Otro gorila al horno

NICANOR LEÓN COTAYO

El anuncio de la próxima renuncia del presidente del Banco Mundial, Paul Wolfowitz, significa otro duro golpe para la debilitada administración Bush.

Antes fueron los sucios manejos empresariales del vicepresidente Richard Cheney, la renuncia del jefe del Pentágono, Donald Rumsfeld y un escándalo que involucra al secretario de Justicia, Alberto Gonzáles.

Ahora la caída de Wolfowitz conforma el desplome o marcado deterioro de cuatro de las más importantes figuras de la máxima jefatura política norteamericana.

¿Quién es Paul Wolfowitz? Una formidable muestra del equipo ultraderechista que gobierna en Washington. Así lo corroboran sus antecedentes.

Durante más de 30 años participó en equipos civiles del Pentágono y su actividad política y universitaria le permitió figurar como un allegado teórico de la Casa Blanca.

Cuando era joven uno de los principales inspiradores de su pensamiento fue el filósofo ultraconservador alemán Leo Strauss, de quien recibió clases en la Universidad de Chicago.

Strauss fue caracterizado en los Estados Unidos como "un profundo creyente en la eficiencia de las mentiras en política", criterio ya practicado por Adolfo Hitler.

En 1969 integró un comité destinado a persuadir al Congreso respecto al polémico tema del Escudo Antimisiles, que luego asumirían Ronald Reagan y George Bush hijo.

Impuesto ese proyecto militarista espacial en el Senado, quedó fortalecida una de las ideas de Wolfowitz: no confiar en cualquier proceso de control sobre el armamento estadounidense.

De ahí que cuando en 1973 pasó a la titulada Agencia para el Control de Armamentos y Desarme trabajó allí arduamente para sabotear ambos objetivos.

Más tarde lo llevaron al grupo de expertos "alarmistas", encargado de crear o inflar una amenaza con vistas a garantizar aumentos en el presupuesto militar.

Quizás por eso en 1976 el director de la CIA, George Bush padre, lo invitó a participar en un titulado Equipo B, donde evaluaban con el máximo rigor a la denominada amenaza soviética.

Después como jefe de la Casa Blanca lo nombró a principios de 1990 segundo del Pentágono, donde Wolfowitz solicitó evaluar la capacidad militar norteamericana para "defender" los campos petroleros de Arabia Saudita.

Paul Wolfowitz fue uno de los personajes que tomó parte en un viejo complot destinado a invadir y ocupar Iraq. Así lo reveló, entre otros, William Rivers Pitt, autor de los libros War on Iraq (Guerra en Iraq) y The Greatest Sedition in Silence (La mayor sedición en silencio).

El 20 de septiembre del 2002 Rivers Pitt publicó un artículo donde dijo que desde 1997 actuó un grupo que alentó la guerra contra Iraq, y señaló entre sus integrantes a Richard Cheney, Donald Rumsfeld y Paul Wolfowitz.

Lo esencial del pensamiento de este último fue conocido en 1992, cuando bajo la dirección de Cheney, entonces secretario de Defensa, elaboró un proyecto que se refirió al "nuevo orden mundial" comandado por Washington.

En tal escenario, argumentó, la superpotencia que ellos representaban solo establecería alianzas coyunturales, de acuerdo con los conflictos, mientras la ONU y hasta la OTAN pasarían a un segundo plano.

Además, proclamó la necesidad de que la Casa Blanca impidiese el surgimiento de potenciales competidores a su hegemonía, particularmente países industrializados como Alemania y Japón.

Dado que el documento originó un gran revuelo, su autor se alejó por un tiempo de su redacción.

En 1997 publicó un artículo titulado: Estados Unidos e Iraq, en el que abogaba por la instauración de un nuevo régimen en esa nación árabe, sin decir cómo.

A finales de ese año dio a conocer otro texto, junto a Zalmay Khalilzad, en la Weekly Standard, una revista ultraderechista, con un titulo elocuente: ¡Derróquenlo!, refiriéndose a Saddam Hussein.

Bush hijo reclutó a Wolfowitz en 1998 cuando aspiraba a ser candidato presidencial, como asistente en política exterior, junto a Condoleezza Rice.

Su muy activa participación en la campaña electoral del heredero de su jefe le mereció el regreso al cargo de segundo del Pentágono. Más tarde, la Casa Blanca lo enviaría como presidente del Banco Mundial, una posición administrada por ella.

De allí sale en medio de un sonado escándalo. No por su pasado neofascista, en total silencio, sino porque le multiplicó el sueldo a su novia.

Un comunicado del Banco que anunció la próxima renuncia de su presidente dijo escuetamente: "Nos aseguró que actuó en forma ética y de buena fe en lo que consideró era más conveniente para la institución, y lo aceptamos". Amén.

 

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