricionales. América latina
produce alimentos que permitirían satisfacer las necesidades del
triple de su población actual. Sin embargo, 53 millones de personas
carecen de alimentos suficientes, 7% de los niños menores de 5 años de
edad tienen peso inferior al normal, 16% tienen baja talla para su
edad (CEPAL, Programa de Alimentos 2007). En Guatemala son el 48%, en
Nicaragua el 27%.
La condición de madre, con avances, sigue siendo riesgosa.
Según los datos de la Organización Panamericana de la salud (2006),
91,3 madres mueren cada 100 000 nacimientos de niños vivos, casi 15
veces la tasa del Canadá (6,9).
La mortalidad infantil, con progresos, está debajo de las medias
internacionales. 32 niños de cada 1 000 no llegan a cumplir los 5
años de edad, 10 veces la tasa de Suecia y 9 la de Noruega.
Es mínima la cobertura de apoyo psicológico a pesar de la
situación de muy alto estrés en que viven amplios contingentes de
población joven por su desinserción y exclusión.
La criminalidad juvenil crece. El total de homicidios cada 100
000 habitantes pasó de 12,5 en 1980, a 25,1 en el 2006. En algunos
países, la principal causa de muerte de jóvenes es la violencia.
La existencia de una bomba de tiempo conformada por la juventud
desocupada, sin esperanza, desinsertada del sistema educativo y en
muchos casos con familias desestructuradas por la pobreza, crea
vulnerabilidad. Existe en la región criminalidad organizada, bandas de
drogas, secuestros, tráfico de personas, etc. a las que debe aplicarse
todo el peso de la ley. Y también existe vulnerabilidad estructural
que deja sin opciones a muchos jóvenes que se inician con delitos
menores.
Las reacciones parecen en muchos casos haber agravado el cuadro.
El refuerzo de las diversas formas de mano dura frente a la población
joven no hace más que terminar de romper sus tenues vínculos con la
sociedad. Un estudio de USAID (2006) en varios países centroamericanos
encontró que la única relación de muchos de los jóvenes excluidos con
el Estado era la Policía, y en su faz más represiva.
La mano dura aumentó la población carcelaria joven, pero no redujo
las tasas de delito por no atacar sistemáticamente sus causas últimas.
Se necesita más trabajo, más educación, más familia.
Urge priorizar el tema de la juventud, generar políticas
sistemáticas y amplias concertaciones sociales. Deberán fortalecerse
—como se ha estado haciendo recientemente en Argentina— las propuestas
de educación para desertores escolares, asegurar por medio de un pacto
con la empresa un primer empleo, mejorar la protección en salud,
promover el voluntariado —en el que los jóvenes han demostrado gran
interés— y trabajar especialmente con los excluidos.
No se trata solo de prevenir, sino de algo mucho más amplio, de
incluir, crear puentes. Hay buenas experiencias en el país y en la
región. Ha llegado el momento de convertirlas en políticas de Estado,
desmontar la bomba de tiempo y dar oportunidades reales a los jóvenes
latinoamericanos.
* Economista. Asesor principal de la dirección del PNUD para
América Latina.
(publicado en el sitio del diario El Clarín, de Argentina)