En esta duodécima edición, clasurada anoche en el Salón Rosado
Benny Moré, la dedicatoria obligatoriamente tuvo que rendir tributo
al septeto Nacional Ignacio Piñeiro, el cual por ocho décadas ha
sostenido una encomiable labor, en estos últimos tiempos afianzada
en el plano internacional.
Tremendo sabor hubo en cada una de las presentaciones del evento.
Fuimos testigos de una noche memorable en los jardines del Instituto
Cubano de la Música. Allí el Septeto Habanero evidenció la
reciedumbre de su estirpe, con las interpretaciones de Calle
Vapor No. 134, su más reciente éxito; Bururú, barará, de
Matamoros, Papá Montero, de Eliseo Grenet, y el estreno de
María Antonieta. Emilio Moré, Digno Pérez y Juan Jústiz Abréu,
excelentes cantantes, tuvieron la no fácil tarea de sustituir a
Pedrito Ibáñez —su voz líder y director—, alejado momentáneamente de
los escenarios por motivos de salud.
Mas la buena nueva fue la presentación del conjunto Son Diamante,
con el característico sabor de las calles santiagueras. Cuentan con
el apoyo de su juventud, buen acople de voces y nivel de
improvisación, un sorprendente tresero, su director Cándido Dupuy,
un buen trompeta y otros notables músicos, valores que hicieron
presentes en No me pares el son, de la autoría de Cándido, a
manera de credencial; Suavecito y Mentira, Salomé, de
Piñeiro, entre otros aplaudidos números.
El Encuentro de Treseros efectuado en la Casa de la Amistad,
premió a Arturo Cruz, joven egresado del Instituto Superior de Arte,
profesor del Conservatorio Amadeo Roldán. El jurado, presidido por
el maestro Efraín Amador, entregó una mención especial a Arodis
Verdecia Pompa. (O.V.)