Convencido de esa realidad, el doctor Orlando Rodríguez González
emprendió en Camagüey un proyecto, con la participación de talentosos
jóvenes, dirigido a automatizar la obsoleta técnica.
Cálculos, operaciones matemáticas y gestiones para adquirir los
componentes necesarios para la modernización de los equipos con el
mínimo de gastos, matizaron los primeros años hasta llegar a 1997.
Un diálogo con Rodríguez González, jefe del Centro de Radares del
Instituto de Meteorología, con base central en Camagüey, permitió
corroborar las circunstancias de trabajo para automatizar los equipos
y montarlos; los mayores impactos de su implementación y los nuevos
proyectos en el campo investigativo.
"Puede afirmarse que cada uno de los radares constituyó una epopeya
por estar ubicados en lugares apartados —con excepción del de
Casa-blanca— y en condiciones bastante difíciles para trabajar. En
estos diez años hemos en-frentado carencias de lluvia y excesos de
ella, plagas, ascenso y descenso por lugares montañosos, frío y calor,
y limitaciones de piezas suplidas con la inventiva que caracteriza a
los cubanos".
Los mayores logros de este proceso tecnológico en el ámbito
científico son: haber obtenido un know-how (en manos hoy de cinco
firmas de países industrializados) y el reconocimiento de la comunidad
internacional. En el social, la estrecha vigilancia de cualquier
fenómeno peligroso para mayor seguridad de la población, lo cual
también repercute en la economía.
"No es lo mismo que te digan donde está el ojo del huracán, y sus
peligros, que verlo evolucionar en la televisión y apreciar el alcance
de las bandas de lluvias asociadas, lo que facilita la explicación de
los especialistas del Centro de Pronósticos del Instituto de
Meteorología, y la mejor comprensión del pueblo.
"Constituye, además, otra prueba de la preocupación del Gobierno y
el Partido por salvaguardar las vidas y bienes de la población, algo
que a fuerza de cotidiano nos parece natural, pero en otros países no
lo es. Recordemos lo sucedido con el Katrina en Estados Unidos",
manifestó este hombre, acreedor de la Orden Carlos J. Finlay.
"De adquirirse en el exterior un procedimiento de automatización
similar, el precio sería muy superior a lo que nos cuesta a nosotros,
al igual que el de un radar moderno."