Esta vez el Instituto Internacional de Periodismo José Martí no
abrió sus puertas a los colegas, sino a sus muchos amigos; por
supuesto, una buena parte conoció al Guille mediante este oficio de
informar, interpretar, opinar y ponerle el alma a las letras. En ese
arte, conmovió una y otra vez, con agudeza y humanismo.
Lo central en su vida fue hacer felices a los demás, dijo uno de
los presentes. Por eso no debemos llorar, aunque haya alguna que otra
lágrima necesaria. Lo que hemos de dedicarle es un aplauso, propuso, y
entonces las palmas hablaron como ningún orador.
Aplaudieron al organizador de varios ascensos al Turquino, al
creador de La Tecla ocurrente y fundador de peñas en varias ciudades
del país, a quien desde la sección Abrecartas cargó en nombre de cada
causa justa, al biógrafo de Camilo, al inolvidable maestro que
enseñaba sin sermonear, al ilustre periodista.
Todavía conservo aquella columna suya en Granma, con la
respuesta al reclamo en nombre de los dos viejitos que querían
celebrar bodas de oro en el Hotel Presidente, el mismo de la luna de
miel. El periodo especial como excusa no iba a convencerlo, y la
amorosa pareja fue recibida como huésped especial, por haber decidido
volver.
Así le conocimos muchos: inquieto, revolucionario, audaz, sensible.
Bien le describió César Gómez en una crónica que escucharon todos.
Cuenta Nervalis Quintana, un teclero capitalino, que precisamente a la
hora del homenaje se encontrarían para preparar una expedición a la
Sierra Maestra en honor al Che, justo hasta Llanos del Infierno, el
lugar donde al Guerrillero Heroico lo ascendieron a Comandante.
Y también Tubal Páez, presidente de la Unión de Periodistas de Cuba
(UPEC), se refirió a sus anhelos, a que el Guille no dejó nada
material, sino apenas el par de sandalias con que anduvo por las aulas
y con las que visitó la Quebrada del Yuro.
De modo que su corazón no puede pararse. Le falta bombear muchos
sueños aún, que sus amigos insisten en hacer realidad.