A propósito del 4 de Julio

ARMANDO HART DÁVALOS

Hace 231 años, el Congreso Continental reunido en Filadelfia, aprobó la célebre Declaración que proclamó la independencia de Estados Unidos.

James Monroe elaboró en 1823 su nefasta Doctrina, uno de los puntos de partida de las inaceptables pretensiones hegemónicas que Estados Unidos, desde su mismo nacimiento, ha ejercido sobre América Latina.

A principios del siglo XXI, los cubanos, latinoamericanos y caribeños estamos obligados a estudiar y reflexionar, con serenidad y rigor, acerca del significado actual de aquellos acontecimientos.

Lo más importante para nosotros los cubanos es analizar cómo desde la segunda mitad del siglo XVIII comenzaron a desarrollarse vínculos muy contradictorios entre el mundo del Caribe y Norteamérica. Debe recordarse que muchos cubanos ayudaron a la independencia de Estados Unidos. Fue precisamente a partir de la toma de La Habana por los ingleses en 1762, el cambio de nuestra capital por la Florida en los años subsiguientes y el paso de la Louisiana al control de España, que se fueron entrelazando de manera diversa ambas regiones americanas.

En ese ámbito se produjo una combinación de culturas, etnias, contradicciones y choques sociales, caracterizada por la presencia de españoles, norteamericanos, mexicanos, franceses, cubanos, indios, blancos, negros. Ello generó un desarrollo intelectual complejo, una síntesis cultural que tuvo como contrapartida la política de Monroe y de Jefferson en relación con Cuba, territorio que consideraron espacio indispensable, por la cercanía geográfica, para la expansión norteamericana por el Caribe y América.

En la génesis de la formación de la identidad cubana estuvo presente la influencia del despotismo ilustrado, instaurado en España con el reinado de Carlos III, y que determinó la actuación de un grupo de criollos influyentes e ilustrados que sentarían en esta etapa las bases de la cultura nacional.

Fue así como José de la Luz y Caballero, alumno de Félix Varela, a partir del método electivo expuesto por el Obispo Espada, desarrolló concepciones filosóficas y pedagógicas que caracterizarían la tradición cultural cubana. Este método fue concebido para superar radicalmente las ideas de Víctor Cousin, figura más representativa de la llamada "filosofía ecléctica" en Francia, quien trató de unir el idealismo del pensador alemán Immanuel Kant, y las doctrinas inductivas del filósofo francés René Descartes.

Cousin elaboró su teoría filosófica desde posiciones conservadoras dirigida contra la Ilustración, y esas concepciones encontraron el rechazo de los forjadores del pensamiento científico y pedagógico en nuestro país como Luz y Caballero. Significativamente, años más tarde Marx y Engels también combatieron esas interpretaciones.

Es que los principios filosóficos conservadores contra los que se pronunciaron el Obispo Espada y después Varela, Saco y otros más, pretendían servir de sombrilla para encubrir el proceso de tergiversación de las ideas revolucionarias francesas, a partir de la era napoleónica y más tarde de la Santa Alianza.

La identidad nacional cubana comenzó a manifestarse de manera incipiente en aquel escenario donde se producía la Guerra de las Trece Colonias contra el yugo inglés, por una parte, y por otra la presencia en La Habana de la más alta cultura española y europea que asumía la tradición de los enciclopedistas y la Ilustración, renovándola en función de los intereses concretos de nuestro país. Si fuéramos a definir la diferencia entre la visión napoleónica del liberalismo y la que surgía en Cuba y otras tierras de América Latina, diríamos que aquí entendimos la consigna de libertad, igualdad y fraternidad con una proyección genuinamente universal válida para todos los hombres y mujeres, etnias y culturas del mundo entero.

En aquellos tiempos Bolívar sentenció: "somos un pequeño género humano" y más tarde José Martí formuló su mandato: "Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas". Ese pequeño género humano tuvo un punto de referencia en los choques y contradicciones con los que tomaron las banderas de la libertad y la igualdad, pero dejaron en pie la esclavitud, la explotación y la miseria. Esto tiene fundamentos económico-sociales muy bien estudiados y tiene un alcance ideológico que se concretó más tarde en la idea martiana: "Patria es humanidad, es aquella porción de Ia humanidad que vemos más de cerca, y en que nos tocó nacer".

Para el análisis de los fundamentos económicos y sociales de esos acontecimientos históricos recomendamos partir de dos textos esenciales: el libro recién publicado de Eduardo Torres Cuevas, En busca de la cubanidad, con un análisis muy lúcido y enriquecedor acerca de ese periodo histórico, y también la obra de Ramiro Guerra titulada Expansión imperialista de Estados Unidos, que abarca desde finales del siglo XVIII hasta mediados del XX. Se nos presentan con claridad los factores que condicionaron las luchas económico-sociales en el hemisferio occidental que son distintas, obviamente, a las de Europa. También debe retomarse el texto de Juan Bosch El Pentagonismo, sustituto del imperialismo, y se extraerán lecciones necesarias para analizar el desenlace del proceso iniciado el 4 de julio de 1776. Dicho ensayo explica la decadencia del imperio y su derivación hacia el militarismo más feroz. Fue escrito hace más de 30 años y conserva una vigencia impresionante.

Sobre el fundamento de estas raíces comunes y de los vínculos que se han formado a lo largo de la historia, condicionados por factores económicos, políticos, sociales y por un espacio geográfico compartido, tenemos la obligación en este momento que vive el mundo, los del sur y del norte del Río Bravo, de trabajar unidos para enfrentar los desafíos gravísimos que tiene hoy delante la humanidad.

América Latina y el Caribe tienen la vocación y la cultura necesarias para mantener un intercambio sistemático con los factores sanos del pueblo de Estados Unidos, y lo pueden hacer sobre el fundamento del legado de José Martí, quien vivió quince años en ese país y fue quien más profundamente conoció aquella sociedad en tránsito hacia el nacimiento del imperialismo. En nuestra América existe una tradición espiritual y un pensamiento integrador comprometido con la redención definitiva de nuestra especie y que constituyen, con su acento utópico, una alternativa al materialismo vulgar y ramplón que predomina en una civilización que se fundamenta de manera unilateral en los avances tecnológicos y científicos y en ideas suprematistas justamente denunciadas como repuntes neofascistas. Es imprescindible relacionar el pensamiento latinoamericano y caribeño con el de los hombres y mujeres sensatos del Norte para alcanzar en el siglo XXI lo que nuestro Martí llamó "equilibrio del mundo".

 

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